El telón entre las tapas: Cuando la literatura visita Broadway

28 noviembre 2011

Garou como el Jorobado en el musical Notre Dame de Paris

Por: Patricia Díaz Terés

«Escribir teatro es el trabajo más difícil que más fácil parece».

Enrique Jardiel Poncela

Dijo el escritor francés Francis de Croisset que la lectura es aquel viaje que realizan quienes no pueden tomar el tren…Pero probablemente el literato no se refería exclusivamente al traslado meramente espacial que permite al individuo conocer los distintos lugares del mundo; sino que seguramente hablaba sobre esos viajes físicamente imposibles, los cuales requieren de un boleto tan magnífico que es gratuito, la imaginación, con la cual podemos ubicarnos en maravillosos mundos ficticios, épocas remotas o futuras, trayendo a la vez a la vida aquellos personajes a quienes sus creadores nos han permitido conocer a través de las páginas de cuentos, poemas y novelas.

Siendo el proceso de la escritura de un relato –que puede ser en prosa o verso- ya de por sí complejo, son solo algunos pocos elegidos quienes poseen la habilidad de colocar por escrito, y de manera tanto coherente –lo que depende del estilo- como bella, las historias observadas en su mente, teniendo sin embargo los autores –de novelas por ejemplo- la extraordinaria ventaja de no tener límites, pudiendo su creación tener una, dos o mil páginas –aunque desgraciadamente ningún talento puede asegurar la constancia del lector ni la edición del texto- en las que describen personajes y situaciones.

Mucho se ha dicho de la reticencia existente en las sociedades actuales hacia la lectura, tristemente una gran cantidad de jóvenes –y adultos- andan por la vida campantemente sin saber quiénes fueron Homero, Shakespeare, Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Virginia Woolf, Arthur Conan Doyle o Lewis Carroll; y no es que esto sea una catástrofe en sí misma -cada quien puede ser feliz en su ignorancia-, pero sí resulta un tanto desalentador para los nuevos escritores.

No obstante hay otro grupo de escritores que se han dado a la titánica tarea de dar a conocer al público no aficionado a las letras, esas vastas y deliciosas obras de la literatura universal, aderezándolas con música y canciones, recreando la novela original en un libreto para teatro en el cual tienen que tomar la difícil decisión de dejar fuera cierto material que para el propósito escénico no resulta adecuado; y seleccionando la línea de acción más pertinente para la obra musical que están creando. En este sentido seguramente Dale Wasserman, el libretista de Man of La Mancha –adaptación nada menos que de El Quijote de Cervantes– se vio en complicada situación para adaptar la más grande obra de la literatura de habla hispana, para las poco más de dos horas que dura el montaje.

Partamos de momento de la literatura inglesa, cuna del escritor por excelencia, William Shakespeare. Si alguien le hubiese dicho a nuestros bisabuelos que Julieta iba a bailar con su Romeo en un escenario, a ritmo de música pop, mientras eran acechados por una dama vestida de blanco que interpreta a la muerte -cuyos extravagantes movimientos de danza contemporánea logran a la perfección su escalofriante propósito-, a la vez que los Montesco –caracterizados por el color azul- y los Capuleto –vestidos de rojo- se enfrentaban en un dancístico duelo; seguramente nos hubieran calificado como irreverentes o algo similar. No obstante, este montaje estrenado en París en 2001 con el nombre Romeo et Juliette, de la Haine à l’Amour, con música y letra de Gérard Presgurvic, es una novedosa propuesta que contiene una de las canciones más famosas de los últimos tiempos, Les Rois du Monde, escuchada con frecuencia en la radio o en las fiestas –especialmente en las de 15 años-.

De igual manera, otros montajes de esta trágica obra han sido aún más libres como es el caso de West Side Story (1957) en la que en lugar de dos poderosas familias de Verona, se trata de dos agresivas pandillas neoyorquinas las que quieren separar a los amantes. Otras adaptaciones “shakespearianas” han sido las estrambóticas Rockabye Hamlet (1976) y Hamlet Cha-cha-cha (1987), así como Return to the Forbidden Planet (1989) basada en La Tempestad (1611).

Continuando con la literatura británica podemos mencionar a Oscar Wilde, cuyas creaciones han sido una buena fuente de inspiración para guionistas como Anne Croswell, quien logró adaptar adecuadamente La importancia de llamarse Ernesto (1895) al musical Ernest in Love (1960); o para la obra independiente Canterville Ghost (2000) producida por Across the Bridge Theatricals. Tenemos también a Charles Dickens, cuya novela Oliver Twist (1837) se transformó también en 1960 en el exitoso musical Oliver!, cuya “ventaja” sobre el libro es haber simplificado a los personajes, logrando que el público se involucrase con mayor facilidad en la historia. En tan notable como particular lista puede incluirse también a Sir Arthur Conan Doyle, cuyos inmortales personajes, fueron llevados al escenario de los musicales en Sherlock Holmes, The Musical (1988), escrito por Leslie Bricusse, inventando este a una supuesta hija –de nombre Bella– del archienemigo de Holmes -el profesor Moriarty- cuyo odio por el detective es aún más encarnizado que el de su propio progenitor. 

Por su parte, los franceses como Alejandro Dumas (padre e hijo), han sido la inspiración para musicales como The Count (2006), producción de Creative Ventures escrita por Paul Nasto y David Whitehead, quienes se basaron en El Conde de Montecristo (1844) del jefe de la familia Dumas; o The Three Musketeers (2009) una producción coreana basada en el trabajo de Michal David (música) y Lou Fananek Hagen (libreto), que lograron adaptar Los tres mosqueteros (1844). Por su lado Victor Hugo ha propiciado el surgimiento de obras increíbles entre las cuales destaca Notre Dame de Paris (1998) –basado en Nuestra Señora de París (1831)- en la que las letras de Luc Plamandon, la música de Richard Cocciante y el fabuloso trabajo de cantantes y actores como Garou, Hélène Ségara, Daniel Lavoie o Bruno Pelletier, transportan al público al París del Renacimiento con hermosas canciones, dejándole comprender perfectamente el carácter y situación de cada uno de los personajes.

Mención aparte merece Les Misérables (1980) -basado en la historia homónima (1862) de Victor Hugo-, cuyo trabajo musical realizado por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg ha logrado cautivar al público de todo el mundo, dejando en la memoria colectiva canciones como I Dreamed a Dream, One Day More o Eponine’s Errand, siendo una de las puestas en escena con mayor duración en los famosos escenarios del West End de Londres y el neoyorquino Broadway.

Los clásicos de terror por su parte, no han estado exentos de estas llamativas adaptaciones, encontrándonos así con El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde (1886) de Robert Louis Stevenson que dio lugar a Jekyll & Hyde (1990), escrita por Leslie Bricusse; o con Drácula (1897) de Bram Stoker,  queha sido objeto de adaptaciones un tanto estrambóticas como Dracula: Sex, Blood and Rock N’Roll de Julia Gregory o la más “formal” e impactante Dracula, The Musical (2004) realizada por Des McAnuff, Christopher Hampton y Don Black. Cabe mencionar también a Frankenstein o el Prometeo moderno (1818), de Mary Shelley, cuya adaptación argentina Frankenstein, el musical de un alma perdida, escrita por Tiki Lovera y Gustavo Arduini ha sido gratamente aceptada, así como la producción de Broadway Frankenstein, The Musical (2007), la cual no fue bien recibida por la crítica pero aclamada por el público, surgiendo verdaderos fanáticos de la adaptación de Gary P. Cohen.

Dejando aún en el tintero infinidad de obras de la literatura adaptadas como musicales, es posible decir que no importa si se ha tratado de espectaculares producciones u obras universitarias o de teatro independiente, los clásicos siguen y seguirán inspirando a los libretistas del teatro musical, ya que como decía la escritora francesa conocida como Colette: “Escribir solamente conduce a escribir más”.

*Este artículo lo dedico a mi gran amigo Sergio Álvarez, guionista y director de teatro musical, quien se ha dado a la tarea de impulsar este género en la ciudad de Puebla.

PARA CONOCER:

Frankenstein, el musical de un alma perdida: http://www.youtube.com/watch?v=lWDGWvm6_0M

Jekyll & Hyde en el montaje protagonizado por David Hasselhoff: http://www.youtube.com/watch?v=H1Pyjw_ZnD8&feature=related

Los Miserables. Montaje mexicano: http://www.youtube.com/watch?v=H8hJTRucL3A

Notre Dame de Paris: http://www.youtube.com/watch?v=aBXeXBpTVOk

Romeo et Juliette: http://www.youtube.com/watch?v=yJ6UMyOKyBc

Sherlock Holmes The Musical: http://www.youtube.com/watch?v=eN_y0E9j8T8

The Count of Montecristo. Montaje de Ithaca College. Escrito por Brett Boles: http://www.youtube.com/watch?v=VPXOwW0B0CQ

FUENTES:

“Shakespeare on Broadway: From play to book”. Aut. Paula Pina. IV Congresso Internacional da Associaçao Portuguesa de literatura comparada.

“Give our regards to Broadway: 10 best books turned musicals”. Aut. Sarah Cahill. www.wordandfilm.com. Julio, 2011.

“Ernest on Stage: Louis Edmonds Plays Wilde”.  www.darkshadowsonline.com

“Frankenstein, el musical que faltaba”. Aut. Susana Freire. www.lanacion.com.ar

“Les Misérables, Starmania, Notre Dame de Paris”. Aut. Olivier Marteau. www.francomix.com. Oct. 2006

“Andrew Lloyd Webber: Career Details”. http://encyclopedia.jrank.org  

“Julia Gregory”. ConnotationPress.com

www.cantervilleghost.com

www.frankensteinthemusical.com

www.frankwildhorn.com

www.guidetomusicaltheatre.com  

www.musicalthreemusketeers.com  

www.paulnasto.com  


Virginia Woolf: Una inestable literata incomprendida

4 abril 2011

Nicole Kidman interpreta a Virginia Woolf en la película "Las Horas" (2002)

Por: Patricia Díaz

“Los seres más sensibles no son siempre los seres más sensatos”.

Honoré de Balzac

Una de las características del genio es una mente diferente a la del común de los mortales. Así, los grandes músicos, pintores, literatos, científicos y demás han soportado en su interior tanto los problemas de la vida cotidiana, como aquellos generados por esa vocación inexcusable que los lleva por caminos nuevos o muy poco transitados.

Ahora bien, han existido algunos quienes además de estas cualidades han presentado algún tipo de desorden mental, como fue el caso de Adeline Virginia Stephen, quien actualmente es conocida a lo largo y ancho del mundo como Virginia Woolf.

Dama polémica e independiente, su vida fue una existencia atribulada, cuyos problemas no residieron, como en el caso de muchos otros hombres y mujeres que dejaron su huella en la vasta historia de la literatura, en asuntos de índole monetario; sino más bien en su propia personalidad.

Habiendo nacido en una familia de buena posición, formada por el matrimonio conformado por Sir Leslie Stephen y Julia Prinsep Jackson –quien llevaba al momento del enlace con el distinguido señor Stephen el apellido Ducksworth, de su primer marido-, aquella a quienes sus hermanos apodaban “la cabra”, nació un 25 de enero de 1882 en Londres siendo la tercera de cuatro hermanos.

De este modo Virginia creció en compañía de Vanessa, Thoby y Adrian, siendo todos ellos educados en casa por renombrados tutores, siendo numerosas las residencias de los Stephen, la favorita de la novelista fue la casa de verano Tallant House en St. Ives, Cornwall –que utilizó como inspiración para obras como Jacob’s Room (1922), To the Lighthouse (1927) y The Waves (1931)-.

La señorita Stephen sintió así el llamado de las letras a muy corta edad, de modo que editaba un periodiquito llamado “The Hyde Park Gate News”, en el cual trabajó hasta que cumplió 13 años, momento en que al morir su madre sufrió la primera de sus graves crisis nerviosas que la empujaban sin piedad a terribles periodos de depresión.

Siendo parte de un núcleo familiar sumamente conservador, dirigido por Sir Leslie, dogmático caballero inglés, Adeline no pudo ver aplacados sus deseos de entrar en la universidad para continuar su educación, tal y como habían hecho sus hermanos varones al entrar a Cambridge; ni siquiera tuvo la posibilidad de emprender camino en la instrucción alternativa como su hermana Vanessa, quien se inscribió en una academia de Arte para estudiar pintura, con el expreso desacuerdo de sus progenitores.

De esta manera, la escritora optó por ser autodidacta, explotando a su antojo la extraordinaria biblioteca que poseía su padre –quien fue un destacado crítico e historiador de la literatura y primer editor de The Dictionary of National Biography-, leyendo sin descanso todo tipo de obras que iban desde ensayos hasta ricas novelas.

Encontrando solaz en las páginas, su vida real era bastante dolorosa, ya que al vacío dejado por su madre se unió muy pronto la amenaza que representaba su hermanastro George Ducksworth, quien optó por incluirse en la familia Stephen y hacer la vida miserable a la jovencita, ya que requería de ella incestuosas actividades que ella por supuesto aborrecía –esta situación continuó hasta que ella cumplió 20 años-.

Para 1904 falleció su padre, sumiéndose ella en un estado que su sobrino y biógrafo Quentin Bell describió como “locura de todo un verano”; en diciembre del mismo año comenzó a publicar críticas literarias en el diario The Guardian, siendo la primera de ellas acerca de The Son of Loyal Langbrigh de William Dean Howells, estas piezas estaban realizadas con la sapiencia y frescura que caracterizaron su estilo temprano.

Tras las tragedias familiares, los hermanos se reubicaron en Gordon Square en Bloomsbury, donde Thoby tenía por costumbre invitar a sus antiguos compañeros de Cambridge, quienes eran a la sazón un grupo de intelectuales con ideas revolucionarias que pronto fascinaron a la joven Virginia –quien escribía entonces para The Times Literary Supplement-, entre los que se encontraban Duncan Grant, Roger Fry, J.M. Keynes y por supuesto Leonard Woolf.

Con tanta avidez por la diversión como por las ideas, se cuenta que hubo una ocasión en que el Grupo de Bloomsbury –nombre que se dio a Thoby y sus amigos- tuvo a bien llamar al Ministerio de Relaciones Exteriores para dar aviso de una supuesta visita por parte de un sheik de un emirato árabe inventado; cayendo por entero en la broma, los agentes del ministerio invitaron al supuesto sabio a un gran almuerzo al cual se presentaron los amigos disfrazados con túnicas, babuchas y kefihyes, teniendo el honor de interpretar al distinguido y ficticio sheik la propia Virginia quien para la ocasión usaba unos grandes bigotes de utilería –el Ministerio se dio cuenta por supuesto de la farsa…días después-.

Por otra parte el destino tuvo a bien dar otro revés a la familia Stephen, cuando Thoby falleció en 1906 al concluir un viaje por Grecia; la impresión que sufrió entonces la literata fue agravada por la perspectiva de alejarse de su amada hermana Vanessa, quien por esos días anunció su compromiso con Clive Bell, hecho que llevó a Virginia y a Adrian a trasladarse a Fitzroy Square.

Ya en este momento, el corazón del brillante Leonard Woolf había quedado capturado por la inestable Virginia, atreviéndose él a pedir su mano en enero de 1912, aceptando ella hasta mayo, debido a que tenía considerables dudas sobre el matrimonio –se le relacionó luego sentimentalmente con algunas mujeres, siendo la principal Vita Sackville-West-.

No obstante, en poco tiempo Leonard se mostró como un marido comprensivo, devoto y afectuoso, dedicando a su esposa una gran cantidad de tiempo y ayuda. Habiendo Mrs. Woolf realizado su primera incursión en el mundo literario serio en 1908 con una obra de teatro titulada Melymbrosia –que se transformó en la novela The Voyage Out, su esposo decidió montar una imprenta –Hogarth’s Press, que él dirigió hasta su muerte en 1969- para evitar a su mujer la presión de las casas editoriales.

Poco a poco y con una gran constancia, Virginia Woolf le dio forma a varias grandes obras –solía sentarse a solas en su habitación para escribir-, siendo la principal –para la mayoría de los críticos- To The Light House, sin que deban dejarse de lado algunas otras como Mrs. Dalloway (1925) –considerada como una de las novelas más atrevidas sobre los efectos de la Primera Guerra Mundial-; en las cuales uno de los rasgos principales es la manera como logró hacer que situaciones cotidianas se reflejaran en un amplio espectro de emociones y sentimientos albergados por los distintos personajes.

En este sentido, fue junto con James Joyce (Ulises, 1922) y Thomas Stearns Elliot (Murder in the Cathedral, 1935), víctima de severas críticas –las cuales eran sufridas con agonía por la autora, ya que consideraba a sus escritos como parte de sí misma, como si fueran sus hijos-, llegando a ser calificados como ineptos; sin embargo tales oprobios no encontraron eco en la sociedad, transformándose los tres en los precursores de un nuevo estilo de escritura en Gran Bretaña.

Terminando su vida triste y dramáticamente, sumida en profunda depresión Virginia abandonó a Leonard y a su amada literatura un 28 de marzo de 1941, terminando su agobiada existencia en el río Ouse al cual entró, para morir, con piedras en los bolsillos, demostrando que Leonardo Da Vinci tuvo razón cuando dijo: “Donde hay más sensibilidad, allí es más fuerte el martirio”. 

FUENTES:

“Three dramas of emocional conflict”. Aut. Edna O’Brien. The New York Times. 3 de marzo 1985.

“Virginia Woolf: Del laberinto a la luz”. Aut. Sergio Pitol.  Periódico La Nación. México, 16 de febrero 1993.

“The voyage in”. Aut. Claudia Roth Pierpont. The New York Times Magazine. 1996.

“Virginia Woolf y la multitude: Ese lobo feroz”. Aut. Marta Blanco. El Periodista No. 33. 31 marzo 2003.

“Virginia Woolf, ¿bipolar?” Periódico El Universal. México. 26 de enero 2010.

“Virginia Woolf”. Aut. Traducción de Teresa López Rodríguez. Universitat de València Press. Adaptada de la información de H.W. Wilson Company Inc.

“Virginia Woolf, una víctima de su tiempo”. Aut. Fernando V. Espinosa. www.ciudadanas.org


El filo de la rosa: Christine de Pizan

18 enero 2010

Christine de Pizan

Por: Patricia Díaz Terés

“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”.

Simone de Beauvoir

Cuando son revisados los textos escritos por grandes literatas, poetas e intelectuales como Virgina Woolf, Isabel Allende, Ikram Antaki, Jane Austen o Agatha Christie, muchas veces se desconoce el hecho de que estas famosas damas, portan orgullosamente el estandarte legado por una joven escritora del medioevo que tuvo que enfrentarse a una prejuiciosa sociedad.

Corría ya la segunda mitad del siglo XVI cuando en la hermosa ciudad de Venecia, el matrimonio Di Pizzano vio nacer a la niña que cambiaría la forma en que el mundo medieval, observaba y juzgaba a todas las mujeres de la época: Christine de Pizan.

Habían pasado sólo cuatro años de tal acontecimiento, cuando el brillante Tomasso di Benvenuti di Pizzano, astrólogo y médico reconocido, fue llamado a la corte del rey francés Carlos V de Valois -de sobrenombre El Sabio-, para que fungiera como consejero personal del monarca.

De esta manera la familia italiana se trasladó a París, donde pudieron disfrutar durante mucho tiempo de los favores reales, de forma que les fue permitido vivir en una casa prestada por el soberano; a la vez que la pequeña Christine era educada cual si fuese una princesa.

Sin embargo, la jovencita poseía algo inusual para una señorita de su tiempo: un intelecto activo y curioso, ávido de información y conocimiento.

De haber tenido otro padre, seguramente la chiquilla hubiese sido reprendida y reprimida; no obstante, Tomasso siempre había tenido la ilusión de engendrar un hijo varón, al no haberle sido concedido su deseo, pasó por alto el hecho de que su hija pertenecía al género femenino y le dio acceso a la Bibliothéque Royale, a la cual el propio Carlos V había donado ya más de mil volúmenes antes de ascender al trono.

De este modo, Christine desarrolló un gusto poco frecuente en las féminas medievales por los libros, en especial aquellos que trataban de poesía o política, y poco a poco ejercitó un pasatiempo que posteriormente sería su medio de subsistencia, la escritura.

Habiendo ya desafiado un buen número de costumbres de la época, a la muchacha no le fue permitido por su madre escapar a una de las más arraigadas –y por lo general frustrantes- tradiciones, el matrimonio convenido; a pesar de esto, nuestra avispada y adolescente literata –contaba a la sazón con 15 años– corrió con bastante suerte en el particular, ya que se desposó con Etiènne du Castel, un hombre de 24 años que fungía entonces como notario y secretario real.

Y he aquí que la excepción hace a la regla. En un periodo en el cual los matrimonios por lo regular estaban llenos de tristeza e infelicidad debido a la falta de amor conyugal, Christine y Etiènne estaban locamente enamorados. y vivieron muy felices en compañía de sus tres hijos durante diez años; terminada esta luminosa década, la desgracia empezó a cernirse sobre la familia.

La muerte empezó a rondar entonces muy cerca de Christine, llevándose en primer lugar al rey Carlos V en 1380, tras lo cual se desvanecieron los privilegios de los cuales gozaban su padre y su marido; y poco después ellos también fallecieron, en 1387 y 1389 respectivamente.

Y fue así como Christine de Pizan tuvo que enfrentar sola su destino. Con tres hijos que mantener y habiendo quedado además a cargo de su madre y una sobrina, la joven de 25 años se vio en la necesidad de comenzar a luchar para subsistir.

Así, inició una lucha con la Corte francesa, ya que ésta debía a su esposo una gran cantidad de dinero; de igual forma, peleó aguerridamente en Italia para que las tierras pertenecientes a su progenitor pudieran ser por ella heredadas –pasando por alto las leyes que impedían este legado-.

Catorce fueron los años que tardó el conflicto en solucionarse; mientras tanto, Christine y su familia se vieron obligados a vender sus posesiones para poder colocar algo de comida en la mesa. Sin embargo, de espíritu valeroso y esperanza inquebrantable, la viuda no se dio por vencida, recurriendo al patrimonio más valioso que su padre le había dejado: sus conocimientos y desarrollado intelecto.

Poco tiempo después de haber vivido la muerte de su esposo, la dama buscó santuario en su lugar favorito, la biblioteca; pero poco a poco estos escapes de la realidad se transformaron en su medio de subsistencia, ya que cada vez que empuñaba su pluma, la tinta corría para formar textos que eran admirados por muchas personas dispuestas a pagar por ellos una buena cantidad de dinero.

Su refugio se convirtió entonces en su despacho. Inició su carrera literaria escribiendo algunas baladas como Cent Ballades d’amant et de dame o Ballades du veuvage, que adquirieron gran fama –en especial entre la nobleza-, llegando a tener ediciones ilustradas –por talentosas mujeres que trabajaban en un taller dirigido por la autora-, de las cuales la reina Isabel era gran aficionada.

De esta manera, Christine escribía sobre política, derecho, estrategia militar o ética; a la vez que componía poesías, baladas, rondós o elaboraba biografías.

Al conjugarse en ella talento, juventud y sabiduría, fue por supuesto blanco de numerosos ataques, especialmente por parte de aquellos hombres que vivían una ideología en la cual una mujer era sólo un cúmulo de defectos, entre los que se encontraba la mentira, la infidelidad, la charlatanería, el engaño, la brujería, la avaricia y la volubilidad, entre muchísimos otros.

Dominando en la sociedad textos como los elaborados por Jaime Roig, Andreas Capellanus o Alfonso Martínez de Toledo, existió un manuscrito particular que indignó a tal grado a Christine, que la obligó a refutarlo directa y severamente. Se trató de la segunda parte del poema Le Roman de la Rose, escrito por Jean de Meung y apoyado por el preboste –funcionario público elegido por el Rey- de Lille.

Ante tal afrenta, la autora respondió con Epistre Cristine au Prevost de Lile, en voyé por la dicté conte Le Roman de la Rose (1398), carta que fue esquivada por el funcionario y apoyada por Jean Gerson, canciller de la Universidad de París, en la que Meung impartía una cátedra.

Así se creó la Orden de la Rosa –en defensa de las mujeres- y se provocó la llamada Querelle de la Rose, que se extendió hasta el siglo XVII y de la cual surgieron nombres de brillantes féminas como Margueritte de Navarra y María de Zayas, entre otras.

En 1405 Christine alcanzó su apogeo como escritora con La Cité des Dames (La Ciudad de las Mujeres), historia en la que tres damas –Razón, Justicia y Rectitud-, encargan a la autora crear una ciudad habitada y gobernada por mujeres; así el argumento fue aprovechado para abordar numerosas virtudes femeninas como la paciencia, sabiduría o fidelidad, mismas que habían sido omitidas en el pasado por clérigos, escritores o trovadores.

La vida de Christine de Pizan terminó en un lejano monasterio, poco después de haber escrito una magnífica obra sobre otra heroína de la época, Juana de Arco. Y es así como esta tenaz dama se convirtió en la primera escritora de la historia; una mujer arriesgada sin la que, sin duda, muchas de nosotras no gozaríamos del placer de la palabra escrita, por lo que debemos agradecer a esta valiente mujer quien en una oscura época, puso en práctica las palabras de Mariano José de Larra: “La inteligencia ha sido en todos los tiempos la reina del mundo y ha vencido las preocupaciones”. 

FUENTES:

“Misoginia en la Edad Media”. Aut. Pilar Cabanes Jiménez. Revista Arqueología, Historia y viajes sobre el mundo Medieval. No. 21. España.

“Vivir de la Escritura”. Aut. Elena Almirall. Revista Historia y Vida No. 491. España.

“La Juana de Arco de las Letras”. Aut. Elisabet Tiera. Revista Clío No. 93. España.