Por: Patricia Díaz Terés
“El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible”.
Oscar Wilde
Una mujer baila frenéticamente al son de rítmicos tambores, con los ojos en blanco y en evidente estado de trance, mientras los espectadores que forman un círculo a su alrededor, presencian la escena con reverencia y vibrante emoción.
Lo anterior se puede observar perfectamente no en la película de Wes Craven La Serpiente y el Arcoiris, protagonizada por Bill Pullman en 1987; sino en varias fotografías tomadas por Henning Christoph para el libro documental “Corazón de África, la magia de un continente”, editado en 1999.
Así, el vudú lejos de ser una práctica ancestral relegada y olvidada, resulta por el contrario tan actual como compleja, ya que presenta en sus ritos y ceremonias la versatilidad que le otorgan los diferentes países en los cuales se desenvuelve, a la vez que evoluciona en ciertos aspectos conforme a la época; a pesar de esto, se pueden mencionar elementos comunes que constituyen los pilares de esta misteriosa religión.
Monoteísta en cierto sentido y por principio, todas las ramas del culto tienen la firme creencia en que ha sido una sola divinidad la responsable por la creación del universo y por ende del mundo; sin embargo, este dios tiene por lo regular “hijos” o “espíritus” que le permiten gobernar a los mortales, estableciendo también un “canal de comunicación” entre ambos mundos.
De este modo, por ejemplo, de acuerdo con los rituales realizados en Dahomey (Benín), son tres los elementos que identifican a las divinidades: en el cielo está Gu, dios del fuego; además de Hevioso, una familia de espíritus que representan al trueno. En la tierra encontramos a Sakpata, divinidad que lucha contra las epidemias; mientras que el dios de la pesca, Agwé, habita en el agua.
Por otra parte, también existen los Lwa, espíritus o genios que son capaces de intervenir en el cuerpo de los individuos, y de ellos hay también varias clases dependiendo de su carácter y actividad principal.
Aún cuando en el vudú no hay establecida una estructura jerárquica, sí se pueden ubicar ciertos individuos que tienen la capacidad de comunicarse o incluso dominar en cierta medida a los espíritus. Así los oungan –manbo en caso de ser mujeres- son sacerdotes vudú que conocen el secreto del zombi y controlan las ceremonias; y los bòkò o boccor, es decir los brujos. Todos ellos reciben el poder por herencia familiar o a través de una comunicación onírica –en sueños- con los seres divinos, y su símbolo profesional es una especie de sonajero lleno de semillas, huesos u objetos similares, llamado asson, que sirve para guiar la secuencia en las ceremonias.
Además, existen lugares especiales para el culto que son los templos llamados oufó, en medio de los cuales se encuentra el peristilo, un espacio consagrado a las ceremonias que se llevan a cabo en honor a los Lwa, y en el que se encuentran ubicados tres tambores sagrados de diferentes tamaños, en los que se entonan los ritmos ceremoniales.
En un ritual vudú corriente se pueden observar dos secuencias principales. En primer lugar tenemos los ritos de entrada, que consisten en un desfile de las banderas del oufó, saludos a los objetos sagrados, orientación de éstos hacia los cuatro puntos cardinales; así como la entonación de letanías de santos y oraciones católicas, para después invocar a los Lwa.
En la segunda parte de la ceremonia se lleva a cabo el sacrificio o manjè-lwa, para éste los adeptos han cooperado y comprado un animal –cabrito, oveja, buey o un ave de corral- para el Lwa; el ejemplar elegido es lavado y purificado, para posteriormente ser ofrecido a los espíritus en un terreno donde el oungan ha trazado previamente los vèvè –dibujos simbólicos mágicos -.
Después del sacrificio uno de los fieles entra en una “crisis de posesión”, en la cual el cuerpo del individuo es ocupado por el espíritu, y dependiendo del tipo al que éste pertenezca, puede elegir símbolos o tener actitudes características como por ejemplo, si se trata del Lwa Ogu se le dará un sable, mientras que si se trata de Dambala, el poseído cae al suelo presa de violentas convulsiones, reptando como una serpiente. Mientras el Lwa habita el cuerpo del adepto baila, canta, saluda, habla y hace profecías tanto de buena fortuna como de eventos desdichados.
Pero tal vez el elemento más aterrador del vudú sean los zombies, y no precisamente porque se trate de monstruosos cadáveres caníbales. Siendo el culto a los muertos central en las creencias del vudú, son ellos justamente la clave para conseguir el favor de los Lwa; pero también el “control de los muertos” es un símbolo irrefutable del poder de los oungan.
De acuerdo con el vudú, una persona tiene dos almas: el gros-bon-ange –gran ángel bueno- que representa la personalidad, intelecto y experiencia del individuo, y el ti-bon-ange –pequeño ángel bueno- que es la conciencia. De esta manera, al morir un ser humano, su alma abandona el cuerpo para pasar un año en el fondo de un lago o río y posteriormente, gracias a los rituales realizados por sus familiares, ocupa un lugar permanente como protector de la familia.
La palabra zombi significa cuerpo sin alma o bien alma sin cuerpo, y como tal se asumen como seres cien por ciento controlables. Así, mientras en algún momento se pensó que su existencia era el método utilizado en las colonias para obtener mano de obra barata, se ha descubierto que, lejos de tratarse de muertos deambulantes, son en realidad personas (vivas por supuesto) quienes han sido drogadas y cuyas capacidades volitivas han sido anuladas.
De hecho el etnobotánico de Harvard Edmond Wade Davis, en 1983, publicó una investigación en la cual reveló que el polvo empleado por los brujos para “fabricar” zombies se trata en realidad de una mezcla de granos molidos de una planta alucinógena –datura stramonium-, mezclados con órganos asados y pulverizados de un sapo venenoso –bufo Marinus-, adicionado con el veneno del pez globo; esta peligrosa combinación tiene como resultado, entre otras cosas, un ataque al sistema nervioso, hipotermia y estupor.
Debido a que no se ha encontrado realmente una utilidad “legítima” para el zombi, se ha concluido que es una forma de venganza, el castigo último que una persona puede propinar a su enemigo –capturar su alma-, incluso existen algunas sociedades secretas que por el pago de unos honorarios razonables, pueden llevar a cabo la tarea de “zombificación”.
Y así, hemos visto cómo en pleno siglo XXI es posible observar personajes que parecen salidos de películas como Resident Evil (2002) o Exterminio (2002) y que, sin embargo, son personas reales cuyo estado no es consecuencia del ataque de un extraño e incontrolable virus, sino de una droga administrada por un enemigo colmado de rencor, por causas como la avaricia, la envidia o la lujuria; de modo que estas explicaciones desmitifican al monstruo, corroborando las palabras de la científica Marie Curie “dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender”.
FUENTES:
“El vudú, los demonios y el nuevo mundo encantado”. Aut. Daniel Cohen. Ed. Diana. Méx. 1974.
“Zombies. El Misterio de los Muertos Vivientes“ Aut. Ma. Dolores Arana. Ed. Posada. Méx. 1987.
“Haití: Tras las huellas del zombi“ Aut. Roland Wingfield. Ed. EDAMEX. México, 1995.
“Los Misterios del Vudú”. Aut. Laënnec Hurbon. Ediciones B. Trieste, Italia, 1998.
“Corazón de África: La magia de un continente” Aut. Klaus E. Müller y Ute Ritz-Müller. Ed. Könemann. Colonia, Alemania, 1999.