Un temerario aventurero: Ernest Hemingway

18 May 2022

Parte IV

Por: Patricia Díaz Terés

Ernest Hemingway

Una aventura es, por naturaleza, algo que nos sucede. Es algo que nos escoge a nosotros, no algo que nosotros escogemos”.
Gilbert Keith Chesterton.

Mientras Ernest Hemingway se dedicaba a sus variopintas actividades de espionaje y escritura en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, su esposa, Martha Gellhorn, luchaba tenazmente por conservar su identidad y trabajo, despertando muchos recelos, tanto personales como profesionales, en su temperamental cónyuge, quien tuvo un lugar privilegiado durante el Día D (6 de junio de 1944), en el que, desde un pontón –del cual no le fue autorizado desembarcar-, fue testigo del principio de la liberación de Europa durante el desembarco de las tropas aliadas en Normandía.

Lo que no sabía el ilustre escritor es que su mujer le había tomado la delantera. Después del anuncio del Estado Mayor aliado acerca de que no se permitiría la presencia femenina en un frente tan violento como la costa francesa, el puesto que normalmente ocupaba Martha como corresponsal de guerra en la revista Collier´s, le fue ofrecido en esta ocasión a su marido, quien tuvo a bien aceptar la misión sin comunicárselo a su mujer.

Sobra decir que esta situación despertó la ira de Gellhorn quien, lejos de quedarse cruzada de brazos en los Estados Unidos, disfrazada como enfermera y después de engañar a un soldado que vigilaba los transportes que partirían hacia Francia, la valiente reportera se escondió en un baño del buque-hospital hasta que estuvo bien segura de haber zarpado hacia el Viejo Continente. Una vez habiendo obtenido un poco de confianza en la situación, y en condición de polizona, entabló conversaciones con las otras enfermeras quienes ni siquiera se preguntaron quién era aquella curiosa chica.

Al llegar a las tristemente famosas playas francesas, la periodista no se resignó a permanecer, como su marido, en una embarcación, por lo que Martha decidió disfrazarse de camillero y ayudar a rescatar a los más de 400 heridos que habían quedado tendidos en las arenas que habían presenciado la primera oleada de uno de los más sangrientos enfrentamientos bélicos que ha observado la humanidad.

Pero el inicio del fin de la Guerra significó también el principio del fin del matrimonio Hemingway, pues el inquieto Ernest, en estos ires y venires, conoció a Mary Welsh, una reportera del Daily Express que cumplía con los estándares que el autor americano tenía para las mujeres. Así, Hem cumplió con su patriótico deber en su modo muy particular, participando activamente primero en el grupo de la resistencia francesa Free French –organización en la que, con el grado de capitán, colaboró en la captura de 6 alemanes- y luego en la liberación de París, donde, tras tomar una botella de champaña en el Travellers Club, ubicado en los Campos Elíseos, continuó la fiesta en el afamado hotel Ritz donde el solitario gerente de nombre Ausiello atendió la extravagante orden del escritor, que consistía en 50 martinis.

Por otro lado, durante su triunfal paseo por la Ciudad de la Luz, Papa Hemingway se acordó de aquella mujer que en sus momentos de juvenil necesidad lo ayudó dándole refugio, consuelo y amistad, por lo que pronto se dirigió al domicilio que ocupaba su antigua amiga Sylvia Beach -quien había tenido que desmontar su librería, Shakespeare and Company, para salvarla de los alemanes, mientras la propia editora, de origen judío, había sido forzada a permanecer en un campo de concentración durante seis meses- alzándola en vilo, a su encuentro, y abrazándola cuando la dama acudió al llamado de su pareja Adrienne que gritaba emocionada: “¡Sylvia! ¡Sylvia! ¡Es Hemingway!”, siendo testigos de la escena las decenas de parisienses que se asomaban a las ventanas para saludar a los libertadores.

Hemingway siempre fue un adicto a la adrenalina, de modo que, además de sus constantes martinis, necesitaba también nuevos aires que le proporcionaran aventuras, aunque no precisamente del tipo de peripecias de las que gustaba Martha Gellhorn. De esta manera, tras la liberación de París, el escritor también se liberó a sí mismo acordando el divorcio con Martha y casándose acto seguido con Mary.

Welsh resultó entonces ser su compañera ideal de aventuras, pues lo mismo se anotaba para un safari que para un vuelo en avioneta, un viaje en barco o cualquier otra arriesgada aventura que se le ocurriese a su temerario marido, disfrutando también con él de los Sanfermines, evento al que el autor era muy asiduo, acostumbrando acudir a las encerronas y desayunar langosta con pollo, tras unas juergas monumentales, en el hotel Quintana de Pamplona.

Sin embargo, la vida de aventuras conlleva también muchos riesgos. De tal suerte, tras haber sobrevivido al ataque de obús en Italia y habiéndose publicado erróneamente su muerte tras el grave accidente de tránsito que sufrió en Londres en mayo de 1944, Hemingway volvió a ser testigo de su propia necrología al publicarse la noticia de su supuesta muerte, y la de su esposa, tras dos graves accidentes aéreos que tuvieron lugar de forma sucesiva.

Con la intención de regresar al África para realizar un segundo safari –el primero fue en 1933, travesía de la que obtuvo las ideas que plasmó en su libro Las nieves del Kilimanjaro, logrando además en aquella ocasión varios “trofeos” entre los cuales se encontraban 3 leones- Ernest y Mary llegaron a Kenia en 1954, durante pleno levantamiento Mau-Mau (sociedad secreta que luchó por la independencia de Kenia entre 1952-1960), decidiendo también viajar desde Nairobi, la capital keniana –donde habían realizado un safari, patrocinado por la revista Look, en el que el autor aprendió de los masai cómo cazar con lanza, arco y flechas, salvando incluso a una aldea de dos leones que la acosaban-, hacia el Congo, trayecto que no logró concluirse pues el avión en el que volaban se estrelló a poca distancia de las Cataratas Murchinson –Uganda-, ante el azoro de una manada de elefantes que merodeaba por ahí.

De tal incidente Hem salió ileso, mientras que Mary tan solo sufrió la rotura de un par de costillas. Irónicamente, al abordar los Hemingway nuevamente un aeroplano, esta vez para llegar a Entebbe, donde obtendrían asistencia médica, el avión también sufrió un accidente al tropezar durante su despegue con un obstáculo, lo que hizo que el vehículo se desplomara de inmediato envuelto en aparatosas llamas. Estos accidentes desencadenaron toda una serie de rumores cuya consecuencia fue incluso la publicación de la muerte de la célebre pareja en la edición del New York Daily Mirror correspondiente al 25 de enero de 1954 –si bien no murió Ernest sufrió una fractura de cráneo y varias lesiones que perjudicaron considerablemente su salud-.

No obstante, el miedo no era parte del vasto vocabulario de Hemingway, quien, a continuación de su aéreo accidente, no tardó un instante en emprender con su mujer un viaje para pescar en los peligrosos arrecifes de coral de Kenia.

Sobreviviente imparable, Papa venció a gran cantidad de heridas y enfermedades durante su vida, siendo la primera aquella grave lesión en la pierna ocasionada en Italia durante la Primera Guerra Mundial. En lo sucesivo afrontó con éxito los estragos causados por quemaduras en incendios forestales, así como contagios de ántrax, malaria, neumonía, disentería y hepatitis, al tiempo que sobrellevó condiciones como anemia, diabetes y cáncer de piel.

Llevando a la par de su aventurera existencia una vida personal por demás difícil, además de padecer un severo alcoholismo, muchos de sus amigos lo abandonaron debido a su carácter explosivo que lo condujo a hacer ácidas críticas a sus allegados, al tiempo que enfrentó el pleno rechazo de su hijo transexual, Gregory -conocido como Gloria durante sus últimos años-, quien lo sentenció: “Morirás sin que nadie te llore y básicamente que nadie te quiera, a no ser que cambies, papá”.

Finalmente, en 1961 fue diagnosticado con hemocromatosis, una enfermedad que altera los niveles de hierro en el cuerpo y provoca trastornos tanto físicos como mentales. Atacado para entonces por severas depresiones, junto con un cuerpo vejado por las secuelas de su accidente aéreo y el deterioro generado por sus numerosos años de excesos, el autor no aguantó más y decidió terminar con su vida el 2 de julio de 1961 cuando residía con Mary Welsh en Ketchum, Idaho.

Personaje tan trágico como apasionante, hasta aquí tratamos ya todos los aspectos posibles de Ernest Hemingway, la persona, faltando aún por explorar un aspecto muy distinto del corresponsal norteamericano: su obra y leyenda literaria, mismas que abordaremos en la próxima entrega de esta columna.

 “Biografía de Ernest Hemingway”. Aut. Víctor Moreno, María E. Ramírez, et al. 3 de febrero 2001. http://www.buscabiografias.com.   

“Ernest Hemingway, un mito de la literatura mundial”. Aut. J. M. Sadurní. 20 de julio 2019. http://www.historia.nationalgeographic.com.es. 

“Hemingway, el que cayó dos veces del cielo y vivió para contarlo”. Aut. Rolando Pujol. 25 de junio de 2021. http://www.excelenciascuba.com/

“Sylvia Beach, el alma de la Generación Perdida”. Aut. Ángel Salguero. 3 de marzo 2016. http://www.historia.nationalgeographic.com.es

 “Las grandes mentiras de Hemingway en San Fermín”. Aut. Borja Hermoso. 11 de enero 2020.

 “Nunca se pone el sol en las escopetas de Ernest Hemingway”. Aut. Manuel Jobois. 10 de junio 2021.

http://www.elpais.com.

 “Ernest Hemingway su obra y su tiempo”. Aut. Teresa de Manuel Mortera. Urioja.dialnet.

“Ernest Hemingway was a writer with guts and genius”. Aut. 1 de julio 2016. http://www.nydailynews.com.

 “What was it like to be Ernest Hemingway? Aut. John Banville. 26 de octubre 2017. www.thenation.com.


Entre fiestas, gatos y espías: Ernest Hemingway

11 May 2022

Parte III

Por: Patricia Díaz Terés

Hemingway y sus gatos

El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.

William Shakespeare.

Tan variadas como sus relaciones con las mujeres, fueron las actividades llevadas a cabo por el escritor Ernest Hemingway a lo largo de su vida. Así, en cuanto a las damas se refiere, sus relaciones fueron normalmente fueron tirantes y exuberantes, pues la personalidad propia del escritor lo llevaba a tener pasionales reacciones con las personas más cercanas –amigos y parejas- que invariablemente lo metían en grandes embrollos.

De este modo, el vínculo caótico que estableció con Martha Gellhorn terminó, nuevamente en desastre. Comenzaron bastante bien mientras ambos se encontraban en su elemento cubriendo la Guerra Civil española. Arriesgando la vida juntos y retándose ambos para escribir cada vez mejores crónicas y reportajes, su relación fue creciendo tanto en pasión como en profundidad. Esta situación llevó a Hemingway a tramitar su divorcio de su segunda esposa (1940), Pauline Pfeiffer, y proponerle matrimonio a Gellhorn.

Ella aceptó, pero en este matrimonio había dos personas talentosas, y una de ellas no soportaba, ni por asomo, que le hiciesen sombra: Hemingway. De tal manera, al principio Ernest domó un poco su orgullo e hizo diversas concesiones a favor de su nueva esposa tales como pasar una “romántica” luna de miel cubriendo los conflictos revolucionarios en China –incluso se logró una entrevista con el líder de la República China, Chiang Kai-Sheck-. Dicha experiencia distaba mucho de lo que el norteamericano consideraba una vacación nupcial en forma, pero al parecer se encontró, al final, satisfecho con el trabajo realizado.

Pero Martha era demasiado inquieta e independiente para el dominante Hemingway, de manera que el caballero sufrió lo indecible cuando la dama decidió seguir con su trabajo periodístico, dejando a su esposo en su refugio de Finca Vigía en La Habana -trabajando en su famosa novela Por quién doblan las campanas-, misma que era un caserón abandonado que Ernest y Martha habían arreglado a su gusto, albergando en su interior, según dicen, a una cantidad indeterminada de gatos que eran la fascinación del autor –en su residencia de Cayo Hueso llegó a tener más de treinta, muchos de ellos con polidactilia, es decir, tenían más dedos de los normales en sus patas, y que fueron descendientes de una gatita llamada Snowball (Bola de Nieve), que le regaló el capitán Stanley Dexter, quien dirigía un barco mercante; hoy en día la residencia es el museo Casa de Ernest Hemingway y hay en su interior más de 50 felinos-.

Sin embargo, en La Habana, Hemingway siempre se sintió a sus anchas. Habiéndose albergado ahí por primera vez en 1928 en el hotel Ambos Mundos en la calle Obispo, con sus frecuentes estancias Ernest fue reconociendo a la capital cubana como afín a su personalidad. Reverenciado era entonces el americano en el bar Floridita, siendo gran amigo del dueño del local, Constante Ribalaigua, a quien se conocía como el Rey de los Daiquirís, pues el hábil cantinero había ideado la receta para más de cien cocteles que eran la fascinación de turistas y locales.

En tal sentido, el propio Hemingway fue autor indirecto de una bebida servida en el Floridita a la cual Constante bautizó como Papa DoblePapa era el sobrenombre con el que conocían a Ernest sus allegados y no tan allegados-, mismo que consistía en un daiquirí sin azúcar y con doble ración de ron –el escritor había argumentado por entonces que sufría de diabetes y necesitaba una bebida sin azúcar-. Con premura el futuro premio nobel se aficionó a la bebida de manera que incluso se dice que acudía al local para aprovisionarse de varios litros de tal elixir para posteriormente consumirlos alegremente en su finca –el Floridita todavía existe en 2022 y en un lugar de su barra, en el sitio en que solía sentarse, puede verse una escultura de Hemingway realizada en 2003 por el artista José Villa Soberón-.

Por otro lado, además de propiciar la creación de nuevos cocteles y organizar monumentales juergas, en Cuba, Hemingway llevó a cabo un par de tareas por las que ciertamente no fue laureado, pero que lo mantuvieron en una posición activa durante la Segunda Guerra Mundial. La primera de ellas fue cuando su embarcación, El Pilar, fue designada por la Marina estadounidense, en 1942, para buscar submarinos alemanes en las cercanías de las costas norteamericanas –tal actividad, aunque no tuvo éxito, lo inspiró al momento de escribir su novela Islas en el Golfo, también conocido como Islas en la corriente o Islas a la deriva-. También en colaboración con los americanos organizó una red de informantes a la que bautizó como The Crook Factory, en la cual estaban reclutados variopintos personajes que incluían desde miembros del bajo mundo cubano hasta diplomáticos, periodistas, beisbolistas y algunas rumberas. La misión de estos individuos era vigilar la actividad profascista en la isla.

No obstante, la colaboración con los americanos se contraponía flagrantemente con otra actividad de inteligencia que Hemingway tuvo a bien llevar a cabo durante estos años, pues el escritor fue fichado brevemente por la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), antecesora de la temible KGB soviética, de manera que en octubre de 1940 el agente soviético Jacob Golos concertó una cita con el corresponsal americano en la librería Bretano’s en Nueva York, contacto que fue posible gracias a la intervención de Joe North, editor de la revista de izquierda New Mosses, donde Ernest publicaba artículos en los que manifestaba todas sus críticas hacia el fascismo a la vez que despreciaba la actitud de los E.U.A. a la que calificaba como “blandengue”.

Durante esta entrevista Papa le dejó claro al ruso que no era de afiliación comunista y que reprobaba el pacto de no agresión Ribbentrop-Molotov, en el cual Rusia y Alemania habían acordado no sostener mutuas hostilidades. Para distinguir los mensajes que provendrían de Golos, Hemingway le proporcionó algunas estampillas postales que no tenían uso, para que fuesen utilizados por el mensajero designado. Quedó así Ernest denominado como Argo en los registros de la actividad de inteligencia rusa. Según publicó Nicholas Reynolds, exoficial de la CIA y curador del museo de tal instancia, en el libro Writer, Sailor, Soldier Spy (2017) el archivo generado por el escritor fue bastante abultado, pero en realidad su trabajo no tuvo repercusión alguna en ningún acontecimiento.

Pero la intervención de Ernest Hemingway en la Historia dista mucho de haber concluido, aunque de su relación con la liberación de Francia, su obtención del Premio Nobel y otras muchas peripecias continuaremos hablando en la próxima entrega de esta columna.

 “Así coronó Hemingway al rey de los daiquirís”. Aut. Fran Serrato. Málaga. 22 de agosto 2020.

 “Hemingway, agente doble”. Aut. Ibsen Martínez. 16 de septiembre 2019.

http://www.elpais.com.

 “Ernest Hemingway su obra y su tiempo”. Aut. Teresa de Manuel Mortera. Urioja.dialnet.

“A case of Identity: Ernest Hemingway”. Aut. Anders Hallengren. http://www.nobelprize.org.

 “Ernest Hemingway was a writer with guts and genius”. Aut. 1 de julio 2016. http://www.nydailynews.com.

 “What was it like to be Ernest Hemingway? Aut. Johnn Banville. 26 de octubre 2017. www.thenation.com.

 “Los gatos de seis dedos de la casa de Hemingway”. www.muyinteresante.mx

Diccionario literario: hard boiled. http://www.papelenblanco.com


Ernest Hemingway: La inocencia anterior al mito

26 abril 2022
Ernest Hemingway y Agnes von Kurowski

Parte I

Por: Patricia Díaz Terés

En los principios amorosos los desengaños prestos suelen ser remedios calificados”.

Miguel de Cervantes.

Muchas son las figuras controversiales que existen en el mundo de la literatura universal, de manera que, en varios casos, se han creado dos personalidades en torno al escritor en cuestión, siendo uno la persona y otro el literato, de modo que leyenda e individuo funden en un solo ser cuando su historia es contada, siendo complicado distinguir la fantasía de la realidad.

Uno de estos casos es el de Ernest Miller Hemingway, también conocido como Papá o Hem por muchos de sus allegados. Compartiendo –según muchos estudiosos- con Mark Twain la gloria como los mejores escritores originarios de los Estados Unidos, este temperamental hombre nació un 21 de julio de 1899 en el suburbio de Oak Park de Chicago, Illinois.

Ernest vino al mundo como el segundo hijo –siendo seis los hermanos Hemingway, dos varones y tres mujeres- de una familia un tanto peculiar cuya dinámica fue muy poco propicia para el sano desarrollo de sus integrantes. Su padre era Clarence Edmonds Hemingway, un médico ginecobstetra, un hombre rudo y estrictamente religioso que gustaba de imponer castigos físicos, a la vez que fue él quien enseñó al futuro hombre de letras a cazar, pescar y acampar desde los cuatro años. Además sometió a su hijo a una muy dura experiencia cuando el muchachito lo acompañó a un parto sumamente complicado que resultó en el suicidio del marido de la joven madre, ya que aquel no pudo soportar los gritos de dolor de su mujer (!).

Este trato recibido por parte de su padre era en cierta forma contrapuesto con el que recibía de la madre. Ella era Grace Hall, una cantante cuyo sueño no era precisamente cantar en el Carnegie Hall de Nueva York, sino tener gemelos. Grande fue entonces su decepción cuando solo recibió a la pequeña Marcelline en su primer embarazo y a Ernest, en el segundo,18 meses después.

No obstante, siendo una persona mentalmente inestable, la frustrada madre decidió que, si el destino no le había dado gemelas, ella las haría surgir, para lo cual comenzó a vestir al chico con las ropas de su hermana para posteriormente comprarles incluso vestidos y sombreros a juego, al tiempo que cambió el nombre de su hijo por Ernestine. Para completar el cuadro hizo que Marcelline repitiese un año escolar para igualarla con su hermanito. Tales episodios causaron una gran impresión en la mente y el corazón de Hemingway, quien trató de ocultarlos a toda costa de manera que, ya siendo un escritor de fama mundial, amenazó a su madre con interrumpir la ayuda económica que le proporcionaba, en caso de que se le ocurriese hablar con la prensa sobre el tema, aunque con lo que no contó fue con que su hermana publicaría un libro –At the Hemingway’s: A Family Portrait (1962)- con estos relatos que a él le generaban un profundo sentimiento de vergüenza.

Así el chico creció y asistió a la Oak Park High School, un colegio muy prestigioso en donde el joven Ernest comenzó a desarrollar sus habilidades natas en el periódico escolar, en el cual colaboró con reportajes y cuentos. De igual manera, en este sitio tuvo el impulso de su maestra Margaret Dixon, quien siempre animó a sus alumnos a poner por escrito sus ideas y pensamientos, asegurándoles que todos eran interesantes y originales. En esta época Ernest seguramente debió de dedicar largas horas a sus diversos quehaceres, pues su madre estaba empeñada en que su hijo fuese músico, por lo que le obligó a tocar el violonchelo –actividad que presumiblemente el joven Hemigway no disfrutaba demasiado, puesto que su preferencia estaba en los deportes como el football y el boxeo-.

Al graduarse, el joven solamente tuvo que seguir el cauce normal de su talento –en contraposición de los deseos de su progenitora, cuyo nuevo sueño era que su vástago se transformase en médico-, que pronto lo llevó a las puertas, no de la universidad, sino del Kansas City Star en 1917, el mismo año en que se graduó, siendo esta publicación uno de los mejores diarios norteamericanos de su época. Tal empleo lo consiguió Hemingway ya al final de la Primera Guerra Mundial, conflicto en el que fue su intención inicial participar como miembro del ejército, del cual fue rechazado por una antigua herida sufrida en un ojo. Con todo, el defecto fisiológico no impidió al aguerrido jovencito para que consiguiese un puesto como conductor de ambulancias en la Cruz Roja.

Pronto tuvo Ernest la oportunidad de ser testigo de primera mano de los horrores en la guerra, cuando presenció su primer bombardeo tras su llegada a París. De inmediato fue trasladado en Italia, donde se mostró valiente y cumplido en su deber, causándole verdadera y terrible impresión su primera misión que le acercó a la violenta crudeza de la guerra.

En tan peligroso entorno el muchacho se desempeñaba bien, aunque fue víctima del primer accidente de su vida poco antes de cumplir los 19 años cuando. Encontrábase entonces Hemingway repartiendo chocolate y cigarrillos a sus compañeros de bélico infortunio en las trincheras cuando fue gravemente herido por un obús el 8 de julio de 1818 en Fossalta di Piave –fue el primer norteamericano herido en el frente italiano- tras lo cual fue trasladado a Milán, donde le realizarían una cirugía en ambas piernas para extraerle la metralla, procedimiento que lo dejó con una cojera por el resto de sus días.

Durante su estancia en el hospital recibió los cuidados de la enfermera –exbibliotecaria- Agnes Hannah von Kurowski Stanfield, de 26 años, quien causó un hondo sentimiento en el aún sensible corazón de Ernest, quien incluso le pidió matrimonio a la dama en cuestión quien, según lo muestran sus cartas, trataba de convencerse sin éxito de que estaba enamorada de su admirador, esquivando respuestas que pudiesen herir las susceptibilidades del enamorado, pues él se mostraba intransigente y hasta caprichoso en su afecto hacia ella -este episodio esta no muy bien retratado en la película Pasión de guerra (In Love and War, 996) en donde algún no muy hábil director de casting eligió a Chris O’Donell para interpretar a Hemingway y a Sandra Bullock para personificar a la enfermera-.

Así, cuando lo dieron de alta en 1919, el joven reportero volvió a los Estados Unidos, enamorado e ilusionado, condición que fue prontamente invertida por una carta de Aggie fechada el 7 de marzo de 1919 –y que aparece reproducida en el libro Love Letters of the Great War de Mandy Kirkby- quien informaba a Ernie que su romance había concluido. Cabe mencionar que tal mensaje fue transmitido con suma ternura y delicadeza por parte de la enfermera, quien sentía legítimo cariño por el chico, pero no un amor maduro como el que ella necesitaba y decía haber encontrado con un oficial italiano con quien se casaría en breve tiempo:

Después de un par de meses lejos de ti, sé que sigo encariñada contigo, pero es un sentimiento más de madre que de amante. Sería bonito decir “soy una niña”, pero no lo soy. Y cada día que pasa lo soy menos.

Así que, Niño (aún eres el Niño para mí, y siempre será así), ¿podrás perdonarme algún día por haberte engañado sin querer? Ya sabes que en realidad no soy mala, y no es mi intención hacerte daño, y ahora me doy cuenta de que fue mi culpa que desde el principio cuidaras de mí, y lo siento con toda mi alma. Pero soy demasiado mayor; lo soy ahora y lo seguiré siendo siempre. Esa es toda la verdad, y no puedo eludir el hecho de que eres tan solo un chico… un niño.

[…] Sin embargo -y créeme que esto que digo es para mí también algo repentino-, voy a casarme pronto. Y deseo y rezo para que después de que hayas asimilado todo esto bien, estés preparado para perdonarme y comiences una maravillosa carrera y demuestres todo lo capaz que eres realmente.

Las palabras destrozaron el hasta entonces inocente corazón del incipiente escritor y le causaron probablemente el profundo resentimiento, que derivaría en miedo, probable causa del rotundo fracaso de todas sus relaciones de pareja en el porvenir.

Hasta aquí dejamos esta primera etapa de la vida de Ernest Hemingway, quien ha sido aquí retratado como un joven valeroso y romántico, con más corazón, a veces, que razón, y cuya vida lo llevaría aún por diversos caminos que hicieron de él una leyenda, de lo cual trataremos en próximas entregas de esta columna.

 “Biografía de Ernest Hemingway”. Aut. Víctor Moreno, María E. Ramírez, et al. 3 de febrero 2001. http://www.buscabiografias.com.   

“Cuando se dejaba por carta y no por Whatsapp: las calabazas que le dieron a Hemingway”. Aut. Eduardo Laporte. 24 de agosto 2015. www.verne.elpais.com.

“ Ernest Hemingway was a writer with guts and genius”. Aut. 1 de julio 2016. http://www.nydailynews.com.

“¿Por qué se vestía Ernest Hemingway como una niña cuando era pequeño?” Aut. Alejandro Gamero. 3 de junio 2017. www.lapiedradesisifo.com.

 “Ernest Hemingway, un mito de la literatura mundial”. Aut. J. M. Sadurní. 20 de julio 2019. http://www.historia.nationalgeographic.com.es. 

 “Ernest Hemingway su obra y su tiempo”. Aut. Teresa de Manuel Mortera. Urioja.dialnet.

Diccionario literario: hard boiled. http://www.papelenblanco.com


La soledad del talento: Emily Dickinson

21 julio 2014

Emily Dickinson

Emily Dickinson

Por: Patricia Díaz Terés

Jamás hallé compañera más sociable que la soledad”.

Henry David Thoreau

Rumores y leyendas se levantan comúnmente alrededor de aquellos personajes que han dejado su huella en la historia, sin importar si durante sus vidas experimentaron las más trepidantes y sórdidas aventuras, o bien tuvieron una existencia austera y discreta. Teniendo por lo regular todos los famosos escritores alguna peculiaridad dentro de su personalidad, no fue excepción la poetisa norteamericana Emily Dickinson.

En Amherst, Massachusetts decidieron instalarse en 1813 Samuel Fowler Dickinson y Lucretia Gunn Dickinson, siendo él uno de los fundadores del prestigiado Amherst College, y construyendo la pareja para tal efecto la casa que nombraron Homestead.

En esta misma ciudad su hijo, Edward Dickinson, contrajo a su vez nupcias con Emily Norcross. Tratándose de un lugar en donde el puritanismo era pan de todos los días, Edward fue formado como un hombre severo y tradicional que eventualmente se convirtió en juez de Amherst, luego en senador del estado y posteriormente llegó a representar a Massachusetts en el Congreso de Washington. Así, estando la formación de una familia dentro del esquema prioritario del abogado, la pareja tuvo tres hijos: William Austin Dickinson, Lavinia Norcross Dickinson y la escritora Emily Dickinson.

Siendo la segunda en nacer, Emily vino al mundo un 10 de diciembre de 1830, exhibiendo desde pequeña un espíritu sensible, pero también una voluntad propia y determinada. Tras haber sido educada con esmero en casa, en 1840 fue inscrita por sus progenitores en la Academia de Amherst, una escuela que había vedado la entrada a todas las féminas hasta tan solo un par de años antes. Ahí la chiquilla pudo alimentar su alma y su mente, convirtiéndose en una alumna aventajada, particularmente en cualquier materia que tuviese relación con las letras, complementándose su educación con el aprendizaje tanto del griego como del latín.

Siete años pasó la chica en aquel lugar, para después ser trasladada al Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount Holyoke, un lugar que centraba sus enseñanzas en la religión, y donde el padre de Emily esperaba que a su hija se le despejara la mente de sus “alocadas” ideas y regresara al camino del bien, para ser una señorita dócil y obediente que concentrase su capacidad intelectual en temas sacros. Nada más lejos del carácter de la damisela.

Fascinando a la joven disciplinas tan distintas como la botánica y la música, disfrutaba enormemente el tiempo que podía disponer en su jardín o tocando el piano, aunque su verdadera pasión era escribir poemas, cosa que hacía en cuanto pedazo de papel se cruzaba por su camino. Así, nada sentó peor a su ánimo que la restrictiva escuela para señoritas, saliendo la muchacha de la misma tras un semestre debido a que su cuerpo se rebeló y cayó enferma. Nunca regresaría a tal lugar.

Ahora bien, según las descripciones que se tienen de Emily era una dama frágil y tímida, que tenía un miedo casi patológico al contacto social; sin embargo, su determinación en otros aspectos nos hace pensar que la chica, si bien pudo haber sido introvertida, tenía un espíritu libre que la impulsaba a alejarse de las convenciones sociales. De igual manera, su marcado desarrollo intelectual fue lo que probablemente la llevó a tratar de entablar relaciones románticas con hombres mucho mayores que ella.

Ante el disgusto de su padre, su primer amor fue probablemente Benjamin F. Newton, que le llevaba diez años y para colmo de males era colega del distinguido Edward Dickinson. Viendo un peligro inminente en la amistad entre su compañero y Emily, seguramente Mr. Dickinson tomó cartas en el asunto, pues Benjamin decidió irse de la ciudad y contraer matrimonio con otra mujer, sin cesar sin embargo su contacto con la incipiente escritora, a quien la pena embargó de manera terrible cuando su amor imposible falleció a causa de la tuberculosis un par de años después de su partida, en 1853.

Para 1854 –año en que Emily viajó con su familia a Washington para apoyar la carrera política de su padre- encontró “solaz” para su alma en otro amor prohibido, el reverendo Charles Wadsworth, quien no solo le llevaba 16 años, sino que además era un hombre casado. Siguiendo el patrón de Newton, Wadsworth también optó por poner tierra de por medio y en 1861 se fue con su familia a San Francisco, perdiéndose su rastro para Emily. Siendo una mujer con una paciencia y una tozudez infinitas, logró dar de nuevo con su adorado en 1870, comenzando una relación epistolar que culminó en un encuentro diez años después, en 1880. Nuevamente, al igual que en el caso de Benjamin, Charles falleció dos años después.

Otro hombre que se vincula al corazón de Dickinson es Otis Lord, un juez –y compañero de estudios (!) de su padre- con quien se dice que sostuvo un apasionado romance cuando el hombre quedó viudo. Al parecer en este caso sí hubo intenciones de contraer matrimonio, pero por alguna razón este no se concretó, de modo que la relación entre ambos continuó hasta la muerte del varón en 1884.

De esta manera se cuenta que fueron todas estas penas las que eventualmente llevaron a Emily a recluirse en su casa y posteriormente en su cuarto solamente, rehuyendo cualquier contacto social fuera de su familia, estableciéndose entonces una afectuosa amistad entre ella y su cuñada Sue Gilbert Huntington –con quien algunas fuentes la vinculan romántica y no fraternalmente-. Para entonces la señorita ocupaba todo su tiempo en atender a su madre enferma, cocinar, cuidar su jardín y escribir poemas, los cuales se negaba terminantemente a publicar, particularmente tras una desafortunada crítica que recibió por parte del erudito Thomas W. Higginson –quien tuvo a bien rechazar también a Walt Whitman, y de quien se dice que fue amante de la Bella de Amherst[i]-, quien le comentó que consideraba su poesía como imperfecta aunque atrayente. Esto bastó para minar las ilusiones de la escritora, quien decidió que no publicaría ninguno de sus escritos –únicamente lograron salir a la luz cinco poemas, dos de ellos probablemente sin conocimiento o conocimiento de su autora, y existe la hipótesis de que la negativa a imprimir se debió principalmente al respeto absoluto que sentía por su padre, a quien una publicación por parte de su hija hubiese ofendido gravemente-.

Tras la muerte de Wadsworth, Emily recibió otro duro golpe cuando su sobrino Gilbert, de tan solo 8 años, murió a causa del tifus. Esta pena, sumada a una inactividad constante provocaron un daño en los riñones de la dama quien cayó víctima del mal de Bright. Siendo larga y penosa su agonía, misma que se veía agravada por momentos debido a la preocupación que le ocasionaba el que su hermano le fuera infiel a Sue con una señora de nombre Mabel Loomis Todd, la solitaria dama comenzó a perder la vista y pronto no pudo salir de su cama. Teniendo mucho “tiempo libre”, se dio a la tarea de planear su propio funeral, instruyendo a la pequeña Vinnie[ii] para que la vistiesen de blanco –costumbre que había adquirido años atrás-, le colocaran un ramo de lilas sobre el pecho, la enterrasen en un ataúd blanco y, sobre todo, que nadie la viera –su caja fue sacada de la casa por la puerta trasera y sus restos fueron depositados en una tumba cuyo epitafio reza “Called back”-.

Y así, tras la muerte de la reservada escritora el 15 de mayo de 1886, su hermana Lavinia encontró en la habitación de Emily dos mil poemas –la cantidad varía de acuerdo a la fuente de referencia- que se hallaban preparados en una suerte de fascículos (4) elaborados por la propia autora, como si hubiese pretendido publicarlos en algún momento. Desde que realizó el descubrimiento, Vinnie hizo todo lo posible por que la magnífica obra de Dickinson viese la luz, encontrando innumerables trabas. En tal proceso se inmiscuyó también Mabel Todd, quien junto con Thomas Higginson editó el primer volumen de poesías escritas por la Poeta Reclusa, sin siquiera mencionar el nombre de Lavinia.

Otros dos volúmenes de poesía y algunos de cartas fueron publicados con posterioridad, quedando el nombre de Emily Dickinson grabado a fuego en la historia de la literatura universal, recordándola el gran Jorge Luis Borges con las siguientes palabras: “No hay que yo sepa, una vida más apasionada y solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo”.

 

FUENTES:

“Cartas de Emily Dickinson”. Aut. María Aixa Sanz. www.margencero.com

“Emily Dickinson: el hoy hace que el ayer signifique”. Cultura Colectiva. 15 de mayo 2014.

“La loca de Amherst”. Aut. Paola Kaufmann. www.lamaquinadeltiempo.com

“Emily Dickinson”. Julio 2009. http://vidasfamosas.com

“La poetisa recluida, Emily Dickinson”. 5 de mayo 2014. www.mujeresenlahistoria.com

“The Homestead”. www.coveacultural.com

 

[i]Emily Dickinson ha sido conocida también como la Bella de Amherst, la Mujer de Blanco, la Poeta Reclusa y la Monja de Amherst.

[ii]Lavinia Dickinson.


Cuando el mito esconde al monstruo: Ernest Hemingway

15 junio 2009

Ernest Hemingway

Ernest Hemingway

Por: Patricia Díaz Terés

“Actuar es fácil, pensar es difícil; actuar según se piensa es aún más difícil”.

Johann Wolfgang Goethe

Por todos es conocido el hecho de que la vida de muchos famosos escritores, y artistas en general, presenta más elementos tortuosos que impresionantes, pero existen algunos casos en los que el mito creado alrededor del literato refleja una imagen totalmente opuesta al original.

Tal es el caso del afamado autor, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1952, Ernest Hemingway. Habiendo nacido en el año de 1899 en un suburbio de Oak Park, cerca de Chicago (E.U.), este complejo personaje demostró desde muy pequeño su problemática personalidad.

Rebelde desde la infancia miembro de una familia con estrictas creencias religiosas  Ernest fue desarrollando desde muy tierna edad una serie de odios –el más profundo dirigido hacia su madre- y rencores que, más tarde, constituirían un pesado fardo en su vida adulta.

Exhibiendo rasgos tanto del padre como de la madre, heredó del primero -el Dr. Edmunds Hemingway-  un gusto por las actividades al aire libre como la caza y la pesca; y de la segunda –Grace Hemingway- el genio artístico que lo haría leyenda. Pero aún teniendo padres cultos y profesionistas, Ernest pasó gran parte de su infancia tratando de cumplir con las estrictas normas por ellos impuestas.

Al llegar a la adolescencia su carácter intempestivo y su creciente vanidad, provocaron que renegara de todas las enseñanzas hogareñas para convertirse en un ateo que, sin embargo, pregonaba a través de sus escritos una serie de valores fundamentales como la verdad, la honestidad y la lealtad, mismos que nunca puso en práctica.

Pocas ocasiones ha tenido la historia para registrar mayor incongruencia. Pero haciendo caso a la frase del jurista romano Ulpiano, “justicia es el hábito de dar a cada cual lo suyo”, es necesario señalar que Hemingway fue tan extraordinario en el aspecto intelectual como ominoso en el personal, situando la realidad en un plano bastante alejado de la imagen mítica quasi  perfecta que predomina en ciertos círculos de la sociedad “culta”.

Convencido de sus capacidades literarias desde muy joven, y realizando de manera incesante un gran esfuerzo para pulir su singular estilo, Hemingway comenzó a crear relatos que manifestaban un estilo refinado, conciso y casi perfecto, tal como dice el periodista Javier Aparicio en su artículo “Muerte a lo Superfluo”, este famoso autor “impuso en el cuento las leyes de la elipsis, la omisión, el distanciamiento objetivo y la ambigüedad”.

La leyenda comenzó cuando inició su trabajo en el periódico Kansas City Star, para posteriormente participar en la Primera Guerra Mundial como conductor de ambulancias en el frente italiano. Éste es uno de los episodios que más tarde Hemingway acomodaría a conveniencia, inventando gran cantidad de relatos que él refería como verdaderos. De esta manera se convirtió a sí mismo en héroe de grandes batallas, asegurando haber dirigido, por ejemplo, el excelente regimiento Arditi en el Monte Grappa en donde según él había resultado herido.

Su herida consta en los registros, pero en ningún documento se encuentra asentada situación alguna en la que el literato haya recibido 32 impactos de bala calibre 45, como llegó a sostener en algún momento.

De igual forma resulta ambigua su participación en conflictos bélicos como la Guerra Civil Española o la Segunda Guerra Mundial. En cuanto a la primera, según contaba el imaginativo Ernest, llegó incluso a proclamar que acompañó el ataque de infantería en el frente de Teruel, ganando la noticia –por diez horas- a su rival corresponsal, Matthews. En cuanto a su intervención en la segunda, el autor aseguraba haber sido el primero en entrar en el París liberado en 1944.

Por otra parte, si bien deben tomarse en cuenta sus numerosos méritos como escritor entre los que se encuentran narraciones como En Nuestro Tiempo (1925), descrita como prosa “de la más alta distinción”, o las exitosas Fiesta (1926) y Adiós a las Armas (1929), así como la creación que le hizo merecedor del Nobel, El Viejo y el Mar (1952); también debe destacarse que, en el ámbito personal, fue incapaz de sostener durante mucho tiempo una relación de amistad, incluso con famosos escritores de su época a quienes, en un principio, había apoyado e incluso admirado.

Siendo las dos excepciones Ezra Pound y James Joyce, ambos siempre respetados por el envidioso Hemingway, éste tuvo querellas con otros colegas como Scott Fitzgerald o Gertude Stein, provocadas generalmente porque ellos habían “osado” criticarle en cualquier sentido. Incluso, gracias a sus recurrentes mentiras perdió amigos como el general español Gustavo Durán, quien vio la chapucería tras lo que Ernest llamaba “empresa de fulleros” en la cual, viviendo en la Finca Vigía cerca de La Habana, Cuba, patrullaba los mares en busca de supuestos submarinos alemanes.

Con esta empresa se mostró claramente el desmedido egoísmo del literato ya que, aún siendo la gasolina un bien racionado con motivo de la guerra, a él se le daban varios galones para abastecer un yate en el cual, lejos de ejercer un patriótico deber –ya que la operación se hizo en conjunto con el FBI, el cual cabe mencionar, nunca encontró datos de valor en la información proporcionada por el Premio Nobel-  aprovechaba los beneficios para salir de parranda.

Víctima de un severo alcoholismo, también destrozó la vida de cuatro mujeres a quienes hizo sus esposas en forma consecutiva: Hadley Richardson, Pauline Pfeiffer, la famosa periodista de Collier’s, Martha Gellhorn, a quien a la vez admiraba y odiaba por ser su rival profesional; para terminar sus días con la increíblemente tenaz Mary Welsh, a quien despreciaba por su poco carácter y nulas aspiraciones intelectuales; pero en quien encontró a la mujer -sumisa hasta lo absurdo- que había buscado durante toda su vida.

Finalmente, consumido por una insatisfacción generada por su incapacidad para mantener sus propios estándares creativos, así como por una manifiesta inestabilidad mental, Ernest Hemingway decidió quitarse la vida, el 2 de julio de 1961, de  con su mejor fusil inglés.

De este modo y tal vez sin él haberlo imaginado jamás en tales proporciones, Ernest Hemingway se ha transformado en más que un escritor, para convertirse en un ícono reverenciado por muchos; pero que, haciendo una analogía con el personaje del Dr. Jeckyll de Robert Louis Stevenson, también tenía un lado oculto y funesto, con el cual lejos de proyectar la luz que irradiaba con su maravilloso aunque intrincado intelecto, ensombreció la vida de toda persona que se le acercaba, ya que ejerció siempre el proverbio judío que dice “de vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”, principio que engendró una aterradora quimera.   

FUENTES:

“Intelectuales”. Aut. Paul Johnson. Javier Vergara Editor. Buenos Aires, Argentina, 2000.

“Muerte a lo Superfluo”. Aut. Javier Aparicio Maydeu. Periódico El País, España. 16 de junio 2007.

“Ernest Hemingway: tener o no tener la foto”. Aut. Manuel Vicent. Periódico El País, España. 25 de abril 2009.

“Ernest Hemingway: Agente Secreto”. Aut. Peter Moreira. Revista Semana. Bogotá, Colombia.    25 de abril 2006.