Parejas de palabras: Amor en las páginas I

17 febrero 2014
Elinor (Hattie Morahan) y Edward (Dan Stevens) en la miniserie de T.V. Sense & Sensibility (2008)

Elinor (Hattie Morahan) y Edward (Dan Stevens) en la miniserie de T.V. Sense & Sensibility (2008)

Parte I

Por: Patricia Díaz Terés

Ama un solo día y el mundo habrá cambiado”.

Robert Browning

Habiendo pasado hace pocos días la fecha tan celebrada conocida como San Valentín, en esta ocasión revisaremos algunos de los romances que, desde el papel, han marcado la imaginación de miles de personas en todo el mundo, y en ocasiones, durante cientos de años.

Me permito en este punto hacer la aclaración cotidiana en este tipo de escritos, advirtiendo a mi amable lector que la selección de obras que aquí se presenta es de carácter meramente arbitrario, sirviendo únicamente a los fines de la autora, por lo que no se consideran necesariamente por su calidad literaria o popularidad, del mismo modo que no se trata a los autores en orden cronológico. Asimismo me permito avisar cordialmente que este artículo contiene spoilers literarios.

Comencemos pues con aquella pareja que ha sido abordada hasta el cansancio desde todos los puntos de vista que puedan existir, haciéndose de la misma tantas versiones como autores, cineastas, directores de cine, dibujantes y pintores decidieron tomarla como punto de referencia, hablamos por supuesto de Romeo y Julieta (escrita presuntamente en la última década del siglo XVI). Sin ser aquí la intención hacer un análisis de ningún tipo sobre la obra escrita por William Shakespeare, mencionaremos únicamente que esta emblemática pieza colocó las bases de una fórmula recurrente tanto en la literatura como en el séptimo arte: el amor imposible; y es que Romeo y Julieta se presentan como dos adolescentes apasionados, impresionables y bastante atolondrados, quienes a primera vista se enamoran el uno del otro, importándoles poco o nada el hecho de que sus poderosas familias –los Montesco y los Capuleto, respectivamente-, residentes en Verona, Italia, encontrábanse en un estado de enemistad permanente, lo cual convierte la relación de los enamorados en imposible. Dejando de lado el terrible final de la historia, en la que a causa de un mensaje perdido el “brillante” Romeo decide quitarse la vida al ver a su adoradísima Julieta en brazos de la Muerte, deceso que a su vez lleva a la devastada Julieta a dejar este mundo terrenal para siempre cuando descubre a su lado el cadáver de su amado y tonto caballero; Romeo y Julieta presenta el amor inocente e ignorante, aquel que hace que los involucrados piensen que pueden vencer al mundo, no con acciones lógicas, sino con acciones de una pasión arrebatadora, coronándose con un trágico final que inmortaliza a la pareja.

Mucho más mesurados resultan los personajes creados por la autora Jane Austen (1775-1817). Hablaremos aquí de dos de sus obras: Sentido y sensibilidad –también conocida como Sensatez y sentimiento–  (1811) y Orgullo y prejuicio (1813). En el primer caso encontramos la historia de la familia Dashwood, conformada por una madre recientemente viuda y tres hermanas: Elinor, Marianne y Margaret. Dándole las cualidades dominantes de las dos hermanas mayores el nombre a la novela, Elinor Dashwood es una dama ecuánime y discreta, quien tiene como norma para su vida el colocar siempre el pensamiento por encima del sentimiento, centrándose su personalidad en el deber y el honor. Por su parte, su hermana Marianne es una chica vivaz y espontánea, quien cree en los amores eternos y apabullantes, que despiertan en el alma de los amantes una serie de ígneas emociones que consumen a la dama o al caballero, quienes han de llegar, según su soñadora perspectiva, a necesitarse tan desesperadamente que no puedan vivir el uno sin el otro.

En la trama de Orgullo y prejuicio, Elinor se enamora de Edward Ferrars, hermano de su detestable cuñada Fanny. Edward, por su parte, es un hombre cabal, íntegro, honesto y decente, pero que tiene un pequeñísimo inconveniente en cuanto a la señorita Dashwood se refiere, pues nuestro flamante protagonista está ya comprometido -en secreto por supuesto ya que la posición social de ambos es absolutamente dispar- desde hace algunos años con la caprichosa Lucy Steele. Sin haber dicho nada ni Dashwood ni Ferrars sobre el mutuo afecto y atracción que sienten, Elinor se convierte involuntariamente en la confidente de Steele, debiendo soportar las narraciones de esta sobre el gran y triste amor que vive junto a su común amado. Antes de que el final feliz los lleve al altar, Elinor y Edward, cada uno de manera independiente, llegan a la conclusión absurda de que lo más importante es cumplir con la palabra dada, la cual llevaría a Ferrars, sin remedio, a embarcarse en un odioso matrimonio en el que ni él ni Lucy alcanzarían la felicidad, salvando sin querer la situación el hermano menor de Ferrars, Robert, quien termina quedándose con la herencia -que le es arrebatada al primogénito tras hacerse el compromiso de dominio público ante la furia implacable de su conservadora madre y su ambiciosa hermana- y con la novia de Edward.

El honor y el deber –además de la “insensatez emocional”- son los elementos presentes en la pareja de Elinor y Edward, quienes estaban dispuestos a renunciar a su amor legítimo con el único objetivo de no romper un compromiso hecho de manera precipitada tiempo atrás. Afortunadamente, ambos entran en sus cabales –por eventos circunstanciales únicamente, pues para ser felices debían haber tomado tal decisión aún sin existir la intervención de Robert– y pueden compartir una vida sencilla, haciéndose él pastor en la propiedad de su amigo, el coronel Brandon, mientras ella, ahora convertida en una hacendosa y consciente esposa, cuida de su modesto pero hermoso hogar.

Más accidentada todavía resulta la historia de la audaz Marianne, quien pone sus ojos en un galante caballero que la rescata de un infortunio que ella tiene en la campiña cercana a su hogar, siendo el salvador un hombre de rancio abolengo de nombre John Willoughby. En menos de un parpadeo la jovencita se enamora de su príncipe encantado, quien a su vez capta el candor de la damisela. Atrapados en una vorágine de emociones insensatas, pues poco han hablado de un futuro real y compartido, ambos dan paso a la pasión –en la medida del recato que Jane Austen muestra en todas sus obras-, quedando ambos prendados el uno del otro. Sin embargo, el oscuro pasado de Willoughby lo alcanza, dándose a conocer que no es hombre cabal, sino un canalla que ha dejado abandonada a una joven que él ha embarazado. Despojándolo tal hecho de su fortuna al desheredarlo su tía, el “caballero” sopesa su futuro contemplando una pobreza inevitable con el amor de su vida, o una abundancia tentadora en brazos de una dama de alta alcurnia de apellido Grey.

Resulta aquí que las ideas románticas de Marianne y todo su cariño nada pueden hacer en contra de la cartera vacía de su amado, quien abandona a la señorita Dashwood sin una palabra sobre la razón de su alejamiento, hasta que ella se entera de que su adorado está próximo a contraer matrimonio con una dote –que no con la mujer- sustanciosa. Ahogada por la pena, la jovencita pesca una terrible enfermedad salvándose de milagro, otorgando entonces sus energías a un amor mucho más sosegado con el coronel Brandon quien, a pesar de ser varios años mayor que ella –poco más de una década-, le profesa un devoto y tierno cariño que lo llevaría a atravesar las puertas del Averno por ella de ser necesario, aun cuando su flemática apariencia poco deja entrever de tan grandiosa pasión.

De este modo, la pareja sensata es conquistada por la sensibilidad y la dama sensible es capturada por la sensatez, demostrando entonces Austen que no es sino un equilibrio de ambas condiciones la que lleva a las parejas a tener aquel  final feliz que le fue negado a Romeo y a Julieta.

Avasalladoras pasiones y famosos amores cuasi imposibles han sido hasta aquí abordados, dejando para la próxima entrega la revista de otras parejas que se han hecho un lugar en los corazones lectores de todo el mundo.

 

FUENTES:

“Romeo y Julieta”. Aut. William Shakespeare. Panamericana Editorial. Colombia, 2013.

 “Orgullo y prejuicio”. Aut. Jane Austen. Alianza Editorial. España, 2009.

 “Sensatez y sentimiento”. Aut. Jane Austen. Grupo Editorial Tomo. México, 2012.


El telón entre las tapas: Cuando la literatura visita Broadway

28 noviembre 2011

Garou como el Jorobado en el musical Notre Dame de Paris

Por: Patricia Díaz Terés

«Escribir teatro es el trabajo más difícil que más fácil parece».

Enrique Jardiel Poncela

Dijo el escritor francés Francis de Croisset que la lectura es aquel viaje que realizan quienes no pueden tomar el tren…Pero probablemente el literato no se refería exclusivamente al traslado meramente espacial que permite al individuo conocer los distintos lugares del mundo; sino que seguramente hablaba sobre esos viajes físicamente imposibles, los cuales requieren de un boleto tan magnífico que es gratuito, la imaginación, con la cual podemos ubicarnos en maravillosos mundos ficticios, épocas remotas o futuras, trayendo a la vez a la vida aquellos personajes a quienes sus creadores nos han permitido conocer a través de las páginas de cuentos, poemas y novelas.

Siendo el proceso de la escritura de un relato –que puede ser en prosa o verso- ya de por sí complejo, son solo algunos pocos elegidos quienes poseen la habilidad de colocar por escrito, y de manera tanto coherente –lo que depende del estilo- como bella, las historias observadas en su mente, teniendo sin embargo los autores –de novelas por ejemplo- la extraordinaria ventaja de no tener límites, pudiendo su creación tener una, dos o mil páginas –aunque desgraciadamente ningún talento puede asegurar la constancia del lector ni la edición del texto- en las que describen personajes y situaciones.

Mucho se ha dicho de la reticencia existente en las sociedades actuales hacia la lectura, tristemente una gran cantidad de jóvenes –y adultos- andan por la vida campantemente sin saber quiénes fueron Homero, Shakespeare, Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Virginia Woolf, Arthur Conan Doyle o Lewis Carroll; y no es que esto sea una catástrofe en sí misma -cada quien puede ser feliz en su ignorancia-, pero sí resulta un tanto desalentador para los nuevos escritores.

No obstante hay otro grupo de escritores que se han dado a la titánica tarea de dar a conocer al público no aficionado a las letras, esas vastas y deliciosas obras de la literatura universal, aderezándolas con música y canciones, recreando la novela original en un libreto para teatro en el cual tienen que tomar la difícil decisión de dejar fuera cierto material que para el propósito escénico no resulta adecuado; y seleccionando la línea de acción más pertinente para la obra musical que están creando. En este sentido seguramente Dale Wasserman, el libretista de Man of La Mancha –adaptación nada menos que de El Quijote de Cervantes– se vio en complicada situación para adaptar la más grande obra de la literatura de habla hispana, para las poco más de dos horas que dura el montaje.

Partamos de momento de la literatura inglesa, cuna del escritor por excelencia, William Shakespeare. Si alguien le hubiese dicho a nuestros bisabuelos que Julieta iba a bailar con su Romeo en un escenario, a ritmo de música pop, mientras eran acechados por una dama vestida de blanco que interpreta a la muerte -cuyos extravagantes movimientos de danza contemporánea logran a la perfección su escalofriante propósito-, a la vez que los Montesco –caracterizados por el color azul- y los Capuleto –vestidos de rojo- se enfrentaban en un dancístico duelo; seguramente nos hubieran calificado como irreverentes o algo similar. No obstante, este montaje estrenado en París en 2001 con el nombre Romeo et Juliette, de la Haine à l’Amour, con música y letra de Gérard Presgurvic, es una novedosa propuesta que contiene una de las canciones más famosas de los últimos tiempos, Les Rois du Monde, escuchada con frecuencia en la radio o en las fiestas –especialmente en las de 15 años-.

De igual manera, otros montajes de esta trágica obra han sido aún más libres como es el caso de West Side Story (1957) en la que en lugar de dos poderosas familias de Verona, se trata de dos agresivas pandillas neoyorquinas las que quieren separar a los amantes. Otras adaptaciones “shakespearianas” han sido las estrambóticas Rockabye Hamlet (1976) y Hamlet Cha-cha-cha (1987), así como Return to the Forbidden Planet (1989) basada en La Tempestad (1611).

Continuando con la literatura británica podemos mencionar a Oscar Wilde, cuyas creaciones han sido una buena fuente de inspiración para guionistas como Anne Croswell, quien logró adaptar adecuadamente La importancia de llamarse Ernesto (1895) al musical Ernest in Love (1960); o para la obra independiente Canterville Ghost (2000) producida por Across the Bridge Theatricals. Tenemos también a Charles Dickens, cuya novela Oliver Twist (1837) se transformó también en 1960 en el exitoso musical Oliver!, cuya “ventaja” sobre el libro es haber simplificado a los personajes, logrando que el público se involucrase con mayor facilidad en la historia. En tan notable como particular lista puede incluirse también a Sir Arthur Conan Doyle, cuyos inmortales personajes, fueron llevados al escenario de los musicales en Sherlock Holmes, The Musical (1988), escrito por Leslie Bricusse, inventando este a una supuesta hija –de nombre Bella– del archienemigo de Holmes -el profesor Moriarty- cuyo odio por el detective es aún más encarnizado que el de su propio progenitor. 

Por su parte, los franceses como Alejandro Dumas (padre e hijo), han sido la inspiración para musicales como The Count (2006), producción de Creative Ventures escrita por Paul Nasto y David Whitehead, quienes se basaron en El Conde de Montecristo (1844) del jefe de la familia Dumas; o The Three Musketeers (2009) una producción coreana basada en el trabajo de Michal David (música) y Lou Fananek Hagen (libreto), que lograron adaptar Los tres mosqueteros (1844). Por su lado Victor Hugo ha propiciado el surgimiento de obras increíbles entre las cuales destaca Notre Dame de Paris (1998) –basado en Nuestra Señora de París (1831)- en la que las letras de Luc Plamandon, la música de Richard Cocciante y el fabuloso trabajo de cantantes y actores como Garou, Hélène Ségara, Daniel Lavoie o Bruno Pelletier, transportan al público al París del Renacimiento con hermosas canciones, dejándole comprender perfectamente el carácter y situación de cada uno de los personajes.

Mención aparte merece Les Misérables (1980) -basado en la historia homónima (1862) de Victor Hugo-, cuyo trabajo musical realizado por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg ha logrado cautivar al público de todo el mundo, dejando en la memoria colectiva canciones como I Dreamed a Dream, One Day More o Eponine’s Errand, siendo una de las puestas en escena con mayor duración en los famosos escenarios del West End de Londres y el neoyorquino Broadway.

Los clásicos de terror por su parte, no han estado exentos de estas llamativas adaptaciones, encontrándonos así con El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde (1886) de Robert Louis Stevenson que dio lugar a Jekyll & Hyde (1990), escrita por Leslie Bricusse; o con Drácula (1897) de Bram Stoker,  queha sido objeto de adaptaciones un tanto estrambóticas como Dracula: Sex, Blood and Rock N’Roll de Julia Gregory o la más “formal” e impactante Dracula, The Musical (2004) realizada por Des McAnuff, Christopher Hampton y Don Black. Cabe mencionar también a Frankenstein o el Prometeo moderno (1818), de Mary Shelley, cuya adaptación argentina Frankenstein, el musical de un alma perdida, escrita por Tiki Lovera y Gustavo Arduini ha sido gratamente aceptada, así como la producción de Broadway Frankenstein, The Musical (2007), la cual no fue bien recibida por la crítica pero aclamada por el público, surgiendo verdaderos fanáticos de la adaptación de Gary P. Cohen.

Dejando aún en el tintero infinidad de obras de la literatura adaptadas como musicales, es posible decir que no importa si se ha tratado de espectaculares producciones u obras universitarias o de teatro independiente, los clásicos siguen y seguirán inspirando a los libretistas del teatro musical, ya que como decía la escritora francesa conocida como Colette: “Escribir solamente conduce a escribir más”.

*Este artículo lo dedico a mi gran amigo Sergio Álvarez, guionista y director de teatro musical, quien se ha dado a la tarea de impulsar este género en la ciudad de Puebla.

PARA CONOCER:

Frankenstein, el musical de un alma perdida: http://www.youtube.com/watch?v=lWDGWvm6_0M

Jekyll & Hyde en el montaje protagonizado por David Hasselhoff: http://www.youtube.com/watch?v=H1Pyjw_ZnD8&feature=related

Los Miserables. Montaje mexicano: http://www.youtube.com/watch?v=H8hJTRucL3A

Notre Dame de Paris: http://www.youtube.com/watch?v=aBXeXBpTVOk

Romeo et Juliette: http://www.youtube.com/watch?v=yJ6UMyOKyBc

Sherlock Holmes The Musical: http://www.youtube.com/watch?v=eN_y0E9j8T8

The Count of Montecristo. Montaje de Ithaca College. Escrito por Brett Boles: http://www.youtube.com/watch?v=VPXOwW0B0CQ

FUENTES:

“Shakespeare on Broadway: From play to book”. Aut. Paula Pina. IV Congresso Internacional da Associaçao Portuguesa de literatura comparada.

“Give our regards to Broadway: 10 best books turned musicals”. Aut. Sarah Cahill. www.wordandfilm.com. Julio, 2011.

“Ernest on Stage: Louis Edmonds Plays Wilde”.  www.darkshadowsonline.com

“Frankenstein, el musical que faltaba”. Aut. Susana Freire. www.lanacion.com.ar

“Les Misérables, Starmania, Notre Dame de Paris”. Aut. Olivier Marteau. www.francomix.com. Oct. 2006

“Andrew Lloyd Webber: Career Details”. http://encyclopedia.jrank.org  

“Julia Gregory”. ConnotationPress.com

www.cantervilleghost.com

www.frankensteinthemusical.com

www.frankwildhorn.com

www.guidetomusicaltheatre.com  

www.musicalthreemusketeers.com  

www.paulnasto.com  


Arte ¿maldito?

21 junio 2011
 
Macbeth del director Charles Fee

Por: Patricia Díaz Terés
“La superstición trae mala suerte”.
Umberto Eco

¿Qué tienen en común un salero, un gato, una escalera, un espejo y un paraguas? A primera vista la respuesta debería ser “nada”; sin embargo si se tiene algún conocimiento de la cultura popular de países como México, encontraremos que todos estos elementos son el objeto de arraigadas supersticiones, según las cuales, si no se contrarrestan los nefandos efectos con los rituales adecuados, una persona puede llegar a romper una amistad, enfrentar catástrofes o simplemente experimentar varios años de mala suerte (?).

Ahora bien, estas mágicas características a lo largo de la historia han llegado a adjudicarse no sólo a objetos, sino también a ciertos productos del arte como obras de teatro –cuyo ámbito está de por sí lleno de supersticiones como la referida a los infortunios ocasionados por el empleo de dinero o joyas reales en el escenario o bien la que menciona al 23 de noviembre, como día en que supuestamente cualquier teatro puede ser víctima de las “diabluras” cometidas por el espíritu de Thepsis a quien, precisamente en este día, se atribuye haber dicho la primera línea individual en la Grecia del 534 A.C.-, pinturas o películas, surgiendo en torno a ellas un sinnúmero de leyendas que les proporcionan un aura de mal agüero.

En estas condiciones podemos encontrar uno de los más famosos ejemplos en la obra teatral Macbeth –también conocida como “la Escocesa”-, escrita por el británico William Shakespeare en 1606 , cuyo montaje al parecer ha sido el blanco de alguna maldición ya que a lo largo de los años se han suscitado en él extraños accidentes. De este modo, la primera producción de la que se tiene conocimiento tuvo lugar en el año mismo de su creación, realizada esta para el rey Jaime I, para posteriormente haber sido abandonada hasta 1667 año en que se reinventó en un musical de carácter ligero cuya intención era retirar del contexto la “malignidad” implicada en el texto original, teniéndose como resultado un trío de brujas cantantes y un ballet aéreo (!).

Para 1707, durante la severa represión puritana, se hizo una producción similar a la anterior coincidiendo este hecho con la peor tormenta que ha pasado por Inglaterra, en la cual fallecieron 500 marineros, el poblado de Bristol fue destruido y la capital severamente dañada; por supuesto esta conjunción en los hechos llevó a los recalcitrantes conservadores a decir que había sido la ira de Dios, despertada por el montaje shakesperiano, la que había caído sobre los británicos.

En la producción realizada en 1794 en Drury Lane, donde estuvo involucrado el actor John Philip Kemble, varios de los intérpretes fueron heridos por las armas reales que se emplearon en los combates escénicos, perdiendo el personaje de Macduff ambos pulgares.

Fue en 1848 cuando sucedió uno de los mayores desastres asociados con Macbeth, cuando durante la puesta en escena protagonizada por William Charles Macready se produjo un disturbio en la Astor Place Opera House que tuvo como consecuencia la muerte de 23 personas.

Sin embargo, a pesar de conocerse tales hechos, productores y directores han existido quienes descartan los acontecimientos como fruto de coincidencias fortuitas. De esta manera llegamos al siglo XX en donde podemos encontrar a La Escocesa protagonizada por Sir Laurence Olivier, durante cuya producción el director casi falleció en un accidente automovilístico, Olivier perdió la voz cayéndole también un peso –utilizado en las luces- encima que por poco y lo mata; mientras que en la fecha del estreno la dueña del teatro fue víctima de un ataque cardiaco fatal. Posteriormente en 1948, Diane Wynyard quien interpretaba a Lady Macbeth cayó desde una altura de 4.5 metros hacia el foso, mientras representaba una escena en la que caminaba dormida; a pesar del golpe la dama quiso seguir con la función.

Continuamos así con otros accidentes como el sufrido por el actor Charlton Heston (Ben Hur ) en en Fort St. Catherine, Bermuda, donde la persona encargada de la lavandería del vestuario sumergió por error las mallas del actor –que interpretaba a Macbeth– en keroseno, mismo que reaccionó con el calor del ambiente y el sudor del caballo que montaba Heston, ocasionándole así severas quemaduras; sin mencionar la huída despavorida del público poco después, provocada por unos trozos de escenografía, intencionalmente incendiados, que volaron hacia el público tras ser arrastrados por un inesperado viento.

No obstante sean tal vez las heridas inflingidas por las armas y las caídas los percances más comunes en Macbeth. Ante estas situaciones los más escépticos explican que es perfectamente normal que sucediesen los inconvenientes ya que La Escocesa es una obra que se sitúa en la noche –lo que conlleva una escasa iluminación- y bravos combates en los que resulta fácil terminar herido; mentes más ingeniosas han fabricado una alternativa según la cual Shakespeare utilizó palabras empleadas en la magia negra real para su texto, convocando así perversas influencias –otros prefieren decir que fueron los nigromantes auténticos quienes echaron su maldición al guión al ver sus secretos revelados en el escenario-.

Ahora bien no solo las artes escénicas se han visto afectadas por las pretendidas maldiciones. En el caso de las artes plásticas existen dos relatos destacados, ambos originados en el siglo XX, según los cuales rondan por ahí ciertas pinturas que causan severos contratiempos a sus dueños. El primer caso es el de la obra The Hands Resist Him de Bill Stoneham, en la cual se muestra al artista a la edad de cinco años parado frente a una puerta de cristal en la que se aprecian varias docenas de manos pegadas al vidrio, mientras es acompañado por una tétrica muñeca de tamaño real. Se habla de que cuando el objeto fue adquirido por una pareja californiana, la familia decidió que el lugar adecuado para la imagen sería el cuarto de su hija de cuatro años, quien a la mañana siguiente se quejó de que los niños de la pintura no habían dejado de pelear en toda la noche (!) –también se acusa a la pintura de haber suscitado la muerte del actor Jack Woltz (El Padrino ), del dueño de una galería y de un crítico del periódico Los Angeles Times-.

The Hands Resist Him

Otro caso es el de la pintura The Crying Boy –que se atribuye tanto al español Bruno Amadio alias Giovanni Bragolin como a la escocesa Anna Zinkeisen– la cual presuntamente ocasiona que el sitio donde se aloja estalle en llamas de manera “inexplicable”; el primer caso reportado fue el de Ron y May Hall quienes perdieron todas sus pertenencias al incendiarse su residencia quedando incólume únicamente la imagen del niño llorando, después de atender la emergencia el bombero Alan Wilkinson reportó que se acordaba de varios siniestros en los cuales solo había sobrevivido el triste infante –sobre la identidad del chiquillo ha sido mencionada una versión que indica que se trata de Don Bonillo, un pilluelo de Madrid y a quien el barrio conocía como “El Diablo”, quien fuese además hipotéticamente adoptado por Amadio-. 

The Crying Boy

Esta historia fue explotada por el periódico The Sun y particularmente por su editor Kevin Mackenzie quien adjudicó una abrasadora maldición a la obra de arte –en realidad en todas las ocasiones pudo darse una explicación perfectamente comprensible a los infortunios-, creando toda una superstición a su alrededor e incluso llegando a ofrecer a sus lectores la destrucción de las peligrosas imágenes, obteniendo de tal convocatoria un total de dos mil quinientas piezas que fueron quemadas un 31 de octubre.

Verdades malévolas o casualidades inexplicables, lo cierto es que un aura de misterio rodea a estas obras literarias y pictóricas, habiéndose trazado ya genuinas leyendas urbanas que tienen fervientes creyentes que seguramente comprenderían al dramaturgo William Shakespeare cuando dijo: “Por el cosquilleo de mis pulgares, algo maligno viene hacia mí”.

FUENTES:
“The curse of the Crying Boy”. Aut. David Clarke http://www.forteantimes.com Jul. 2008
“The Curse of Shakespeare’s Scottish Play Macbeth”. Aut. Patrick Bernauw. writinghood.com. Nov. 2008
“Will the curse of the Scottish play strike again?” Aut. Lucy Powell. Times Online. Abr. 2010.
“Urban legends: Haunted paintings”. Aut. Paul Campobasso http://www.suite101.com Dic. 2010.


De la Inquisición a Hogwarts: Brujas, historia y ficción. Parte I

25 octubre 2010

Las brujas "reinventadas" del siglo XXI

Por: Patricia Díaz Terés

“¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios”.

Gilbert Keith Chesterton

“Vuelan las Brujas en grandes escobas al juntarse las agujas del reloj…”[1] De buenas intenciones o perversos propósitos, hermosas o abominables, jóvenes o viejas, las brujas han estado presentes en el imaginario popular durante cientos, si no miles, de años. Desde Morgana de las leyendas artúricas hasta Hermione Granger de la serie de Harry Potter, la figura de las brujas ha sufrido una transformación que ha correspondido a los cambios propios de las diferentes épocas históricas.

De este modo, la literatura fantástica e infantil está plagada de estos personajes cuyo propósito era hacer sufrir al protagonista de la historia, o bien le eran cubiertos ciertos honorarios por el verdadero malandrín, para hacer lo propio. Aparecen así por ejemplo las brujas en los cuentos de los hermanos Grimm (1785 y 1786) –Hansel y Gretel, Blanca Nieves y los Siete Enanos-, de Hans Christian Andersen (1805) –La Sirenita– o de Charles Perrault (1628) –La Bella Durmiente-; o bien las shakesperianas brujas de Macbeth (1623) o las cervantinas Cañizares, Camacha y Montiela del Coloquio de los Perros (1613).

Ahora bien, mientras en la literatura infantil de antaño los objetivos de las brujas eran siempre espeluznantes, actualmente el estereotipo “brujeril” se ha modificado para adaptarse a las características del siglo XXI, cuando es prácticamente imposible imaginarse –en particular a niños y jóvenes que han sido educados en la cultura de la imagen- a una mujer vieja y espantosa que remueve un extraño brebaje en un caldero puesto sobre una fogata, viviendo nada más y nada menos que en el sitio más escabroso del bosque más obscuro o bien en el más nefando de los pantanos.

Por el contrario las “brujas postmodernas” –por llamarlas de alguna manera- se nos presentan como damas cosmopolitas y agradables, que utilizan sus mágicos poderes para ayudar a los demás –como es el caso de las protagonistas de la serie de televisión Sabrina, la bruja adolescente (1996)- o bien que han sido predestinadas para salvar al mundo de terribles males como en la serie televisiva Charmed (1998).

Incluso se ha tratado de dar un origen ya no místico sino psicológico/sociológico a ciertas brujas de la literatura infantil, como es el caso de la Malvada Bruja del Oeste quien aparece en el cuento El Mago de Oz (1900) de Lyman Frank Baum, observándola rodeada de monos voladores en la película homónima protagonizada por Judy Garland (1939), y finalmente reinventada por Stephen Scwartz, Winnie Holzman y Joe Mantello en la obra musical Wicked (2003), donde Elphaba es una bruja inteligente y bondadosa, pero introvertida y un tanto diferente –mas no malévola-, a quien sus compañeros de escuela importunan incesantemente, lo cual –sumado a otras circunstancias- provoca su carácter amargo y extravagante.

No obstante, las brujas no son un invento mediático o literario. Desde la Prehistoria, el hombre ha tratado de encontrar explicación y solución a determinados acontecimientos, en el mundo sobrenatural; de este modo, surgió la hechicería que consistía en una serie de prácticas llevadas a cabo por un hechicero o hechicera para obtener beneficios o causar maleficios. Uno de los primeros rituales conocidos consistía en danzar alrededor de una fogata vistiendo una cabeza y piel de bisonte, con la intención de quitar su fuerza al animal; al mismo tiempo se buscaba protección ante hechos naturales tales como los eclipses.

De esta manera, prácticamente todas las culturas precristianas contuvieron la figura del hechicero y la bruja, siendo en Babilonia y Sumeria donde empezó a considerárseles como sirvientes del mal.

Los griegos y romanos no estuvieron exentos de tales personajes; de este modo, dejando de lado a las sibilas o adivinas, existían algunas damas que se dedicaban a la adoración del dios DionisioBaco para los romanos-, cuyas fiestas estaban plagadas de excesos tanto etílicos como sexuales, de ahí que se piense en dichas reuniones como las antecesoras directas de los supuestos aquelarres medievales.

Por otro lado la palabra bruja –según algunos autores- al parecer surgió hasta el siglo XIII en su forma original bruxa, que designaba a un súcubo o demonio femenino; otros investigadores como el Profr. Russel de la Universidad de California, establecen el origen del término en el vocablo indoeuropeo weik. Además, si tomamos la traducción al inglés de la palabra –witch-, encontramos que ésta deriva del anglosajón wicce y el alemán wisseii (conocer saber) y widden (adivinar o predecir).

Así, poco a poco la bruja fue convirtiéndose en la hechicera diabólica temida durante la Edad Media y la Edad Moderna, estableciéndose como rasgo característico de estas figuras el establecimiento de un pacto formal con el Diablo, con el objetivo de satisfacer caprichos personales relacionados con el dinero, el amor y otros asuntos.

Atribuyéndose a las brujas el poder de volar –ya fuera en escobas o animales-, predecir el futuro,  causar enfermedades, destruir cosechas, causar tempestades e incluso la muerte, así como las terribles costumbres de devorar niños o participar en multitudinarias orgías en las cuales participaba nada más y nada menos que el mismísimo Satán en la forma de un macho cabrío; la superstición se apoderó de un ignorante imaginario colectivo, causando en los sencillos campesinos –y aún en los poderosos señores feudales y gobernantes- un terror irracional hacia tan malignas criaturas.

Igualmente el folklor popular establece los aquelarres o sabbats como las reuniones oficiales de las brujas, quienes -según las leyendas- se entretenían pisoteando crucifijos, esparciendo el mal de ojo u ocasionando el naufragio de numerosas embarcaciones; en dichos eventos se llevaban a cabo distintos rituales en los cuales las maléficas participantes daban rienda suelta a sus vicios, con el objetivo de convivir con su siniestro amo. El aquelarre más “famoso” –aunque aparentemente el segundo del año- era el que se realizaba en la Walpurgisnacht (Noche de Walpurgis), en el pico Brocken de las montañas de Harz en la región alemana de Sajonia-Anhalt, durante la noche del 30 de abril al 1º de mayo –este día coincide con la celebración celta llamada Beltane (en honor al dios celta Baal), distinguiéndose del Samhain (31 de octubre al 1º de noviembre), inicio del invierno, que coincide con el actual Halloween-.

Esta fecha también estaba marcada como el inicio del verano y, en las sociedades medievales, se llevaban a cabo numerosas celebraciones en las cuales se representaba el triunfo de la luz sobre las tinieblas (el verano sobre el invierno), saliendo siempre triunfante el primero; en Alemania por ejemplo, los pueblerinos encendían esa noche gran cantidad de hogueras, hacían sonar las campanas de las iglesias, así como cascabeles, cacerolas y trastos e invocaban el nombre de santa Walpurgis (710 d.C.), con la finalidad de alejar a las brujas que se dirigían a su macabro encuentro en las montañas.

De esta forma hemos podido apreciar cómo la verdadera Noche de las Brujas, poco tiene que ver con el tergiversado concepto de Halloween que se maneja hoy en día; además hay que recordar que si bien las brujas han sido convertidas actualmente en personajes de cuentos, obras de teatro, novelas y películas, durante las edades Media y Moderna hubo muchas personas fueron sentenciadas a muerte al haber sido encontradas como culpables de herejía por la práctica de brujería, tema del que hablaremos más extensamente en la próxima entrega.

FUENTES:

“Las Brujas de Cervantes”. Aut. José Luis Lanuza. Academia Argentina de Letras. Buenos Aires, Arg. 1973.

 “Las novias del diablo”. Aut. Julián Elliot. Historia y Vida No. 450. España.

 “Mujeres malas y perversas”. Aut. Rosa Ma. Santidrián Padilla. Ed. Perymat. Madrid, España. 2007.

 “Manual de la magia y de la brujería”. Aut. Osvaldo Pegaso. Ed. De Vecchi. Barcelona, España. 1968.

“Breve historia de la brujería”. Aut. Jesús Callejo. Ed. Nowtilus. España, 2006.

“Noche de Walpurgis”. Aut. Leona Frommett, Oliver Samson y Evan Romero Castillo. www.dw-world.de. Bonn, Alemania. Abril, 2010.

www.wickedthemusical.com

www.rinconcastellano.com/cuentos/


[1] Fragmento de la canción infantil “Canción de las Brujas” de Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri


Sir Arthur Conan Doyle: Autor vs. Personaje

12 May 2009
Sir Arthur Conan Doyle

Sir Arthur Conan Doyle

 

Por: Patricia Díaz Terés

“El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer”.

Mariano José de Larra.

Paradójico y fascinante, es una manera bastante acertada de describir a uno de los grandes literatos cuya obra floreció en la misma tierra que pisaron hace varios siglos genios como William Shakespeare o Geoffrey Chaucer; me refiero a Sir Arthur Conan Doyle, mejor conocido por su más famoso personaje, el detective por excelencia: Sherlock Holmes.

Pocos son los autores que pueden contar entre sus hazañas literarias el haberse fusionado con sus personajes de tal manera que, tanto para los lectores ávidos como para los fortuitos, no existiese ya una división entre la realidad y la ficción haciendo propias del creador las cualidades de la creación.

Sir Arthur Conan Doyle nació un 22 de mayo de 1859 en la ciudad de Edimburgo (Escocia), formando parte de una familia de ocho hermanos cuyos padres eran un arquitecto y dibujante de nombre Charles Doyle; y una dama experta en heráldica llamada Mary Foley.

A pesar de que el respeto que Conan Doyle sentía por sus padres era igual, se refiere con especial deferencia a su madre en su obra autobiográfica The Stark Munro Letters (1895), en donde destaca un insaciable gusto por la lectura, una aguda inteligencia y una dulzura que era a la vez acompañada por un alto sentido del honor.

La situación económica de los Doyle distaba de ser holgada; sin embargo los progenitores se empeñaron siempre en dar una educación adecuada y católica a sus vástagos.

Arthur, habiéndose destacado en la escuela jesuita de Stonyhurst en Lancashire, por su despierta inteligencia y su habilidad en los deportes, pero también por una obstinada rebeldía –características todas admiradas por sus profesores- consiguió una beca para estudiar Humanidades en el colegio de Feldkirch (Austria). Fue ahí donde conoció tres de las obras que lo marcarían como escritor: Ivanhoe (1819) de Sir Walter Scott, Las Baladas de la Roma Antigua de Lord Thomas Macaulay (1842) y El Escarabajo de Oro (1843) de Edgar Allan Poe.

Tiempo después ingresó en la Facultad de Medicina de Edimburgo donde tuvo profesores de quienes, tiempo después, utilizó características para moldear a los personajes de sus cuentos y novelas; de este modo Joseph Bell sirvió como modelo para Holmes, mientras que las cualidades profesionales del zoólogo Charles Wiville Thomson y los rasgos físicos del Dr. Rutherford sirvieron para dar forma al Profr. Challenger, protagonista de novelas como El Mundo Perdido (1912).  

Al terminar la facultad ejerció durante algún tiempo la Medicina, lo mismo en alguna población menor de la Gran Bretaña que en barcos con ruta hacia el Ártico o las costas africanas; mientras lograba hacerse un lugar en el difícil mundo de los literatos de la Inglaterra victoriana. Así, su primer logro en este ámbito fue la venta por tres guineas de la novela corta El Misterio del Valle de Sasassa (1879).

En el año de 1885 conoció y desposó a una jovencita llamada Louise Hawkins, con quien tuvo dos hijos, Kingsley y Mary Louise. Su matrimonio fue estable y durante un tiempo feliz –Louise falleció de tuberculosis en 1906-, en esta etapa Conan Doyle alcanzó el pináculo de su fama gracias –irónicamente- al personaje que él más detestaba: Sherlock Holmes.

Las novelas sobre el brillante detective y su inseparable compañero el Dr. Watson, conquistaron rápidamente al público situado en ambos lados del Atlántico a finales del siglo XIX. Para lograr esto Sir Arthur contó con la constante ayuda del dueño del Magazine Strand, George Newnes, así como del agente literario A.P. Watt. Estos últimos tuvieron la visión suficiente para impulsar al personaje favorito de los lectores que buscaban escapar de las complicaciones propias de los escritos de índole filosófica, política y académica.

De este modo Sherlock Holmes fue catapultado hacia la fama y la gloria por la novela corta Escándalo en Bohemia (1891), subiendo exponencialmente los honorarios del escritor hasta llegar a cobrar 10 chelines por cada palabra de su novela El Valle del Terror (1915). Pero el escritor no estaba satisfecho, deseaba dedicar su tiempo y esfuerzo a su verdadera pasión: la novela histórica.

Y este reclamo que privadamente hacía el novelista tenía sobrada justificación, ya que contaba con una  extraordinaria capacidad para prever el futuro, que reflejó en relatos como Danger! (1914) en el cual describía certeramente un plan casi idéntico al que Alemania utilizó posteriormente para atacar a los británicos, hecho que fue destacado incluso por el Ministro de Marina del Reich: “¡Fue Sir Arthur Conan Doyle el único que vio lo que iba a ocurrir!”.

Pero al tiempo que demostraba esta impresionante capacidad de prognosis y después de abandonar la fe católica pasando después un largo periodo como agnóstico, al contemplar los horrores de la Primera Guerra Mundial, el autor cayó en la más grande de las credulidades volviéndose así hacia el espiritismo.

Este hecho lo llevó a penosos episodios como el dar por verdadera la aparición de unas hadas supuestamente avistadas y fotografiadas por dos jovencitas llamadas Elsie Wright y Frances Griffiths, siendo luego demostrado como un fraude y dejando así en ridículo a Sir Arthur Conan Doyle quien llegó incluso a escribir el ensayo titulado El Misterio de las Hadas (1922). También parte de estas experiencias sobrenaturales era su segunda esposa, Jean Leckie, quien tenía en este terreno creencias tan firmes como las de su esposo.

Evento similar fue el protagonizado por el escritor y el famoso mago escapista Harry Houdini, siendo el segundo un escéptico empedernido que durante algún tiempo trató de ayudar a Conan Doyle – por quien sentía un sincero afecto- para que aceptara la verdad de algunos hechos que daba por ciertos y que sin embargo Houdini podía refutar con pruebas y testimonios. Esta situación concluyó con artículos publicados por ambas partes criticando – y en ocasiones desacreditando abiertamente- al contrario. Al poco tiempo de esta disputa Sir Arthur Conan Doyle falleció en 1930 en la ciudad de Crowborough, Inglaterra, dejando como legado una gran cantidad de novelas, cuentos, poesías, ensayos y obras de teatro.

Así, Conan Doyle se erige como un extraordinario escritor que pasó del racional agnosticismo a la más absoluta de las credulidades; y el hecho de cómo un hombre de tan aguda inteligencia, vasta visión e indudables ingenio y creatividad pudo dejarse llevar por las ilusiones y espectáculos montados por supuestas médiums como Lily Loder-Symonds, Eva Carrière -Marthe Béraud- o la atractiva “Margerie” -Mina Crandon-, es un misterio que tal vez ni siquiera el gran Sherlock Holmes lograría resolver, pero de este ilustre personaje hablaremos más detenidamente en la próxima entrega. 

FUENTES:

“Hitos en la vida ejemplar de Sir Arthur Conan Doyle”.  Obras Completas de Sir Arthur Conan Doyle Tomo II. Traducción y prólogo: Amando Lázaro Ros. Ed. Aguilar. Madrid 1961.

Artículo: “Houdini and Conan Doyle: The Story of a Strange Friendship”. Aut. Massimo Polidoro. CICAP. Italia, 2000.

Artículo: “El misterio de las hadas”. Aut. Ana Garralón. Cuatrogatos, revista de literatura Infantil. Frankfurt, Alemania,  2001.