Por: Patricia Díaz Terés
“Todo hombre tiene tres variedades de carácter: el que realmente tiene; el que aparenta, y el que cree tener”.
Jean Baptiste Alphonse Karr
Al escuchar su nombre siempre nos vienen a la mente imágenes como una rubia asesinada en la ducha, una parvada de aves furiosas, un hombre en silla de ruedas espiando a sus vecinos o un confundido sujeto huyendo despavorido ante el ataque de una avioneta; estas y muchas legendarias estampas más son obra del inconfundible e irrefutable Maestro del Misterio, Alfred Hitchcock.
Recordado siempre como un hombre entrado en años, de gruesa constitución y escaso cabello, lo cierto es que Hitchcock no tuvo siempre esa misteriosa y atractiva presencia, que hizo de su retrato un ícono en el ámbito del cine y la literatura de misterio.
Corría el mes de agosto del último año del siglo XIX cuando en la ciudad de Londres nacía, el día 18, Alfred Joseph hijo de William y Emma Hitchcock, siendo el último vástago de la pareja, la cual en la familia ya contaba con William de 9 años y Nellie de 7. Estando separado de sus hermanos por la diferencia en edades, aprendió a convivir consigo mismo, siendo un muchachito retraído y solitario.
Criado en las conservadoras costumbres de una familia estrictamente católica, con un padre dedicado al comercio de aves y vegetales, sus progenitores decidieron que la institución adecuada para llevar a cabo su educación era el colegio jesuita Saint Ignatius College, donde –a través de severos métodos- logró forjar ese carácter que durante toda su vida le permitió tener muy en claro el límite entre el bien y el mal, mismo que se empeñaba en no traspasar en ocasión alguna.
Sin embargo, la fortuna volteó la cara a la familia Hitchcock al fallecer el padre cuando Alfred tenía solamente 15 años. Así, se vio obligado a aceptar un trabajo en la Henley Telegraph and Cable Company. Siendo un jovencito de brillante inteligencia, este rutinario trabajo le aburría, por lo cual buscaba en los estudios el complemento necesario para su inquieto intelecto, de manera que se avocó a tomar cursos de mecánica, electricidad, herrería e historia del arte, intentando incluso la ingeniería.
Al mismo tiempo, el joven Hitchcock tenía sensibles inclinaciones hacia el cine y la literatura, de manera que en sus horas libres leía autores como Chesterton o Flaubert, siendo Edgar Allan Poe quien logró impresionar su adolescente imaginación con mayor profundidad; de igual manera, devoraba con avidez todo filme norteamericano al cual podía acercarse y revisaba cuanto reportaje sobre estrellas del séptimo arte llegaba a sus manos.
Su gran oportunidad para realizar su sueño llegó al conseguir un trabajo como rotulista en la Famous Players-Lasky, un estudio cinematográfico en el cual sentó las bases de su carrera. De este modo, gracias a sus diversas habilidades, ascendió rápidamente ocupando varios puestos –en ocasiones varios al mismo tiempo- ejerciendo como dibujante, director de arte, dialoguista e incluso codirector.
Con cualidades natas de liderazgo, no fue del todo una sorpresa cuando el productor Seymour Hicks ofreció al novato Alfred la dirección de la cinta Always Tell Your Wife en 1922, después de que el director original, Hugh Croise, fuese despedido.
Pero sin lugar a dudas fue en la nueva productora de su amigo y mentor Michael Balcon en donde encontró el mejor campo para comenzar a formarse como director. También ahí encontró al amor de su vida, su complemento y opuesto, Alma Reville una menuda jovencita con pinta de intelectual, con quien convivió durante el rodaje de The Blackguard en los estudios Ufa ubicados en Berlín.
Alfred y Alma se casaron en 1926 y al año siguiente vieron el primer resultado de su colaboración profesional en la cinta The Pleasure Garden por él dirigida; continuando durante un tiempo con el cine mudo realizó Easy Virtue y The Ring, incursionando en el ámbito sonoro con Blackmail en 1929.
En los inicios de su carrera Hitchcock probó gran cantidad de géneros cinematográficos, siendo su primera cinta de suspenso The Lodger (1926). Este rubro causaba en el director una extraña fascinación, ya que se sabe que siempre se encontraba leyendo las sórdidas historias sobre asesinatos incluidas en los tabloides de la época, a la vez que visitaba con frecuencia el Black Museum de Scotland Yard y presenciaba los juicios de asesinatos en Old Bailey.
Combinando esta afición con su característica minuciosidad y dedicación en el trabajo –la cual llegaba a ser obsesiva- Hitchcock realizó memorables cintas como Agente Secreto, Sabotaje o Alarma en el Expreso; pero el director necesitaba más y por ello decidió trasladarse a Hollywood en el año de 1939, en donde se “asoció” con David O. Selznick, productor del filme Lo que el Viento se Llevó.
Hitchcock buscaba una cosa durante sus rodajes: precisión. Su formación técnica lo ayudó a crear el storyboard –un guión ilustrado- con detalladas especificaciones técnicas, las cuales ocasionaban una larga preproducción pero una filmación exacta; de igual manera el Maestro del Suspenso siempre intentó tener absoluto control sobre sus películas, de manera que se involucraba en todos los procesos que conlleva la realización de una cinta, desde la preparación del guión, la selección de los actores, la fotografía y sobre todo la edición.
Pero pocos productores tienen la paciencia o la confianza suficiente en un director como para dejarlo hacer su voluntad en un producto en el cual están invirtiendo miles y a veces millones de dólares; por tal motivo, Alfred vio que la única manera de hacerse con el control absoluto era hacer su propia productora, lo cual llevó a cabo junto con su amigo Sidney Bernstein en la Transatlantic Pictures.
También gustaba de manejar a su antojo a sus actores –por lo regular estrellas de renombre como Sean Connery, James Stewart, Grace Kelly, Janet Leigh o Tippi Hedren-, Joan Fontaine explicaba, después del rodaje de Rebeca (1940), que la técnica de Hitchcock consistía en dividir a los intérpretes, no los dejaba convivir en el set, de modo que los dirigía personalmente y los sorprendía continuamente con pesadas bromas o comentarios mordaces, mismos que resultaban en un ambiente relajado.
Haciéndose millonario con el paso de los años –debido a sus películas, sus acciones en Universal Studios y numerosas regalías-, Alfred Hitchcock dejó en su filmografía películas extraordinarias como Vertigo (1958), Psicosis (1960), El Hombre que Sabía Demasiado (1934-1956) o Extraños en el Tren (1951); asimismo regaló a la literatura de misterio numerosos relatos y a la televisión una larguísima serie titulada Alfred Hitchcock Presenta; convirtiéndose así en un sinónimo de las producciones de misterio, pero también de calidad en las mismas, ya que sus innovadoras técnicas fílmicas dejaron un valioso legado para cineastas de la talla de Steven Spielberg o Stanley Kubrick.
Tímido, solitario, controlador, bromista o enérgico, Alfred Hitchcock fue un versátil personaje que sintió una verdadera pasión por el cine, respetándolo tanto como a sí mismo y luchando siempre por mantener una independencia para “su” arte, aún a pesar de los productores, con quienes en la mayoría de las ocasiones tuvo importantes diferencias. Y así, el Maestro del Suspenso ilustra muy bien lo que Ralph Waldo Emerson dijo alguna vez: “El carácter es como el acróstico (…): puede leerse desde el principio, desde el final o en cruz: siempre dice lo mismo”.
FUENTES:
“El Cine”. Ed. Larousse. Barcelona 2002.
“Hitchcock: El crimen perfecto, el cine perfecto”. Aut. Susana López Aranda. Cinemanía No. 137. México, febrero 2008.
“Alfred Hitchcock: El arquitecto de la angustia”. Aut. Paul Duncan. Ed. Taschen. Italia, 2003.
“That Bloody Shower and its violent offspring”. Aut. Michiko Kakutani. The New York Times. E.U. Dic. 2003.