Caridad, coraje y entrega: Mary Slessor II

maryslessor

Mary Slessor

Parte II

Por: Patricia Díaz Terés

“Dame, Señor, coraje y alegría para escalar la cumbre de este día”.

Jorge Luis Borges

Muy diversos propósitos arrastraron a hombres y mujeres al Continente Negro durante el siglo XIX, y mientras algunos fueron motivados por afanes puramente científicos o llevados por el espíritu aventurero, otros más como la escocesa Mary Slessor, sintieron el llamado para hacer el bien entre aquellos seres humanos que eran sometidos por la superstición y las bárbaras costumbres que prevalecían entre las tribus olvidadas de las selvas africanas.

Para hacer frente a tan temible tarea hacía falta un espíritu fuerte, pero también alegre, ya que Mary Slessor se distanció bastante del estereotipo de las misioneras de apacible carácter entregadas por completo a la oración y la educación más o menos formal de las tribus nativas. Por el contrario, nuestra dama tenía una férrea voluntad que la llevó a despreciar su comodidad y en muchas ocasiones su propia salud, con la finalidad de poder ejercer una influencia real entre aquellos pueblos. Así, Mary tuvo su primer contacto con el que sería su hogar durante el resto de su vida, desde la cubierta de un destartalado navío llamado Ethiopia, desde el cual vio cómo las costas africanas variaban desde el blanco deslumbrante de las playas de Costa de Oro, hasta el gris verdoso de los nauseabundos pantanos de Calabar (Nigeria), que era su verdadero destino.

El territorio africano recibió entonces a la misionera con un calor aplastante y una humedad asfixiante, los cuales abrumaron sus sentidos desde que puso pie en Duke Town, territorio que tan solo cuatro décadas antes había sido base para los barcos negreros dedicados al nefando tráfico de esclavos, mismo que para el año en que Mary partió del puerto de Liverpool, 1876, había sido ya prohibido y sustituido por el comercio de aceite de palma.

Mission Hill, sitio dirigido por el matrimonio Anderson, fue pues el lugar en el que residió Mary a su llegada a Calabar, situándose la estación misionera en lo alto de una colina donde habíanse construido una escuela y una iglesia rodeadas de hermosos jardines con cuidados huertos. En las habitaciones de la casa principal, Mami Anderson explicó a la recién llegada que en las tribus vecinas se llevaban a cabo brutales costumbres como el asesinato de los gemelos –se consideraba un acontecimiento prácticamente infernal, debiéndose eliminar con presteza a los recién nacidos, a quienes arrancaban del seno de sus horrorizadas madres, quienes a su vez eran exiliadas y apartadas de la comunidad, como portadoras de un mal superior-, así como crueles castigos físicos a los que eran sometidas las mujeres –abatidas hasta el extremo por sus esposos o amos- por nimias faltas; a la vez que la impartición de justicia –el veredicto de inocencia o culpabilidad por diversos crímenes- estaba supeditada a bárbaros actos como el envenenamiento o el empleo de aceite hirviendo sobre los presuntos malhechores.

Ahora bien, la visión de Mary Slessor sobre las situaciones que le fueron descritas por su anfitriona fue más bien crítica, de modo que lejos de angustiarse o asustarse, firmemente decidió que haría cuanto estuviera en su mano para erradicar tan espantosas acciones. Siendo consciente de que muy pocos nativos habían abrazado la fe cristiana –entre los cuales se encontraba el hijo del rey nativo Eyo Honesty-, y conociendo que esta conversión era obstaculizada por costumbres prohibidas para los cristianos como la poligamia o la esclavitud doméstica, mismas que los indígenas no deseaban abandonar, determinó que primero era necesario conocer la forma de vida y pensamiento de aquellos a quienes deseaba salvar. Para ello, se impuso la tarea de visitar aldea por aldea y vivienda por vivienda, encontrando en muchas de ellas que lo que prevalecía era el gusto por el alcohol traído por los europeos, especialmente la ginebra, de la cual encontraba multitud de envases vacíos que compartían el piso de las chozas con calaveras humanas y amuletos mágicos.

Pero a Slessor le resultaba complicada la convivencia con los nativos al desconocer su idioma, por lo que otra de sus metas primarias fue aprender la lengua local, el efik, en la escuela de Mission Hill, empresa en la que progresó rápidamente. Asimismo, deseaba conocer los caminos y ser capaz de explorar el territorio por cuenta propia, por lo que cuando salía de “excursión”, solía trepar sin miramientos a los árboles para poder apreciar de mejor manera cuanto le rodeaba, ante la mirada estupefacta de sus guías, quienes no estaban acostumbrados a observar tal conducta en una dama europea, que seguramente hubiera acarreado la reprobación absoluta de sus congéneres victorianas.

Las injusticias sufridas por los más débiles en las tribus africanas llenaban casi la totalidad de los pensamientos de Mary, pero también se hallaba genuinamente preocupada por la familia que había dejado tierras británicas, ya que tanto su madre como sus hermanos sobrevivientes prácticamente no tenían otro medio de sustento que las poco menos de 60 libras que la valiente misionera podía aportarles. De este modo, en 1879 decidió abandonar momentáneamente su labor, para volver a su tierra y proporcionar un mejor acomodo a sus seres queridos, trasladándolos a un pueblito en las afueras de Dundee, donde pretendía que se vieran librados de los tóxicos efluvios industriales que tantos males les causaban. De igual manera, aprovechó la ocasión para expresar al consejo misionero de su Iglesia, que no era su intención regresar al África para colaborar en un sitio donde había ya suficientes personas que se hacían cargo de la escuela y la iglesia locales, y que era su deseo adentrarse en la selva para llegar a los nativos que no habían escuchado aún la Palabra de Dios.

El consejo accedió y cuando Mary regresó a Calabar en 1880 pudo hacerse cargo de la misión de Old Town, lugar en donde cambió su cómoda estancia en una casa misionera, por una humilde chocita edificada con adobe y hojas de palma, en donde acomodó solamente un camastro para descansar tras sus largas jornadas. Podemos imaginar entonces a esta joven escocesa menuda y pelirroja, abriéndose camino en su quehacer cotidiano entre la selva, machete en mano, eliminando de su ruta la maleza trataba de obstaculizar su cometido, pero que ella abatía tranquila y sistemáticamente.

Difícil como era hacerse con el respeto de los nativos, fue precisamente su desparpajo lo que le permitió conseguirlo, ya que haciendo añicos la estampa de la dama victoriana cubierta con severos vestidos, Mary Slessor había decidido que podía moverse mejor a través de la selva vistiendo amplias y frescas túnicas de algodón, que a su vez le permitían prescindir del estorboso corsé tan apreciado por otras aventureras un poco más “conservadoras” como Mary Kingley. Así, la damita libre, accesible y valiente, alegre y dicharachera, se convirtió en una oradora que todos los nativos deseaban escuchar en los servicios del domingo, y a quienes muchos atendían en las lecciones que impartía en la improvisada escuelita.

Ademá, considerada como una persona de suma confianza, pronto acabó por encargarse de una gran cantidad de niños abandonados por sus padres –algunos infantes fueron rescatados por la misionera de la misma selva-, en su puerta, muchos de ellos no por negligencia o falta de cariño, sino porque sus progenitores apreciaban en Mary una mejor guía para sus pequeños que ellos mismos.

Poco a poco Mary Slessor iba conquistando el rudo corazón de los nativos africanos, pero aún falta por conocer sus vaivenes en el mundo de la política, sus triunfos ante los fieros jefes tribales y algunas otras peripecias que le valieron el nombre de “Madre de Todos los Pueblos”, pero sobre todo ello hablaremos con más detalle en la siguiente entrega de esta columna.

 

FUENTES:

“Las reinas de África”. Aut. Cristina Morató. Ed. Plaza y Janés. España 2003.

“Mary Slessor”. Aut. Sally Toms. www.scotlandmag.com

“Dies At The Age Of 66 In Mud Hut”. Aut. Rebecca Hickman. www.historymakers.info

 “Mary Slessor of Calabar: Pioneer Missionary”. Aut. W.P. Livingstone. www.wholesomewords.org

1 Responses to Caridad, coraje y entrega: Mary Slessor II

  1. […] Patricia Díaz Terés “Caridad, coraje y entrega: Mary Slessor II”, disponible en: https://columnapensandoen.wordpress.com/2013/08/13/maryslessor2/, consultado mayo de […]

Deja un comentario