Parte I
Por: Patricia Díaz Terés
“Ama un solo día y el mundo habrá cambiado”.
Robert Browning
Habiendo pasado hace pocos días la fecha tan celebrada conocida como San Valentín, en esta ocasión revisaremos algunos de los romances que, desde el papel, han marcado la imaginación de miles de personas en todo el mundo, y en ocasiones, durante cientos de años.
Me permito en este punto hacer la aclaración cotidiana en este tipo de escritos, advirtiendo a mi amable lector que la selección de obras que aquí se presenta es de carácter meramente arbitrario, sirviendo únicamente a los fines de la autora, por lo que no se consideran necesariamente por su calidad literaria o popularidad, del mismo modo que no se trata a los autores en orden cronológico. Asimismo me permito avisar cordialmente que este artículo contiene spoilers literarios.
Comencemos pues con aquella pareja que ha sido abordada hasta el cansancio desde todos los puntos de vista que puedan existir, haciéndose de la misma tantas versiones como autores, cineastas, directores de cine, dibujantes y pintores decidieron tomarla como punto de referencia, hablamos por supuesto de Romeo y Julieta (escrita presuntamente en la última década del siglo XVI). Sin ser aquí la intención hacer un análisis de ningún tipo sobre la obra escrita por William Shakespeare, mencionaremos únicamente que esta emblemática pieza colocó las bases de una fórmula recurrente tanto en la literatura como en el séptimo arte: el amor imposible; y es que Romeo y Julieta se presentan como dos adolescentes apasionados, impresionables y bastante atolondrados, quienes a primera vista se enamoran el uno del otro, importándoles poco o nada el hecho de que sus poderosas familias –los Montesco y los Capuleto, respectivamente-, residentes en Verona, Italia, encontrábanse en un estado de enemistad permanente, lo cual convierte la relación de los enamorados en imposible. Dejando de lado el terrible final de la historia, en la que a causa de un mensaje perdido el “brillante” Romeo decide quitarse la vida al ver a su adoradísima Julieta en brazos de la Muerte, deceso que a su vez lleva a la devastada Julieta a dejar este mundo terrenal para siempre cuando descubre a su lado el cadáver de su amado y tonto caballero; Romeo y Julieta presenta el amor inocente e ignorante, aquel que hace que los involucrados piensen que pueden vencer al mundo, no con acciones lógicas, sino con acciones de una pasión arrebatadora, coronándose con un trágico final que inmortaliza a la pareja.
Mucho más mesurados resultan los personajes creados por la autora Jane Austen (1775-1817). Hablaremos aquí de dos de sus obras: Sentido y sensibilidad –también conocida como Sensatez y sentimiento– (1811) y Orgullo y prejuicio (1813). En el primer caso encontramos la historia de la familia Dashwood, conformada por una madre recientemente viuda y tres hermanas: Elinor, Marianne y Margaret. Dándole las cualidades dominantes de las dos hermanas mayores el nombre a la novela, Elinor Dashwood es una dama ecuánime y discreta, quien tiene como norma para su vida el colocar siempre el pensamiento por encima del sentimiento, centrándose su personalidad en el deber y el honor. Por su parte, su hermana Marianne es una chica vivaz y espontánea, quien cree en los amores eternos y apabullantes, que despiertan en el alma de los amantes una serie de ígneas emociones que consumen a la dama o al caballero, quienes han de llegar, según su soñadora perspectiva, a necesitarse tan desesperadamente que no puedan vivir el uno sin el otro.
En la trama de Orgullo y prejuicio, Elinor se enamora de Edward Ferrars, hermano de su detestable cuñada Fanny. Edward, por su parte, es un hombre cabal, íntegro, honesto y decente, pero que tiene un pequeñísimo inconveniente en cuanto a la señorita Dashwood se refiere, pues nuestro flamante protagonista está ya comprometido -en secreto por supuesto ya que la posición social de ambos es absolutamente dispar- desde hace algunos años con la caprichosa Lucy Steele. Sin haber dicho nada ni Dashwood ni Ferrars sobre el mutuo afecto y atracción que sienten, Elinor se convierte involuntariamente en la confidente de Steele, debiendo soportar las narraciones de esta sobre el gran y triste amor que vive junto a su común amado. Antes de que el final feliz los lleve al altar, Elinor y Edward, cada uno de manera independiente, llegan a la conclusión absurda de que lo más importante es cumplir con la palabra dada, la cual llevaría a Ferrars, sin remedio, a embarcarse en un odioso matrimonio en el que ni él ni Lucy alcanzarían la felicidad, salvando sin querer la situación el hermano menor de Ferrars, Robert, quien termina quedándose con la herencia -que le es arrebatada al primogénito tras hacerse el compromiso de dominio público ante la furia implacable de su conservadora madre y su ambiciosa hermana- y con la novia de Edward.
El honor y el deber –además de la “insensatez emocional”- son los elementos presentes en la pareja de Elinor y Edward, quienes estaban dispuestos a renunciar a su amor legítimo con el único objetivo de no romper un compromiso hecho de manera precipitada tiempo atrás. Afortunadamente, ambos entran en sus cabales –por eventos circunstanciales únicamente, pues para ser felices debían haber tomado tal decisión aún sin existir la intervención de Robert– y pueden compartir una vida sencilla, haciéndose él pastor en la propiedad de su amigo, el coronel Brandon, mientras ella, ahora convertida en una hacendosa y consciente esposa, cuida de su modesto pero hermoso hogar.
Más accidentada todavía resulta la historia de la audaz Marianne, quien pone sus ojos en un galante caballero que la rescata de un infortunio que ella tiene en la campiña cercana a su hogar, siendo el salvador un hombre de rancio abolengo de nombre John Willoughby. En menos de un parpadeo la jovencita se enamora de su príncipe encantado, quien a su vez capta el candor de la damisela. Atrapados en una vorágine de emociones insensatas, pues poco han hablado de un futuro real y compartido, ambos dan paso a la pasión –en la medida del recato que Jane Austen muestra en todas sus obras-, quedando ambos prendados el uno del otro. Sin embargo, el oscuro pasado de Willoughby lo alcanza, dándose a conocer que no es hombre cabal, sino un canalla que ha dejado abandonada a una joven que él ha embarazado. Despojándolo tal hecho de su fortuna al desheredarlo su tía, el “caballero” sopesa su futuro contemplando una pobreza inevitable con el amor de su vida, o una abundancia tentadora en brazos de una dama de alta alcurnia de apellido Grey.
Resulta aquí que las ideas románticas de Marianne y todo su cariño nada pueden hacer en contra de la cartera vacía de su amado, quien abandona a la señorita Dashwood sin una palabra sobre la razón de su alejamiento, hasta que ella se entera de que su adorado está próximo a contraer matrimonio con una dote –que no con la mujer- sustanciosa. Ahogada por la pena, la jovencita pesca una terrible enfermedad salvándose de milagro, otorgando entonces sus energías a un amor mucho más sosegado con el coronel Brandon quien, a pesar de ser varios años mayor que ella –poco más de una década-, le profesa un devoto y tierno cariño que lo llevaría a atravesar las puertas del Averno por ella de ser necesario, aun cuando su flemática apariencia poco deja entrever de tan grandiosa pasión.
De este modo, la pareja sensata es conquistada por la sensibilidad y la dama sensible es capturada por la sensatez, demostrando entonces Austen que no es sino un equilibrio de ambas condiciones la que lleva a las parejas a tener aquel final feliz que le fue negado a Romeo y a Julieta.
Avasalladoras pasiones y famosos amores cuasi imposibles han sido hasta aquí abordados, dejando para la próxima entrega la revista de otras parejas que se han hecho un lugar en los corazones lectores de todo el mundo.
FUENTES:
“Romeo y Julieta”. Aut. William Shakespeare. Panamericana Editorial. Colombia, 2013.
“Orgullo y prejuicio”. Aut. Jane Austen. Alianza Editorial. España, 2009.
“Sensatez y sentimiento”. Aut. Jane Austen. Grupo Editorial Tomo. México, 2012.