Por: Patricia Díaz Terés
“El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad”.
Víctor Hugo
Desde la Antigüedad el hombre ha tratado de invocar las etéreas voces de los dioses a través de oráculos, para revelar los intrincados arcanos del Destino y así descifrar la más grande incógnita que enfrenta a lo largo de su existencia: el Futuro.
En el mundo helénico fueron muchos los oráculos – lugares en los que a través de diversos medios los hombres se comunicaban con los seres divinos- que transmitieron tanto a reyes como a campesinos los designios de los dioses.
Al oeste de Grecia se encontraba, por ejemplo, el oráculo de Dodona, dedicado al soberano del Olimpo, Zeus, y cuyas predicciones resultaban económicamente accesibles para miembros de todas las clases sociales. Así, los demandantes escribían sus preguntas en tiras de plomo que eran depositadas en una vasija, para que posteriormente la Pitonisa o Pitia– mujer que se comunicaba directamente con el dios (o héroe difunto) al entrar en trance- respondiera simplemente con un sí o un no, tras lo cual la persona favorecida estaba obligada a dejar un obsequio para la divinidad rectora del templo.
Pero sin duda el más famoso e importante –y también costoso- de estos recintos para los griegos –y el mundo antiguo en general- fue el Oráculo de Delfos, hogar del dios Apolo. Según el mito éste, poco después de su nacimiento en la isla de Delos, recorrió la Tierra para buscar el sitio idóneo en donde colocar un templo dedicado para su culto. Su padre Zeus vio el problema y decidió ayudar; para tal efecto convocó a dos águilas para que volaran alrededor del globo terráqueo, una hacia Oriente y otra hacia Occidente, y al cruzarse indicarían a su vástago cuál era el omphalos u ombligo del mundo.
De esta manera cuenta la leyenda que las aves, después de su larga travesía, coincidieron sobre Delfos donde juntaron sus garras y danzaron en círculo. Sin embargo, tomar posesión de su presunto templo no sería una tarea tan sencilla para el multifacético dios – se le adoró como dios del sol, la poesía y la profecía, entre otros -, ya que el lugar se hallaba previamente reclamado por Gea (la Tierra) y Temis (diosa de las leyes eternas), al tiempo que era custodiado por la cruel y sanguinaria hija de la primera, la serpiente Pitón, a quien Apolo aniquiló para posteriormente dejar el cuerpo a merced de la putrefacción; viendo esto Gea y Temis, así como la creatura Delfine decidieron abandonar el lugar, cediéndolo a su olímpico adversario.
La descripción que existe del Oráculo de Delfos es imponente. Imaginemos a un rey de un país cualquiera, quien preocupado por una guerra inminente, acudía para pedir una guía en las difíciles decisiones bélicas. Después de hacer un largo peregrinaje hasta acercarse a Delfos, el monarca se enfrentaría a toda la grandeza del Peloponeso, llegando al recinto sagrado de Marmaria y encontrando en una ladera el templo de Atenea Pronaia; luego al pie de la roca Hiampea, entre las piedras Fedríades (brillantes), localizaría la cristalina fuente Castalia en donde debería realizar rigurosas abluciones de purificación para después llegar finalmente ante las monumentales puertas del Templo de Apolo.
Una vez ahí, observaría grabadas en las paredes del sagrado recinto las máximas de los Siete Sabios, siendo recibido por la frase “conócete a ti mismo”, frase expresada por la Pitia como respuesta a la pregunta de Creso, rey de Lidia: “¿qué es lo mejor para el hombre?”.
Una vez traspasado el umbral, y habiendo cumplido con el requisito de hacer un sacrificio animal en nombre del dios conjurado, el visitante tendría que adentrarse en el templo –o la montaña- para llegar a la cripta que albergaba la estatua de Apolo y continuar su camino hasta llegar al ádyton, en donde encontraba, entre densos vapores de azufre que surgían de una grieta en el suelo, un áureo trípode rodeado por laureles –esto último como recuerdo de la ninfa Dafne de quien Apolo estaba enamorado-, en el cual se colocaba la Pitonisa.
Ahí, entre los “místicos” vahos, la mujer comenzaba a sufrir de violentas convulsiones e hinchazón en el cuello, de modo que, mientras escupía espuma por la boca iba soltando palabras con significado ambiguo, las cuales eran interpretadas por los sacerdotes en forma de verso; éstos eran regularmente tres y tenían su propia categoría siendo hiereis, prophetai y hosioi, además guardaban el archivo o chremographeion. Así, después de obtener su respuesta – fuera o no favorable para él – el rey debía entregar espléndidos regalos a la divinidad.
La importancia del Oráculo de Delfos fue tal –principalmente entre los siglos VI a IV A.C.- que ninguna decisión importante, de Estado o personal, se tomaba sin antes consultarlo; pero quien acudía debía tener la posibilidad de cubrir su elevada tarifa, por lo que era sólo costeable para reyes y miembros de las clases sociales altas. Tal llegó a ser la riqueza del templo que a su alrededor se construyeron edificios para contenerla, llamados tesoros.
Las Pitias de Delfos llegaron a ser consultadas por soberanos como Nerón o Creso, a quienes les fue vaticinada su propia caída; mientras que más afortunadas fueron las consultas realizadas por los estrategas de conflictos como las Guerras Médicas (Persia – Grecia).
Pero como nada dura para siempre, ni siquiera la expresión terrena de la voces olímpicas, el Oráculo de Delfos fue decayendo poco a poco, principalmente con la llegada del cristianismo. Cuando el emperador romano Juliano en el año 342 d.C. mandó una embajada para averiguar si había forma de revivirlo, la respuesta que obtuvo fue que el dios Apolo no tenía ya ahí su morada.
De tal suerte, 30 años más tarde el emperador romano Arcadio redujo a escombros lo que antaño constituyó el faro y la guía de todo el mundo Antiguo, y procedió a saquear todos sus tesoros, como por ejemplo, un impresionante león de oro de 250 Kg. que se encontraba sobre 117 bloques de oro blanco.
Es así como hemos tenido la oportunidad de ver que, desde tiempos inmemoriales, los hombres han tenido la necesidad de ver ratificadas sus decisiones por alguien más, en el caso de los grandes monarcas y emperadores, quién mejor que el dios Apolo para cumplir esta tarea ya que tal vez se inclinaban más por el punto de vista del escritor Benito Pérez Galdós quien dijo “… Las inclinaciones suelen ser rayas trazadas por un dedo muy alto, y nadie, por mucho que sepa sabe más que el destino”, que por la del músico L. V. Beethoven quien expresó en alguna ocasión “…Si quieres conocer los milagros, hazlos tú antes. Sólo así podrá cumplirse tu peculiar destino”.
FUENTES:
“Los Poderes Desconocidos”. Reader’s Digest. México 1982.
“Historia del Ocultismo”. Aut. L. de Gerin-Ricard. Louis de Caralt, Editor. Barcelona, España, 1961.
“Delfos. El Ombligo del Mundo”. Aut. Bernardo Souvirón. Revista Clío, Historia. Año 8, No. 85. España.
“Delfos, el Poder de la Profecía”. Aut. David Hernández de la Fuente. Revista Historia, National Geographic No. 52. España, junio 2008.
“Delfos, Oráculo de la Antigua Grecia”. Aut. Daniel Martorell. Revista Historia y Vida No. 432. Barcelona, España.