La insurgente en la sombra veracruzana: María Teresa Medina

Xalapa en el siglo XIX

Xalapa en el siglo XIX

Por: Patricia Díaz Terés

La independencia siempre fue mi deseo; la dependencia siempre fue mi destino”.

Paul Verlaine

La Independencia de México fue un movimiento principalmente impulsado por varones que van desde don Miguel Hidalgo y Costilla o José María Morelos y Pavón, hasta el despreciado Agustín de Iturbide; sin embargo, las damas también llevaron a cabo importantes labores en tal proceso, destacando siempre los nombres de la rebelde doña Josefa Ortiz de Domínguez, la indómita María Ignacia Rodríguez de Velasco – la “Güera Rodríguez”- o la valiente Leona Vicario.

Ahora bien, siendo un poco más minuciosos al momento de revisar la historia de tan turbulenta época, encontramos a otras féminas cuya labor no demerita ante la de sus congéneres antes mencionadas, aun cuando sus nombres no destaquen en negritas en los libros de historia, como es el caso de la veracruzana María Teresa Medina de la Sota Riva.

La pequeña María Teresa Medina y Miranda nació una funesta noche del 17 de mayo de 1784 en una casona del barrio de Xalitic en Xalapa, Veracruz, marcando el momento de su alumbramiento la hora de la muerte de su madre, doña Epitacia, quien “no pudo” ser atendida adecuadamente durante el parto –seguramente ante la desesperación de su marido don Pedro Medina-, debido a que todo el pueblo estaba “demasiado ocupado” con el importantísimo acontecimiento que representaba el primer vuelo en globo aerostático de toda América, dirigido por don José María Alfaro (!).

Huérfana de madre, la bebita fue cariñosamente educada por su padre y su hermano mayor Antonio, con quien, al paso del tiempo, disfrutó de corretear por los campos en busca de luciérnagas que –tras meterlas en jarritos de vidrio- iluminaran las cálidas noches xalapeñas.

Veintitrés años tenía la hermosa María Teresa de Medina cuando las noticias sobre la invasión de Francia a España llegaron a finales de 1807. Para esta época Xalapa era una ciudad de poco más de trece mil habitantes –principalmente indígenas o mestizos- en su mayoría dedicada al comercio, colocándose en sus calles un vasto mercado, a manera de feria, en el que podían encontrarse, además de los más variados víveres y adminículos, las más variadas clases de personas, que iban desde los acaudalados y refinados caballeros, hasta los marineros y rufianes de la peor calaña.

A tan diversa fauna humana, se unieron los militares cuando en el año de la invasión francesa a la península ibérica, el virrey de la Nueva España, José Joaquín Vicente de Iturrigaray y Aróstegui, destacó a tal sitio sus tropas para mantenerlas cerca del puerto de Veracruz en caso de que los galos se aventuraran a causar problemas en las colonias españolas.

Con el regimiento llegó a la ciudad el apuesto teniente coronel Manuel de la Sota Riva Llano y Aguilar, de cuarenta años, quien entró en contacto con María Teresa, conquistando de inmediato la belleza y personalidad de la joven al valiente oficial, cuyos profundos ojos verdes también capturaron el corazón de la damisela.

Pronto romance sostuvieron, contrayendo nupcias el 4 de noviembre de 1807 en la iglesia de San José, instalándose la pareja en una hermosa residencia ubicada en la calle de la Amargura, pululando por entonces en las calles de Xalapa una gran cantidad de intelectuales con revolucionarias ideas, cuyo espíritu se inflamó con indignación al enterarse del apresamiento del rey Fernando VII.

Don Manuel de la Sota ascendió al puesto de brigadier, quedando al mando del completo de las tropas apostadas en Xalapa. Afín a las ideas de independencia, no consideró sin embargo oportuno unirse a las intenciones de don Diego Leño, síndico del Ayuntamiento que había tenido comunicación con el abogado Francisco Primo de Verdad y Ramos y con Juan Francisco Azcárate y Lezama, quienes eventualmente intentaron, sin resultados, colocar una Junta Gubernativa Independiente en la capital novohispana.

Para septiembre de 1808 dio inicio la familia de María Teresa y su amado Manuel, ya que nació su primogénito, a quien siguió en 1809, la pequeña Teresa Epitacia. Madre dedicada y amorosa, la esposa del brigadier dedicaba casi todo su tiempo a la educación de sus pequeños; sin embargo, su inquieto intelecto le impedía mantenerse alejada de las conversaciones que sostenían los intelectuales acerca de la posible independencia de la Nueva España, recibiendo a tales individuos en su propio hogar, donde a partir de 1810 se llevaron a cabo seguramente varias acaloradas y fructíferas discusiones, mismas que se aderezaron con la llegada del canónigo Ramón Cardeña y Gallardo, primo de nuestra inteligente protagonista.

Ostentando marcadas tendencias liberales, el religioso Cardeña pretendía establecer una conjura que ayudara a los novohispanos a separarse del dominio de la Madre Patria, cuyo gobierno a estas fechas estaba en una situación más que complicada. Establecióse pues en casa de doña Teresa una junta secreta que tenía como objetivo participar activamente en el movimiento insurgente, quedando al frente de las reuniones Vicente Acuña, Evaristo Fiallo y Juan Bautista Ortiz, a quienes acompañaban otros varios rebeldes como Mariano Rincón o Ignacio Paz.

No obstante, para tales años cualquier actividad independentista era perseguida y castigada, por lo que al ser descubiertas las intenciones del grupo, fue nada más y nada menos que el flamante De la Sota el encargado de apresar a los insurgentes. Amando profundamente a su esposa, mucho pesar le dio al caballero tener que dar aviso a su cónyuge sobre su amargo deber, advirtiéndole a la vez firme y cariñosamente que se alejara de tal entorno si no quería acabar en la cárcel, pues su influencia no podría protegerla durante demasiado tiempo.

En la maniobra Ramón Cardeña fue apresado y acusado por la Santa Inquisición –liderada a la sazón por Miguel Bataller– como jugador y licencioso; mientras que Evaristo Fiallo logró escapar para integrarse en el ejército insurgente. Pero otros muchos lograron evadirse gracias al aviso de María Teresa, quien gestionó su resguardo en las bodegas del mercado pertenecientes a don Pedro Medina, para posteriormente abastecerlos con comida, monturas y armas con el fin de que pudiesen huir.

Escapando de las tropas realistas, vestidos como arrieros o indígenas, y de uno en uno, los amigos de María Teresa se dirigieron a Naulinco, a cinco leguas de Xalapa, donde se reorganizaron en la Junta Gubernativa Americana, la cual tuvo que disolverse al ser descubierta por el coronel realista Ciriaco del Llano en julio de 1812. A pesar de la cautela con la cual María Teresa había apoyado al disperso movimiento, sus andares eran vigilados y estuvo a punto de ser apresada, siéndole permutada la condena por el destierro gracias a la intervención de su esposo y su hermano, siendo también este último miembro de las tropas realistas. Así las cosas, la familia De la Sota Riva se trasladó a la Ciudad de México para mantener a María Teresa lejos de la tentación de las actividades independentistas.

Atada por el juramento hecho por su marido de que ella no formaría parte activa del movimiento insurgente, se dedicó a consolar a los presos por tal crimen, mientras Manuel se lanzaba a la guerra en las campañas de Iturbide. Irónicamente, el destino cumpliría los más profundos deseos de nuestra dama, cuando el general Iturbide entró triunfante en la Ciudad de México con el Ejército de las Tres Garantías, llevando a su lado a sus grandes amigos Manuel de la Sota –condecorado con la Orden de Guadalupe– y Antonio de Medina –que se convirtió en secretario de guerra del emperador Iturbide-, distinciones que provocaron que a Teresa se le ofreciera un puesto destacado como dama de honor de la emperatriz doña Ana María Huarte, como recompensa a sus esfuerzos en pro de la Independencia.

 

FUENTES:

“Adictas a la insurgencia”. Aut. Celia del Palacio. Ed. Punto de Lectura. México, 2010.

“María Teresa Medina, la heroica xalapeña”. Aut. Melchor Peredo. Diario de Xalapa. 1 de diciembre 2009. www.oem.com.mx/esto

 “Xalapa y la revolución independentista”. Aut. Alejandro Hernández y Hernández. http://pulsocritico.com

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