Caridad, coraje y entrega: Mary Slessor IV

20 agosto 2013
Mary Slessor

Mary Slessor

Parte IV

Por: Patricia Díaz Terés

“Si se siembra la semilla con fe y se cuida con perseverancia, solo será cuestión de recoger sus frutos”.

Thomas Carlyle

Situaciones en las que se jugaban la vida, eran cotidianas para los misioneros que se aventuraron en los más inhóspitos rincones del África durante el siglo XIX. Después de su traslado definitivo a la región de Okoyong, esa mujer de minúscula figura y gigantesco espíritu llamada Mary Slessor, miró a los ojos a la muerte en más de una ocasión, siendo la primera de ellas cuando el jefe Krupka enfermó de gravedad –si no lograba curarlo probablemente el rey Edem y su gente pagarían las consecuencias-, solicitando al instante la presencia de la curandera blanca que tenía fama de remediar cualquier mal que a los nativos aquejara.

Sin estar muy convencido de dejar ir a su invitada en medio de la noche a curar al líder de una tribu vecina, el rey Edem le asignó a Mary una escolta para que realizara de un modo un poco más seguro la azarosa travesía de ocho horas. Nerviosa pero sin miedo, la dama acudió al llamado del moribundo, encontrándose un camino fangoso y lleno de matorrales espinosos. Ante la dificultad que representaba su vestimenta para avanzar con facilidad, la mujer sin mayor preocupación se despojó de las estorbosas ropas y de las pesadas botas, quedándose descalza y con una confortable camisa larga por única cubierta –moda que adoptó en lo sucesivo-. Finalmente, tras esfuerzos extraordinarios, alcanzó su destino, encontrando una aldea llena de desconsuelo y ansiedad. Sin tardanza, Slessor administró al jefe Krupka las sales, la quinina y el láudano, remedios insuficientes para la terrible infección que lo abatía, por lo que tuvo que solicitar otras medicinas a la misión vecina de Ikorofiong.

Angustiosas horas pasaron, pero el paciente se recuperó. Tras este “milagro”, la fama de la “curandera blanca” –capaz de darle un fuerte zape a los nativos que la superaban evidentemente en fuerza y estatura, cuando estos se negaban a tomar sus medicinas- se extendió a lo largo y ancho del territorio, regresando entonces ella a Ekenge. Ya en la aldea, el rey Edem tras mencionar muchos obstáculos, finalmente accedió a que su huésped construyera su propia casa. Mientras tanto, la escocesa no cejaba en sus intentos por apartar de sus vicios a los indígenas, siendo su principal enemigo en esta tarea el comercio de ginebra. Para evitar que los jefes tribales se emborracharan, y con ellos sus súbditos, la damisela no vacilaba un instante en subirse sobre los barriles de la bebida para impedir el consumo, sin arredrarse ante las amenazas que seguramente recibía.

Buscando opciones para dar una ocupación a los ociosos nativos, Slessor, en colaboración con su buen amigo el rey Eyo Honesty, convocaron a todos los jefes a una importante reunión, siendo recibidos regiamente por el monarca en su propia casa. Gran impacto causó en sus invitados Eyo cuando apareció ricamente ataviado con un brillante tocado adornado con plumas y un cetro de plata, ofreciéndoles además un suculento banquete lleno de platillos para aquellos desconocidos. El anfitrión aprovechó el momento para explicar las intenciones del Imperio Británico de convertir a toda la región en el Protectorado de la Costa del Níger, en el cual se intercambiaría el mercado del alcohol por el del aceite de palma; a la vez que les advirtió de la presencia de soldados ingleses que patrullarían el territorio para prevenir los sacrificios humanos, principalmente los de los gemelos.

De regreso en Okoyong, Mary recibió poca ayuda del jefe Edem para comenzar la construcción de su vivienda, por lo que fue ella misma quien empezó a limpiar el terreno y gestionó la asistencia de un carpintero de nombre Charles Ovens quien, habiendo trabajado en otros ambientes adversos, aceptó gustoso la misión, encontrándose a su llegada con que la misionera era una persona agradable con quien entabló casi de inmediato una amistad que duraría toda la vida, siendo el único inconveniente de tan amistosa relación la afición del caballero por las melodías escocesas, que sumían a Slessor en el más nostálgico estado de ánimo, por lo que Charles accedió a prescindir de este gusto.

Con adobe y paja levantaron entonces una modesta pero espaciosa casa con fuertes puertas y ventanas, en donde todos sabían que encontrarían la ayuda y protección de White Ma. Así, ya con un lugar adecuado para descansar, Mary pudo enfocar renovados esfuerzos en su misión, logrando incluso destruir una tradición ancestral de venganza, ya que cuando el hijo mayor de Edem fue asesinado, la misionera intervino para que el deudo no tomara la vida de los asesinos, interrumpiendo así el círculo sangriento en el cual, de otra forma, se hubiesen ineludiblemente encerrado.

Tras cinco años de ininterrumpida labor, Mary necesitó un descanso, siéndole este facilitado por la intervención de la señorita Dunlop, quien la suplió temporalmente en sus tareas. En 1891, Mary regresó a Inglaterra, conociendo antes de partir a un joven misionero y profesor, también procedente de Escocia, de nombre Charles Morrison. Estando a sobre aviso de las actividades de Slessor y habiéndola admirado largamente, le propuso matrimonio a la señorita que a la sazón rondaba los cuarenta años –mientras él se encontraba aún en sus veintitantos-. Explicando la versión más romántica de la historia que ambos se enamoraron perdidamente a primera vista –otros autores indican que Mary, quien efectivamente se sentía atraída por las cualidades intelectuales del profesor, apreció en gran medida la ventaja de tener un compañero que pudiese asistirla cuando los ataques de malaria la obligaban a tomar reposo-, nuestra protagonista aceptó gustosa la propuesta de matrimonio del joven.

Pero el destino no tenía para ellos un feliz final. De acuerdo con algunas fuentes, Charles era una valiosa pieza en el sistema educativo misionero, por lo que la solicitud para contraer nupcias fue rechazada por su Iglesia debido a que no deseaban que se trasladara a la lejana Okoyong, ofreciéndole acercarlo a tal sitio trasladándolo de Calabar a Duke Town –otros especifican que el deficiente estado de salud del muchacho lo obligó a regresar a Inglaterra, como efectivamente sucedió poco tiempo después, sin mencionar la prohibición de sus jefes-. Mary, sin estar dispuesta a dejar la aldea del rey Edem, puso fin al compromiso –Morrison tuvo un triste final, ya que no continuó en la Iglesia y se retiró a Carolina del Norte, donde falleció de pena tras incendiarse su casa perdiendo su trabajo literario-, y quedarse únicamente en compañía de su hija adoptiva Janie, quien tenía nueve años de edad.

Por otra parte, el nuevo cónsul general del Protectorado de la Costa del Níger, Claude MacDonald, decidió en 1891 –ante el absoluto descontento de la Foreign Office según la cual una mujer no era capaz de desempeñar adecuadamente un cargo público- nombrar a Mary vicecónsul y magistrada del distrito de Okoyong. Tras algunas negativas, Slessor vio la conveniencia de tener un poco de poder para ayudar a su gente, por lo que aceptó con la condición de no recibir sueldo alguno. Así, incansable, comenzó su peregrinar para asistir a las diversas sesiones en las aldeas más remotas.

Cuatro años después, una agradable e inesperada visita de Mary Kinglsey –la científica que se abría paso por la selva africana, luchando con remos y paraguas contra cocodrilos e hipopótamos-, una escéptica que sentía curiosidad por conocer a la devota mujer que convivía con los “caníbales”, le proporcionó a Mary Slessor una respetuosa amistad que conservaría hasta la muerte de la exploradora.

Slessor continuó sus trabajos, construyó misiones en Akpap, Ikaot Obong e Ikpe, siendo para entonces (1909 aprox.) aquejada por un terrible reumatismo, cuyos síntomas se agravaron en 1914 cuando recibió la noticia del estallamiento de la Primera Guerra Mundial.

Finalmente, el 13 de enero de 1915 los africanos vieron partir de este mundo a su defensora y protectora, quien fue despedida con honores y mucho amor por parte de todos aquellos a quienes su luz había iluminado, permaneciendo sus apreciados restos en su querido Continente Negro, en donde aún hoy es recordada como la “Madre de Todos los Pueblos”.

 

 

FUENTES:

“Las reinas de África”. Aut. Cristina Morató. Ed. Plaza y Janés. España 2003.

“Mary Slessor”. Aut. Sally Toms. www.scotlandmag.com

“Dies At The Age Of 66 In Mud Hut”. Aut. Rebecca Hickman. www.historymakers.info

 “Mary Slessor of Calabar: Pioneer Missionary”. Aut. W.P. Livingstone. www.wholesomewords.org