Parte V
Por: Patricia Díaz Terés
“En el pasado, aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomo de un tigre acabaron dentro de él”.
John Fitzgerald Kennedy
Hombre con una inconmensurable afición por las damas fue durante toda su vida el líder comunista chino Mao Zedong, sufriendo sus tres esposas por tan peculiar pasatiempo. Conociendo las flaquezas de su flamante marido, la tercera consorte del dirigente, Jiang Qing, mujer astuta, egoísta y caprichosa, ideó hábiles estratagemas para sortear los gustos de su marido sin llegar al enfrentamiento directo como habían hecho sus predecesoras: Yang Kaihui y He Zizhen.
Sin haberse asentado como la esposa ideal para Mao, Jiang sufrió durante mucho tiempo las críticas de los dirigentes del Partido Comunista Chino, sin embargo, de vez en cuando, algunos dignatarios recurrían a su intervención para evitar problemas y escándalos. Tal fue el caso ocurrido en el verano de 1945 cuando Mao acudió a Chong King, la capital nacionalista, para entablar conversaciones con su adversario Chiang Kaishek, con el objetivo de evitar una nueva guerra civil. Para tal efecto, el representante nacionalista, Zhang Zhizhong y el emisario norteamericano Patrick Hurley sirvieron como sus anfitriones.
Por aquel entonces Zhang tenía una hermosa hija con quien Mao había entablado cierta amistad. Precediendo al comunista su fama de mujeriego, el nacionalista entró en pánico al prever un futuro escándalo que le impediría casar a la señorita con alguien digno de su posición. Sin poder confrontar directamente a su poderoso invitado, los padres de la joven optaron por mandar un avión directamente a Yanan para traer a la aguerrida Jiang Qing, quien con la inocente excusa de un tratamiento dental, aterrizó en Chong King –otra versión, sostenida por los hijos de Zhang indica que fue el propio Mao quien mandó a traer a su mujer porque la extrañaba-, zanjando definitivamente la cuestión.
Ahora bien, Jiang Qing era una mujer enfermiza –o tal vez hipocondriaca-, por lo que constantemente se encontraba lejos de su esposo al internarse en las mejores clínicas de la Rusia comunista. El colmo de esta situación fue cuando el 1 de octubre de 1949, mientras Mao ascendía por la Puerta de la Paz Celestial para proclamar la República Popular China, Jiang se encontraba a muchos kilómetros de ahí, en Moscú, pronosticando para sí misma un futuro igual al de He Zizhen.
Con Mao en la cima del poder –y habiéndose perdido la pasión arrebatadora que los había unido, viviendo a la sazón en apartamentos separados en el Palacete de la Fragante Concubina-, seguramente la ambiciosa Jiang esperaba obtener un puesto relevante en el nuevo gobierno; sin embargo fue un tanto desplazada al ser designada al Comité de Orientación Cinematográfica. No obstante, ella se embarcó en crear para sí misma una figura de heroína del pueblo, por lo que, independientemente de su cargo oficial, con frecuencia se le veía en las aldeas escuchando los problemas de los más humildes campesinos quienes, según lo que ella relataba, la adoraban.
Tremendo revés sufrió cuando, después de haber conseguido ser nombrada jefa del secretariado de la Oficina General del Comité Central del Partido, fue retirada del cargo después de tan solo unas semanas, ya que la dama era absolutamente incapaz de sentarse durante más de veinte minutos seguidos para revisar cualquier documento o resolver algún asunto, resultando totalmente inadecuada para la posición. Ella acabó entrando en razón y renunció.
Pero el sueño de Mao y Jiang sucedió precisamente como ellos lo habían imaginado, viniéndose encima de ellos las consecuencias de las malas decisiones, particularmente de carácter económico, tomadas por Mao. De esta forma, el comunista había tenido la intención de competir con Inglaterra como productor de acero, sin que en China se tuviese la infraestructura necesaria para lograrlo. En lugar de hacer una evaluación de las capacidades reales de su país, Mao se embarcó en el Gran Salto Adelante, un capricho que terminó en desastre al perderse miles, si no millones, de cosechas, al quedar abandonado el campo en pro de una muy deficiente industria acerera que arrojaba producto de escasa calidad.
De este modo en 1959 Liu Shaoqi se convirtió en Presidente de la República Popular China, desplazando a Mao. Irónicamente, esta caída en desgracia del líder comunista significó la oportunidad de oro para Jiang Qing, ya que ella no había sido eliminada de su modesto puesto en el cinematográfico comité, posición que utilizó para alimentar la figura de su esposo, su prestigio y fama. Finalmente, Mao utilizó la trinchera de su mujer para recuperar el poder en 1966 durante la Revolución Cultural, con la cual desplazó a Shaoqi tachándolo como capitalista, después de haber desacreditado también al Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Kruschev. Este movimiento dejó a Jiang Quing como jefa adjunta del Grupo de la Revolución Cultural, organismo dirigente del movimiento.
Y es aquí cuando nuestra protagonista pierde la cabeza. Una vez que accede al poder, madame Mao emprende una cruzada personal y violenta contra todos aquellos que la han contrariado en su vida. La primera víctima es la esposa de Shaoqi, Wang Guangmei, una inteligente mujer licenciada en Física Atómica por la Universidad de Pekín. Sin poder la nueva primera dama alegar que su predecesora le hubiese hecho algún agravio, encuentra una excusa para “vengarse” de ella, acusándola de haber utilizado vestidos demasiado floridos para una verdadera comunista durante un viaje a Indonesia. La falsedad y el absurdo de los cargos de poco vale durante el juicio, donde Jiang Qing disfruta de un retorcido placer humillando a Guangmei. También por sus manos pasa la nueva esposa de su exmarido Yu Kiwei, Fan Jin, redactora del Pekin Evening News a la que acusa de haber publicado durante la época no maoísta un poema en el que, según ella, se le calificaba como prostituta.
Otros muchos enemigos son eliminados por Jiang Qing de manera similar, al tiempo que la fémina se regodea en su puesto determinando que todo lo tradicional está en contra de los principios comunistas, haciendo una reforma completa en todas las artes. La danza, el teatro y el cine sufren entonces terribles censuras, mientras que los libros son quemados y los escritores perseguidos.
Sin embargo, muy fácil resulta ser comunista cuando se encuentra uno en las cúpulas del partido, de tal suerte que madame Mao, aquella que lucha con uñas y dientes por los más desprotegidos, no duda un segundo en mandar un avión a Pekín a recoger un simple suéter cuando ella se vacaciona y descansa fuera de la ciudad. Al mismo tiempo, para su diversión, tortura a sus sirvientes, quienes le tienen pavor reverencial.
No obstante, el destino se vuelve en contra de Jiang y de su desmedida ambición. Cuando Mao está ya moribundo en la segunda mitad de la década de los setentas, su mujer saborea un triunfo adelantado imaginándose en el lugar de Mao Zedong como presidenta. Nada más lejano a la realidad. En la disputa por el poder que surgió tras la muerte de Mao el 9 de septiembre de 1976, enfrentándose a Hua Guofeng y Deng Xiaoping, son ellos quienes llevan la voz cantante –quedando Deng Xiaoping al frente del gobierno-, terminando ella por ser arrestada el 6 de octubre de 1979 e iniciando el proceso judicial en su contra en 1980. Finalmente la actriz convertida en primera dama caída en desgracia es sentenciada a muerte el 25 de enero de 1981.
Jiang Qing no es ejecutada, sino que su castigo es permutado por cadena perpetua. Decidiendo la dama que una vida en prisión no es adecuada para ella, termina por suicidarse el 14 de mayo de 1991, siendo su muerte anunciada hasta dos años después, con lo que Xiaoping se aseguró de que la ambiciosa pueblerina no obtuviese la gloria que había perseguido durante toda su vida.
FUENTES:
“Madame Mao”. Aut. Ross Terrill. Javier Vergara Editor. Argentina, 1984.
“Las mujeres de los dictadores”. Aut. Diane Ducret. Ed. Aguilar. México, 2012.