Parte IV
Por: Patricia Díaz Terés
“Una aventura es, por naturaleza, algo que nos sucede. Es algo que nos escoge a nosotros, no algo que nosotros escogemos”.
Gilbert Keith Chesterton.
Mientras Ernest Hemingway se dedicaba a sus variopintas actividades de espionaje y escritura en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, su esposa, Martha Gellhorn, luchaba tenazmente por conservar su identidad y trabajo, despertando muchos recelos, tanto personales como profesionales, en su temperamental cónyuge, quien tuvo un lugar privilegiado durante el Día D (6 de junio de 1944), en el que, desde un pontón –del cual no le fue autorizado desembarcar-, fue testigo del principio de la liberación de Europa durante el desembarco de las tropas aliadas en Normandía.
Lo que no sabía el ilustre escritor es que su mujer le había tomado la delantera. Después del anuncio del Estado Mayor aliado acerca de que no se permitiría la presencia femenina en un frente tan violento como la costa francesa, el puesto que normalmente ocupaba Martha como corresponsal de guerra en la revista Collier´s, le fue ofrecido en esta ocasión a su marido, quien tuvo a bien aceptar la misión sin comunicárselo a su mujer.
Sobra decir que esta situación despertó la ira de Gellhorn quien, lejos de quedarse cruzada de brazos en los Estados Unidos, disfrazada como enfermera y después de engañar a un soldado que vigilaba los transportes que partirían hacia Francia, la valiente reportera se escondió en un baño del buque-hospital hasta que estuvo bien segura de haber zarpado hacia el Viejo Continente. Una vez habiendo obtenido un poco de confianza en la situación, y en condición de polizona, entabló conversaciones con las otras enfermeras quienes ni siquiera se preguntaron quién era aquella curiosa chica.
Al llegar a las tristemente famosas playas francesas, la periodista no se resignó a permanecer, como su marido, en una embarcación, por lo que Martha decidió disfrazarse de camillero y ayudar a rescatar a los más de 400 heridos que habían quedado tendidos en las arenas que habían presenciado la primera oleada de uno de los más sangrientos enfrentamientos bélicos que ha observado la humanidad.
Pero el inicio del fin de la Guerra significó también el principio del fin del matrimonio Hemingway, pues el inquieto Ernest, en estos ires y venires, conoció a Mary Welsh, una reportera del Daily Express que cumplía con los estándares que el autor americano tenía para las mujeres. Así, Hem cumplió con su patriótico deber en su modo muy particular, participando activamente primero en el grupo de la resistencia francesa Free French –organización en la que, con el grado de capitán, colaboró en la captura de 6 alemanes- y luego en la liberación de París, donde, tras tomar una botella de champaña en el Travellers Club, ubicado en los Campos Elíseos, continuó la fiesta en el afamado hotel Ritz donde el solitario gerente de nombre Ausiello atendió la extravagante orden del escritor, que consistía en 50 martinis.
Por otro lado, durante su triunfal paseo por la Ciudad de la Luz, Papa Hemingway se acordó de aquella mujer que en sus momentos de juvenil necesidad lo ayudó dándole refugio, consuelo y amistad, por lo que pronto se dirigió al domicilio que ocupaba su antigua amiga Sylvia Beach -quien había tenido que desmontar su librería, Shakespeare and Company, para salvarla de los alemanes, mientras la propia editora, de origen judío, había sido forzada a permanecer en un campo de concentración durante seis meses- alzándola en vilo, a su encuentro, y abrazándola cuando la dama acudió al llamado de su pareja Adrienne que gritaba emocionada: “¡Sylvia! ¡Sylvia! ¡Es Hemingway!”, siendo testigos de la escena las decenas de parisienses que se asomaban a las ventanas para saludar a los libertadores.
Hemingway siempre fue un adicto a la adrenalina, de modo que, además de sus constantes martinis, necesitaba también nuevos aires que le proporcionaran aventuras, aunque no precisamente del tipo de peripecias de las que gustaba Martha Gellhorn. De esta manera, tras la liberación de París, el escritor también se liberó a sí mismo acordando el divorcio con Martha y casándose acto seguido con Mary.
Welsh resultó entonces ser su compañera ideal de aventuras, pues lo mismo se anotaba para un safari que para un vuelo en avioneta, un viaje en barco o cualquier otra arriesgada aventura que se le ocurriese a su temerario marido, disfrutando también con él de los Sanfermines, evento al que el autor era muy asiduo, acostumbrando acudir a las encerronas y desayunar langosta con pollo, tras unas juergas monumentales, en el hotel Quintana de Pamplona.
Sin embargo, la vida de aventuras conlleva también muchos riesgos. De tal suerte, tras haber sobrevivido al ataque de obús en Italia y habiéndose publicado erróneamente su muerte tras el grave accidente de tránsito que sufrió en Londres en mayo de 1944, Hemingway volvió a ser testigo de su propia necrología al publicarse la noticia de su supuesta muerte, y la de su esposa, tras dos graves accidentes aéreos que tuvieron lugar de forma sucesiva.
Con la intención de regresar al África para realizar un segundo safari –el primero fue en 1933, travesía de la que obtuvo las ideas que plasmó en su libro Las nieves del Kilimanjaro, logrando además en aquella ocasión varios “trofeos” entre los cuales se encontraban 3 leones- Ernest y Mary llegaron a Kenia en 1954, durante pleno levantamiento Mau-Mau (sociedad secreta que luchó por la independencia de Kenia entre 1952-1960), decidiendo también viajar desde Nairobi, la capital keniana –donde habían realizado un safari, patrocinado por la revista Look, en el que el autor aprendió de los masai cómo cazar con lanza, arco y flechas, salvando incluso a una aldea de dos leones que la acosaban-, hacia el Congo, trayecto que no logró concluirse pues el avión en el que volaban se estrelló a poca distancia de las Cataratas Murchinson –Uganda-, ante el azoro de una manada de elefantes que merodeaba por ahí.
De tal incidente Hem salió ileso, mientras que Mary tan solo sufrió la rotura de un par de costillas. Irónicamente, al abordar los Hemingway nuevamente un aeroplano, esta vez para llegar a Entebbe, donde obtendrían asistencia médica, el avión también sufrió un accidente al tropezar durante su despegue con un obstáculo, lo que hizo que el vehículo se desplomara de inmediato envuelto en aparatosas llamas. Estos accidentes desencadenaron toda una serie de rumores cuya consecuencia fue incluso la publicación de la muerte de la célebre pareja en la edición del New York Daily Mirror correspondiente al 25 de enero de 1954 –si bien no murió Ernest sufrió una fractura de cráneo y varias lesiones que perjudicaron considerablemente su salud-.
No obstante, el miedo no era parte del vasto vocabulario de Hemingway, quien, a continuación de su aéreo accidente, no tardó un instante en emprender con su mujer un viaje para pescar en los peligrosos arrecifes de coral de Kenia.
Sobreviviente imparable, Papa venció a gran cantidad de heridas y enfermedades durante su vida, siendo la primera aquella grave lesión en la pierna ocasionada en Italia durante la Primera Guerra Mundial. En lo sucesivo afrontó con éxito los estragos causados por quemaduras en incendios forestales, así como contagios de ántrax, malaria, neumonía, disentería y hepatitis, al tiempo que sobrellevó condiciones como anemia, diabetes y cáncer de piel.
Llevando a la par de su aventurera existencia una vida personal por demás difícil, además de padecer un severo alcoholismo, muchos de sus amigos lo abandonaron debido a su carácter explosivo que lo condujo a hacer ácidas críticas a sus allegados, al tiempo que enfrentó el pleno rechazo de su hijo transexual, Gregory -conocido como Gloria durante sus últimos años-, quien lo sentenció: “Morirás sin que nadie te llore y básicamente que nadie te quiera, a no ser que cambies, papá”.
Finalmente, en 1961 fue diagnosticado con hemocromatosis, una enfermedad que altera los niveles de hierro en el cuerpo y provoca trastornos tanto físicos como mentales. Atacado para entonces por severas depresiones, junto con un cuerpo vejado por las secuelas de su accidente aéreo y el deterioro generado por sus numerosos años de excesos, el autor no aguantó más y decidió terminar con su vida el 2 de julio de 1961 cuando residía con Mary Welsh en Ketchum, Idaho.
Personaje tan trágico como apasionante, hasta aquí tratamos ya todos los aspectos posibles de Ernest Hemingway, la persona, faltando aún por explorar un aspecto muy distinto del corresponsal norteamericano: su obra y leyenda literaria, mismas que abordaremos en la próxima entrega de esta columna.
“Biografía de Ernest Hemingway”. Aut. Víctor Moreno, María E. Ramírez, et al. 3 de febrero 2001. http://www.buscabiografias.com.
“Ernest Hemingway, un mito de la literatura mundial”. Aut. J. M. Sadurní. 20 de julio 2019. http://www.historia.nationalgeographic.com.es.
“Hemingway, el que cayó dos veces del cielo y vivió para contarlo”. Aut. Rolando Pujol. 25 de junio de 2021. http://www.excelenciascuba.com/
“Sylvia Beach, el alma de la Generación Perdida”. Aut. Ángel Salguero. 3 de marzo 2016. http://www.historia.nationalgeographic.com.es
“Las grandes mentiras de Hemingway en San Fermín”. Aut. Borja Hermoso. 11 de enero 2020.
“Nunca se pone el sol en las escopetas de Ernest Hemingway”. Aut. Manuel Jobois. 10 de junio 2021.
“Ernest Hemingway su obra y su tiempo”. Aut. Teresa de Manuel Mortera. Urioja.dialnet.
“Ernest Hemingway was a writer with guts and genius”. Aut. 1 de julio 2016. http://www.nydailynews.com.
“What was it like to be Ernest Hemingway? Aut. John Banville. 26 de octubre 2017. www.thenation.com.