El hada de la batuta: Antonia Brico II

3 agosto 2022

Segunda parte

Por: Patricia Díaz Terés

Si quieres triunfar en la vida, haz de la perseverancia tu amigo del alma, de la experiencia tu sabio consejero, de la advertencia tu hermano mayor y de la esperanza tu genio guardián”.

Antonia Brico

Joseph Addison

Miss Brico ha demostrado dotes sorprendentes e inequívocos como directora. Es más hábil, más lista y más musical que muchos de sus colegas masculinos que nos aburren aquí en Berlín” mencionaba el periódico alemán Allgemeine Zeitung tras la presentación de Antonia Brico como directora de la Orquesta Filarmónica de Berlín el 10 de enero de 1930.

De este modo, en un mundo musical, por entonces completamente dominado por los hombres, la figura de la joven y fresca Antonia, el público y la prensa reconoció que ella daba a los conciertos un aire especial que comenzó a atraer a los aficionados a la música.

Así, después de abrirse paso en el Viejo Continente con bastante éxito, la novel directora decidió regresar a casa; sin embargo, tuvo una amarga experiencia al toparse con un ambiente musical mucho más estrecho de miras que el europeo, por lo que tuvo pocas oportunidades para mostrar su talento y siempre como directora invitada de orquestas como la Filarmónica de los Ángeles o la Sinfónica de San Francisco, ya que sus compatriotas se negaban sistemáticamente a otorgarle un puesto permanente. Esta situación la llevó a realizar una muy fructífera gira en Europa con diversas orquestas de Polonia, Alemania y los Balcanes.

Pero América llamaba a Antonia, quien, al regresar de su aventura europea y tras pasar un tiempo en California, dirigió sus pasos a la flamante ciudad de Nueva York, donde se convirtió en la primera mujer en dirigir una ópera de una compañía neoyorquina de renombre al tomar la batuta en la producción Hänsel y Gretel de Engelbert Humperdinck que se presentó en la Ópera del Hipódromo de Nueva York, para posteriormente anotarse otro gran acierto al dirigir, en 1933, a la Musicians Symphony Orchestra en la Metropolitan Opera House. Con esta agrupación hizo dos conciertos, ya que un tercero que se había programado tuvo que ser cancelado debido a que el tenor solista, John Charles Thomas, se rehusó terminantemente a cantar bajo la dirección de una dama. Esta situación no se debió tanto al machismo de Thomas sino a su ego, ya que temía que su ejecución fuera opacada por la fama de Antonia.

Era 1934 cuando la aguerrida primera dama Eleanor Roosevelt conoció a Antonia Brico y entre las dos lograron fundar la Orquesta Sinfónica de Mujeres de Nueva York, la cual tuvo buena acogida por el público teniendo en su interior un armónico ensamble, pues se omitían los rechazos y reticencias a los que con frecuencia se enfrentaba Brico cuando se ponía al frente de los ensambles masculinos. De esta manera, con el apoyo contundente del alcalde neoyorkino, Fiorello La Guardia, logró hacer magníficas presentaciones como la realizada en febrero de 1935 en Manhattan.

Pero en esta empresa, la visión incluyente de Antonia dio al traste con la misión, ya que, tras cuatro años de trabajo, la joven decidió aceptar hombres en las filas de su agrupación musical, lo cual le restó, ante los ojos del público, novedad y singularidad, por lo que en 1939 la orquesta se disolvió.

Además, ante más de tres mil espectadores, en 1938, Brico se convirtió en la primera mujer en dirigir a la Orquesta Filarmónica de Nueva York, tras lo cual, a pesar del entusiasmo del público, tuvo que sufrir las ridículas críticas de publicaciones como el Times en las cuales se dejaba en claro que era una fatalidad el hecho de que una fémina dirigiera tan distinguida orquesta (!).

Un año después condujo la Orquesta Federal en la Feria Mundial de Nueva York, teniendo ya para entonces un prestigio especial por estructurar sus conciertos con programas vanguardistas que incluían música contemporánea americana.

No obstante, los conciertos y las giras no constituían necesariamente un ingreso económico fijo, por lo que la dotada directora también tuvo que ejercer la docencia, contando entre sus alumnas a la niña prodigio, pianista y compositora, Philippa Schuyler (1939), renunciando Antonia antes de que la insoportable madre de la chiquilla la despidiera.

Se trasladó entonces a Denver, Colorado, donde ejerció sus dotes como profesora de piano y dirigiendo pequeñas orquestas. A partir de 1946 retomó su trabajo como directora invitada en orquestas europeas, destacándose entonces los conciertos ofrecidos en el Royal Albert Hall y en Helsinki, la capital finlandesa, a donde fue directamente invitada por el famosísimo compositor Jean Sibelius, quien la calificó como “una directora de orquesta de fuego”.

Después de esta nueva travesía intercontinental, Antonia regresó a Denver donde fundó la Sociedad de Bach y el Conjunto de Cuerdas de Mujeres, trabajando especialmente como directora de la Denver Businessmen’s Orchestra, agrupación musical semiprofesional que en 1948 cambió su nombre por Orquesta Sinfónica Antonia Brico, en la que la directora se mantuvo activa hasta su retiro en 1985.

La historia de Antonia Brico fue contada en 1974 por una antigua alumna suya, Judy Collins quien, junto con Jill Godmilow, realizó el documental Antonia: retrato de una directora de orquesta, el cual cuenta con intervenciones directas de la afamada conductora –actualmente podemos ver la historia de Brico en Netflix en la película La Directora o Antonia: una sinfonía, de la cineasta holandesa Maria Peters (2018)-. A los 73 años realizó su última aparición pública en Nueva York (1977) dirigiendo la Filarmónica de Brooklyn.

Tranquilamente concluyó la vida de Antonia a sus 87 años, cuando residía en las Torres Bella Vista en Denver, el 3 de agosto de 1989, pasando entonces a formar parte del Salón de la Fama de las Mujeres de Colorado al lado de personajes como Hattie McDaniel y Golda Meir,  dejando como legado la apertura de las puertas para todas aquellas mujeres que han decidido tomar la batuta al frente de una orquesta en las últimas décadas. Sin ser todavía un terreno equitativo, en cuestión de género, sin duda la aportación de damas como Antonia Brico han ayudado a abrir, cada vez más, la mente y el corazón de músicos y espectadores al talento de las personas musicales, sin importar su sexo, raza, creencias o cualquier otra característica ajena a sus dotes artísticos.

“Berlin Philarmonic’s first woman conductor”. www.overgrownpath.com. 30 de octubre 2007.

“Antonia Brico a la batuta”. Aut. Fabiana Sans Arcílagos y Lucía artín-Maestro Verbo. www.melomanodigital.com 16 de junio 2021.   

“Siglo XX-Antonia Brico”. www.mujeresquehacenlahistoria.blogspot.com. 6 de agosto 2021.   

 “Antonia Brico”. https://coloradoencyclopedia.org/article/antonia-brico.

“Antonia Brico: La primera mujer que dirigió la Filarmónica de Berlín”. www.paraquetuveas.es

“Antonia Brico: La primera mujer que dirigió la Filarmónica de Berlín”. http://www.elperiodico.com   


La resiliencia de la virtud: Clara Schumann

29 marzo 2022

Parte V

Por: Patricia Díaz Terés

No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad”.

Sócrates

Clara Schumann y Johannes Brahms

Tras el deceso de Robert Schumann una nueva etapa daría comienzo en la vida de Clara  –que desde esa juvenil edad de 37 años comenzó a vestir solo de negro- quien decidió darse un respiro para serenarse y recobrar fuerzas, trasladándose entonces con su familia y el compositor Johannes Brahms a Suiza para pasar una temporada de recuperación, internó a sus hijos Ludwig y Ferdinand en una escuela en Bonn. Continuando con su imparable difusión de las obras de su marido, Frau Schumann ofrecía un concierto tras otro mientras en los descansos se entretenía juntando flores para Brahms, mismas que disecaba y colocaba en un delicado álbum floral.

Los escasos fondos de la viuda de Schumann le requirieron que aceptara una ardua gira por Rusia, donde cosechó un éxito tras otro, logrando reunir varios millones de rublos ante audiencias que alcanzaron los tres mil asistentes, contando en aquel trance con el apoyo de muchos amigos músicos y destacados miembros tanto de la aristocracia como de la nobleza.

En enero de 1865 comenzó una racha de desgracias. Primero Clara se fracturó la mano tras una caída sufrida durante un concierto, tres años después Brahms se trasladó a Viena. Para entonces el compositor estaba francamente enamorado de la viuda Schumann pero nunca se lo había declarado –ni lo haría abiertamente-. Por su lado, la señora albergaba también tiernos sentimientos hacia el músico, mismos que se vieron violentados cuando Johannes, en una suerte de arrebato, le pidió que se mudara a la capital austriaca y abandonara su frenético ritmo de vida, a lo cual, airada, la compositora contestó que no era por su gusto el llevar ese estilo de existencia, sino a causa de las demandas económicas. Al parecer no le gustó en absoluto la sutil referencia de su amigo para confinarse en su hogar.

Esta situación los distanció durante algunos meses, hasta que Brahms le recriminó que se había alzado un muro entre ambos. Disminuyendo su coraje, Clara le contestó en términos cordiales, conminándolo a sostener correspondencia tan entrañable como antaño. Mientras tanto, la pianista sufría en silencio la pena que la embargaban la grave enfermedad de su hija Julie y los trastornos mostrados por Felix, quien era incapaz de conservar un trabajo y llevaba una vida desordenada, mientras que a Ludwig le fue detectada una enfermedad en la médula espinal que le dañó el funcionamiento del cerebro, por lo que tuvo que ser internado en el sanatorio de Colditz cerca de Leipzig.

Estalló entonces la guerra franco-prusiana, y esta situación afectó seriamente al público que asistía a los conciertos de Clara en Inglaterra, puesto que la percibían como enemiga –aunque a ojos vistas nada tenía que ver la música en el conflicto-. Ferdinand Schumann se enlistó en el ejército y participó activamente en las batallas, regresando del frente con algunas reumas, que lo obligaron a utilizar muletas durante el resto de su vida y con una adicción a la morfina.

Para el 8 de octubre de 1871 la viuda Schumann se presentó ante el emperador Guillermo I y al año siguiente volvió a realizar conciertos en tierras británicas, donde se llevó un sinsabor durante su comparecencia en la corte de la reina Victoria, quien no supo apreciar las dotes de su invitada y conversó ruidosamente durante la interpretación para exasperación de la compositora; esta molestia se incrementó a niveles considerables cuando la caprichosa soberana llamó a sus gaiteros para que la entretuviesen antes de que la alemana terminase con su recital.

Exhausta por una existencia errante, Frau Schumann recibió un nuevo golpe al morir su madre, seguida por su hija Julie. Su penosa situación fue sin embargo aliviada, al menos económicamente, al recibir 30 mil táleros de manos de un grupo de admiradores de Colonia, quienes le regalaron el dinero en forma de acciones del Ferrocarril Renano, lo cual le garantizaría un ingreso de mil táleros anuales.

Pero el infortunio al parecer no mermó en absoluto el orgullo de la música, puesto que cuando Joseph Joachim, a la sazón director de la Academia de Música de Berlín le propuso a finales de 1872 impartir clases de piano en el conservatorio, las exigencias fueron tales que el contrato no llegó a firmarse.

1873 recibió a Clara con dolores reumáticos que iban en aumento. En este escenario nuevamente obtuvo muestras de amistad cuando la princesa Kinsky de Viena y otras damas de alcurnia le hicieron un regalo de diez mil táleros, mientras que los cuatro mil táleros reunidos durante el Festival Schumann realizado en Bonn y dirigido por Joachim, se destinaron a la elaboración de un monumento para honrar al difunto. Más desgracias se acumularon en este año cuando Felix Schumann enfermó de pleuresía y Friedrich Wieck falleció a la edad de 88 años.

En 1874 la compositora tuvo además que suspender sus conciertos y ejercicios pianísticos a causa de su condición física. Al año siguiente, tras visitar a un renombrado cirujano, Friedrich von Esmarch, pudo retomar en cierta medida el piano y al año siguiente volvió a dar conciertos. Cuatro años después Joachim Raff, director del Conservatorio Hochsch le propuso impartir una clase de perfeccionamiento pianístico. Para ello la dama demandó una anualidad de dos mil táleros, dar solamente una o dos horas de clase diaria y tener a Marie, su hija, como ayudante. Todo esto le fue concedido.

En febrero del año siguiente falleció Felix Schumann y en 1885 asaltaron la casa de Clara en Francfort, ocasionándole fuertes pérdidas económicas. En este tiempo la dama estaba enfrascada en la edición de un epistolario con la correspondencia sostenida con su difunto marido.

Fue en 1889 cuando la viuda Schumann admitió que la ejecución pianística era ya físicamente agobiante para ella y el 13 de marzo de 1891 tuvo su última presentación pública, interpretando obras de Brahms. En junio de ese mismo año falleció su hijo Ferdinand.

Su salud fue poco a poco deteriorándose, lo cual era sumado a la interminable serie de desgracias que había sufrido la dama, quien había tenido, sin embargo, siempre la consoladora presencia de su amigo Brahms.

Fue entonces el 20 de mayo de 1896 cuando, a sus 77 años, una segunda apoplejía le permitió a Clara reunirse con su amado Robert en las estancias celestiales. Brahms habrá quedado seguramente sumido en la melancolía extrañando a su amor platónico.

Compositora talentosa, pianista brillante, dama revolucionaria, esposa devota, madre cariñosa y exigente… Clara Schumann tuvo tantas facetas en su vida como resiliencia para adaptarse a cada uno de los retos que la existencia le presentó, sabiendo la dama siempre sobreponerse a sus dudas e inseguridades con el objetivo de sacar adelante a su familia, ejercer su labor artística y, sobre todo, perpetuar la obra de su amadísimo Robert –ofreció más de mil conciertos en diez países diferentes con el repertorio de su marido e incluso sus obras completas-, a quien le fue devota hasta el último día de su vida.

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Clara Schumann”. Aut. Matthias Henke. Serie Mujeres Rebeldes. Javier Vergara Editor. Grupo Zeta, Buenos Aires. Marzo 2001.

Con nombre propio: Clara Wieck”. Aut. Fabiana Sans Arcílagos y Lucía Martín-Maestro Verbo. Melomanodigital.com 12 de septiembre 2019.

Clara Schumann, clave para la carrera de su esposo Robert”. Aut. María Eugenia Fabro. Gaceta.unam.mx. 12 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann, la pianista que rivalizó con Liszt”. Aut. José Ruiz Mantilla. Babelia, El País. Elpais.com,18 de octubre 2019. .

 “Clara Schumann: artista y supermujer del siglo XIX”. Aut. Rick Fuker. Dw.com 13 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann, una vida para la música”. Aut. Juan Carlos Tellechea. Mundoclasico.com. 14 de junio 2021.

 “Clara Schumann, compositora y pianista al nivel de los grandes del teclado del siglo XIX”. Inba.gob.mx 13 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann. Mucho más que la señora de…”. Bibliotecas.unileon.es. 22 de noviembre 2019.


Amores perdidos y amistades renovadas: Clara Schumann

22 marzo 2022

Parte IV

Por: Patricia Díaz Terés

Clara Schumann con sus hijos

Cuando llega la desgracia, nunca viene sola, sino a batallones”.

William Shakespeare

La vida de Clara, tras su matrimonio con Robert Schumann fue, por decir lo menos, compleja. En primer lugar, la compositora tuvo que aprender a desenvolverse conjugando sus roles como madre, esposa, compositora e intérprete, en un contexto, además, política y económicamente muy turbulento.

De este modo, la revolución sorprendió a los Schumann en 1848, manifestándose ellos a favor de aquellos principios que habían inspirado la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad, y poniendo a la práctica sus simpatías a través de la recaudación de fondos, como en el concierto ofrecido por la dama en el Hôtel de Saxe, cuyos beneficios serían destinados a los combatientes libertarios. Por su parte Robert, al recuperarse de su postración, hizo su colaboración desde su propia trinchera escribiendo la música para una canción revolucionaria del poeta republicano Ferdinand Freiligrath.

Las condiciones bélicas preocupaban sobremanera a Clara, por lo que los Schumann se trasladaron temporalmente a la finca Maxen, donde la dama había disfrutado del campo en su juventud. La familia anfitriona no solo los albergaba a ellos, sino también a algunos aristócratas que huían de la violencia. Esta mezcla de ideologías, hizo que la pedantería de los adinerados ahuyentara a los artistas, quienes decidieron establecerse en la aldea cercana de Kreischa.

Era junio de 1848 cuando la familia de los músicos regresó a una Dresde devastada por la guerra e invadida por los prusianos, pero la vida seguía y el 16 de julio Clara dio a luz a su hijo Ferdinand, tras lo cual la atacó una enfermedad que la acompañó hasta diciembre del mismo año. Para primavera del año siguiente Robert aceptó el ofrecimiento de suceder a Ferdinand Hiller como director de música en Düsseldorf, ciudad que los acogió con calidez.

Todo parecía transcurrir de manera pacífica, cuando a Clara se le ocurrió organizar una amena velada en la que participarían Wilhelm Joseph von Wasielewski, primer violín, Ferdinand Hiller y la cantante Mathilde Hartmann. Frau Schumann, como siempre, deslumbró al público, pero sufrió un espantoso revés al recibir una cáustica crítica de la persona menos esperada: su propio esposo, quien, sin que nadie supiera a cuento de qué, decidió calificar a voz en cuello que la interpretación de su mujer había sido espantosa. Curioso es en este sentido el destino, pues en 1851, cuando Robert tuvo que llevar a cabo los conciertos de abono que estaban estipulados en su contrato como director de música, la crítica calificó a muchos de ellos como malogrados, débiles e infortunados, llegando al extremo de que, en la presentación del 13 de marzo, nadie aplaudió.

Por este tiempo los compañeros de trabajo de Robert Schumann comenzaron a notar que algo no andaba bien, pues en su conducción omitió el detalle de que una de las canciones de la Pasión según San Juan de Bach estaba terriblemente montada; al mismo tiempo sus colaboradores se quejaban porque no daba las instrucciones adecuadas en un volumen audible.

            Los Schumann necesitaban un descanso urgente, por lo que decidieron el 19 de junio realizar un recorrido por el río Rin, dejando a los chicos encargados en buenas manos. De esta manera visitaron a su amigo Carl Reinecke en Colonia y llegaron hasta Ginebra, de donde continuaron hacia Amberes, en Holanda, lugar en que Robert había sido invitado como juez en un certamen coral.

Pero el disfrute concluyó de manera abrupta cuando, ya de regreso en su hogar, el 6 de septiembre el Comité de Conciertos convocó a una sesión para discutir el desempeño de Robert. Así, le informaron que la orquesta y los cantantes estaban inconformes con su dirección, puesto que se había mostrado indeciso, impreciso y apático; no obstante, los conciertos continuaron.

Para finales de año la pareja recibió, en fugaz entrega, a su hija Eugenie, quien nació tan solo en el transcurso de una fiesta de la cual se había retirado Clara a causa de un malestar, encontrando Schumann ya a su hija en brazos de su esposa para la medianoche, al final de la velada.

La primavera de 1852 fue testigo del agravamiento de la condición de Robert, quien se debatía entre constantes crisis depresivas y de reuma, condición que no fue favorecida cuando la familia se vio obligada a abandonar su hogar en Kastanienallee, para vivir en Herzogstrassem, un barrio con nuevos edificios al sur de la ciudad, sitio que resultó un verdadero infierno para los músicos pues estaban constantemente atormentados por el ruido ocasionado por la construcción de una acería, a la vez que su entusiasta vecinillo aporreaba a todas horas su piano –que se encontraba justo contiguo al estudio de Schumann- so pretexto de que amaba la música y quería ser un gran profesional. Esta noble intención fue favorecida por los padres del chico, haciendo esto que desdeñasen las súplicas de los músicos vecinos para que el jovencito demostrara su verdadero amor por el arte musical y guardase silencio.

Para escapar un poco de esta situación los Schumann emprendieron un segundo viaje por el Rin, el cual estuvo interrumpido por un episodio de Robert, tras el cual su amigo el médico poeta Müller von Königswinter le recomendó una especie de hidroterapia que consistía en arrojarse repetidamente al río, acción que el compositor llevó a cabo sin demasiada convicción, pero teniendo resultados relativamente favorables al mejorarse su insomnio y corregirse tanto sus inhibiciones del lenguaje como sus dolores reumáticos.

En 1853 los Schumann comenzaron a cultivar una relación, que a la larga sería profunda y fructífera, con el violinista Joseph Joachim, quien a sus doce años había sido considerado como un niño prodigio y nombrado Virtuoso de la Corte de Jorge V, rey de Hannover; junto con él, llegó el que llegaría a ser para Clara su sostén durante muchos años por venir: el compositor Johannes Brahms.

El 10 de noviembre de ese mismo año Robert decidió que ya era suficiente su trabajo como director de música y renunció a su puesto, iniciando entonces junto a su esposa una gira por Holanda, sin embargo, en la primera parada, en Emmerich, el músico sufrió una noche de alucinaciones auditivas que inquietaron sobremanera a su cónyuge, hecho que no mermó en absoluto el rotundo éxito que obtuvieron durante el concierto ofrecido en los días posteriores.

Desgraciadamente los trastornos de Robert iban en aumento ante la creciente angustia de Frau Schumann, quien impotente veía cómo su marido padecía con alucinaciones auditivas que iban desde cantos angelicales, acordes, piezas completas hasta alaridos infernales. El 27 de febrero de 1854 esta situación encontró su trágico clímax cuando el compositor salió de su casa en ese lunes de carnaval, ataviado únicamente con bata y pantuflas, adentrándose en una multitud bañada por la lluvia. Dirigióse entonces Robert al Rin, donde trató de pagar a un barquero con un pañuelo de seda. El estupefacto lanchero se quedó de una pieza cuando su pretendido cliente se trasladó a mitad de la embarcación cayendo entonces al agua.

Unos pescadores lograron rescatarlo y, reconociéndolo de inmediato, lo trasladaron a su domicilio donde su atribulada familia mandó a llamar al médico de la familia, el doctor Hasenclever, quien decidió que Robert debía ser internado en una clínica para su recuperación, establecimiento que estaba ubicado en Endenich, cerca de Bonn y era dirigido por Franz Richarz, quien tenía un método de tratamiento compasivo, ajeno a los brutales procedimientos que se utilizaban en la época en los cuales se restringía físicamente y se golpeaba a los pacientes.

En esta casa de descanso se le recomendó la ausencia de visitas, por lo que su familia quedó al margen de la evolución de Robert. El apoyo inmediato del círculo musical no se hizo esperar y el editor Härtel organizó un concierto en Leipzig cuyos recursos obtenidos serían destinados para la familia Schumann; Franz Liszt dedicó su Sonata en si bemol menor a Robert, mientras que Paul Mendelssohn, hermano del difunto Felix, envió a Clara un cheque por 400 táleros; asimismo el alcalde de Dusseldorf prometió pagar el sueldo íntegro de Robert hasta el fin de año. Por su parte Marianne Bargiel, la madre de Clara, acudió de inmediato junto a su hija.

En este infortunado escenario nació el último hijo de los Schumann, Felix, el 11 de junio de 1854. Sobrepasada por las exigencias económicas, Clara encargó con su madre a su hija Julie mientras ella se entregó a un ritmo frenético de presentaciones. El final de año la alcanzó en compañía de dos buenos amigos: Joachim y Brahms, quienes, por separado, visitaron a Robert en Endenich quedando profundamente impactados por su deterioro, pero absteniéndose de comunicar sus impresiones a la compositora, a quien, por el contrario, transmitieron mensajes de aliento. Incluso Schumann fue capaz de escribir algunas sencillas líneas para su esposa.

No sería sino hasta el otoño de 1855 cuando el doctor Richarz comunicó a Clara que la condición de su esposo era irrevocable. La música continuó con sus giras para sostener a su familia –apoyada siempre en la amistad que la unía con Brahms, quien se ocupó activamente en la educación de los hijos de Clara-, presentándose repetidamente en Inglaterra y en diversas ciudades alemanas. El 27 de julio de 1856 le fue permitido a la compositora visitar por fin a su marido, recibiendo la dama una cruda emoción al contemplar al debilitado Robert, quien, sin embargo, logró abrazarla una última vez, pues falleció tan solo dos días después.

A partir de entonces la vida de la compositora se hizo aún más difícil, pero de estas vicisitudes terminaremos de hablar en la siguiente entrega de esta columna.

Clara Schumann”. Aut. Matthias Henke. Serie Mujeres Rebeldes. Javier Vergara Editor. Grupo Zeta, Buenos Aires. Marzo 2001.

Con nombre propio: Clara Wieck”. Aut. Fabiana Sans Arcílagos y Lucía Martín-Maestro Verbo. Melomanodigital.com 12 de septiembre 2019.

Clara Schumann, clave para la carrera de su esposo Robert”. Aut. María Eugenia Fabro. Gaceta.unam.mx. 12 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann, la pianista que rivalizó con Liszt”. Aut. José Ruiz Mantilla. Babelia, El País. Elpais.com,18 de octubre 2019. .

 “Clara Schumann: artista y supermujer del siglo XIX”. Aut. Rick Fuker. Dw.com 13 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann, una vida para la música”. Aut. Juan Carlos Tellechea. Mundoclasico.com. 14 de junio 2021.

 “Clara Schumann, compositora y pianista al nivel de los grandes del teclado del siglo XIX”. Inba.gob.mx 13 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann. Mucho más que la señora de…”. Bibliotecas.unileon.es. 22 de noviembre 2019.


Amor entre partituras: Clara y Robert Schumann

7 marzo 2022

Clara Schumann Parte II

Clara Wieck y Robert Schumann

Por: Patricia Díaz Terés

El corazón humano es un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico”.

Charles Dickens

En las novelas y en los cuentos es común ver que los amantes protagonistas se enfrentan a innumerables conflictos y obstáculos para poder vivir su amor, y cómo los flamantes caballeros deben vencer dragones y cumplir las más extravagantes misiones para probar su valía y conseguir la mano de la doncella; lamentablemente para Robert Schumann y Clara Wieck, estas condiciones trascendieron las páginas y se transformaron en su vida.

Habiendo conocido a Clara en el salón del médico de Leipzig, August Carus, donde la dama ofrecía con frecuencia sus recitales, Robert Schumann, a la sazón estudiante de Derecho, a finales de 1830, llegó a vivir al domicilio de los Wieck ubicado en la Grimmaische Gasse número 36, pues el joven deseaba que el temible Friederich Wieck lo aleccionara en el piano, tras haber sido aconsejado por su mentor, Justus Thibaut, para dedicarse a la interpretación pianística y la composición musical.

De alegre carácter, Robert pronto se granjeó la simpatía de los hermanos Wieck, pues gustaba de charlar y bromear con ellos, intercalando los ratos de esparcimiento con sus estudios musicales. Muy pronto surgió entre Clara y Schumann –ella de 9 años, él de 19- una creciente admiración mutua, por lo que la muchachita envió al caballero una copia de su obra Quatre Polonaises op 1 impresa en la editorial musical de Friedrich Hofmeister, mientras que él publicó un homenaje a la pianista, por sus interpretaciones en la Gewandhaus en la columna escrita por él en la revista Komet, donde designó a la chica como poesía personificada.

Una nueva experiencia aguardaba por este tiempo a Clara, pues su padre organizó la que sería la primera gira de su hija, recibida en primera instancia en la ciudad de Weimar y teniendo como anfitrión al escritor Johann Goethe, para quien interpretó La Violetta y sus Variaciones de bravura op. 20. Tan embelesado quedó el poeta por la joven música que le regaló un medallón con su efigie y le dirigió los más delicados halagos. Kassel fue el siguiente destino conquistado con éxito por la jovencita, quebrándose la serie de bonanza en Frankfurt donde la gente la recibió con frialdad al notar la ausencia de compositores como Beethoven y Mozart en el programa de los conciertos.

Abandonando su país natal, los Wieck fueron a dar a París, donde Clara pudo disfrutar personalmente de una interpretación de Chopin de las Variaciones op. 2, recibiendo otro revés en la Ciudad Luz cuando tuvo ella que suspender súbitamente su gira debido al brote inesperado de una epidemia de cólera.

Mientras Clara viajaba por Europa, Schumann se enteró de que tenía una lesión en la mano, provocada por una deficiente digitación, que le impediría seguir una carrera como pianista. Tomando la noticia con calma, optó por enfocar sus esfuerzos en la composición. Al año siguiente, en la primavera de 1833, Robert decidió abandonar el hogar de los Wieck e instalarse por su cuenta en Leipzig. Tal escenario enmarcó la primera colaboración musical seria de Clara y Schumann, pues ella escribió su primer concierto para piano, opus 7 y el compositor la instrumentó.

La colaboración musical dio pie a un romance que utilizaba cartas de amor muy peculiares, pues en sus respectivas composiciones tanto Clara como Robert hacían alusión a la obra del otro –Clara declara su amor por Robert en su pieza Romance varié pour le piano opus 3, misma que dedicó con franqueza a su galán-. Sutilezas que escaparían a oídos poco versados, eran para los músicos mensajes tan transparentes como la más clara de las cartas.

Con ojo avizor y bastante terror Friedrich Wieck detectó esta incipiente relación. Considerando a su antiguo alumno un pretendiente indigno de su prodigiosa hija tomó cartas en el asunto y envió a Clara a estudiar a Dresde con el director de música de la corte, Carl Gottlob Reissiger, discípulo de Antonio Salieri, el gran rival de Mozart. Así, la ausencia de Clara en este año de 1834 trastornó bastante el ánimo de Schumann, quien además se encontraba lidiando con la pérdida de su hermano Julius y su cuñada Rosalie.

En tan adverso escenario, los ánimos de los amantes comenzaron a flaquear, siendo Robert el primero en claudicar al comenzar a ver con frecuencia a una amiga de Clara, Ernestine von Fricken, con quien tuvo a bien intercambiar anillos, olvidándose de las amorosas palabras que anteriormente había dedicado a la señorita Wieck.

Al enterarse Clara de esta situación entró en un estado de ánimo apático y agresivo. Sin poder hacer nada, en la distancia, para apartar a su amado de su nueva conquista, ella misma comenzó a frecuentar a otros jóvenes como Carl Banck, un compositor y crítico musical procedente de Magdeburgo que fungía como profesor de canto de la joven concertista. Esta amistad, al llegar a oídos de Schumann desató en él unos celos incontrolables, aunque en realidad la relación de Clara con Banck era tan amistosa –al menos por parte de la dama, pues Carl en algún momento trató de convencer a Robert de que la pianista ya no sentía nada por él- como la que ella sostenía también con el celista Theodor Müller.

Entre noticias sobre su alejada Clara y salidas con Ernestine, Schumann fue nombrado director del periódico Neue Zeitschrift für Musik (Nueva revista de música), como único dueño, y con el propósito de impulsar el movimiento romántico alemán.

Finalmente, después de muchos disgustos Clara y Robert retomaron su intercambio epistolar el 28 de agosto de 1835, hecho que provocó que Friedrich Wieck enviara a Schumann la más venenosa de las misivas con la finalidad de terminar con esa relación de una vez por todas, misión en la que fracasó.

Pero siendo de carácter un tanto difuso y con una incipiente enfermedad mental, Schumann solía descuidar la relación con Clara, quien, a su vez, se encontraba desesperada ante la vigilancia inmisericorde de su padre quien realizaba con frecuencia una revisión completa de las pertenencias de la joven en busca de cartas de su amado, mismas que, de momento, ni siquiera recibía.

Esta situación plantaba en la señorita Wieck un estado de agresividad e indiferencia impropios de ella, cuyo carácter era de esencia dulce y gentil. Al mismo tiempo la volatilidad de su amado hizo que perdieran el contacto, entrando ella en un estado de desesperación. Sin ver otra salida, la joven realizó una declaración pública de sus sentimientos por el compositor en una manera en la que solamente ellos dos entendieron: interpretó en su concierto la obra Estudios sinfónicos op. 13 de Robert Schumann y así, tras más de un año y medio sin haber intercambiado siquiera un recado, Robert le envió una carta y le propuso matrimonio, petición que provocó la ira del futuro suegro.

Llegó entonces el año de 1838 y con él una serie de flagrantes triunfos para Clara. Su talento, belleza y simpatía arrasaron en todas las salas y salones de conciertos en los cuales se presentó en la ciudad de Viena –un pastelero elaboró una torta exquisita al que denominó Pastel Wieck-, donde incluso conquistó a la realeza al asistir los príncipes Lobkolwitz y de Wurttenberg a uno de sus conciertos. Sus dotes fueron entonces ensalzados en lo más alto de la sociedad y fueron avalados nada más y nada menos que por el emperador Fernando I de Austria al nombrar a la jovencita de 18 años Real e imperial virtuosa de cámara –el 7 de marzo de 1838-, un hecho sin precedentes al tratarse de una mujer protestante y extranjera. Con la fineza que la caracterizaba Clara agradeció la distinción componiendo para el emperador la pieza Souvenir de Vienne op. 9, una fantasía sobre el Himno al Emperador de Joseph Haydn

Con todo esto sucediendo en la vida de la itinerante compositora, su amado languidecía agobiado tratando de figurarse cómo cumplir la condición impuesta por su futuro suegro para poder acceder a la mano de su doncella: debía conseguir un ingreso anual de dos mil táleros fuera de Leipzig, tarea que se antojaba titánica. Para colmo de males, las ideas políticas de Schumann no lo favorecían en el ambiente vienés –a donde su suegro y Clara deseaban que se trasladase-, pues el gobierno del príncipe Klemens de Metternich veía con muy malos ojos publicaciones como Neue Zeitschrift für Musik.

Socavando el ánimo del galán con exigencias económicas y el de la joven a través de reprimendas y castigos, Friedrich Wieck estaba determinado a dar el tiro de gracia a ese romance. Con tal propósito envió sola a Clara a una gira por París, tras despedir a su doncella de confianza, Nanny –quien hacía las veces de mensajera con Robert- y sustituyendo a esta con una antipática mujer de nombre Claudine Dufourd.

No obstante, tan artero movimiento no resultó ni por asomo como el señor Wieck pretendía, pues lejos de estar sola en la capital francesa, Clara encontró las más cálidas y familiares acogidas, a la vez que tuvo oportunidad –sin tener la custodia implacable de su padre- de entablar amistades duraderas y fructíferas como la señorita Henriette Reichmann y la joven Emilie List, estableciéndose entre ellas un trío que gozaba de aventuras en el campo que despejaban la mente y el corazón de la presionada concertista, hechos que eran fielmente narrados por la jovencita a su intranquilo prometido.

Por este año, en 1839, Robert perdió a su hermano Eduard, hecho que fue a la vez trágico y benéfico para él, pues recibiría una cantidad de 10 mil táleros por la venta de una librería propiedad del fallecido, al ser él su heredero, puesto que el matrimonio de su hermano no había engendrado hijos.

Habiéndose intercambiado infinidad de cartas: agresivas, dulces, amargas, tristes… los amantes estaban ya hartos de estar separados por el implacable padre de Clara. Viendo que sería imposible conseguir por las buenas el consentimiento real del Sr. Wieck, Schumann decidió dar un giro a su propia historia haciendo intervenir a un abogado que le ayudó a redactar un petitorio dirigido al tribunal de apelaciones de Leipzig para que autorizara su matrimonio con Clara. De este modo, los atribulados novios contrajeron matrimonio, por fin, el 12 de septiembre de 1840, un día antes de que ella cumpliese 21 años.

Pero esta historia está lejos de haber concluido, pues no existe aquí un “felices para siempre”. Así, en la próxima entrega veremos cómo la admirable Clara hizo hasta lo imposible por congeniar su trabajo como artista con sus labores como madre y esposa, sin abandonarse a ella misma en el intento.

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Clara Schumann”. Aut. Matthias Henke. Serie Mujeres Rebeldes. Javier Vergara Editor. Grupo Zeta, Buenos Aires. Marzo 2001.

Con nombre propio: Clara Wieck”. Aut. Fabiana Sans Arcílagos y Lucía Martín-Maestro Verbo. Melomanodigital.com 12 de septiembre 2019.

Clara Schumann, clave para la carrera de su esposo Robert”. Aut. María Eugenia Fabro. Gaceta.unam.mx. 12 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann, la pianista que rivalizó con Liszt”. Aut. José Ruiz Mantilla. Babelia, El País. Elpais.com,18 de octubre 2019. .

 “Clara Schumann: artista y supermujer del siglo XIX”. Aut. Rick Fuker. Dw.com 13 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann, una vida para la música”. Aut. Juan Carlos Tellechea. Mundoclasico.com. 14 de junio 2021.

 “Clara Schumann, compositora y pianista al nivel de los grandes del teclado del siglo XIX”. Inba.gob.mx 13 de septiembre 2019.

 “Clara Schumann. Mucho más que la señora de…”. Bibliotecas.unileon.es. 22 de noviembre 2019.


Del arrabal al salón, el tango: música, pasión e historia II

23 julio 2012

Parte II

Por: Patricia Díaz Terés

“El cambio de moda es el impuesto que la industria del pobre carga sobre la vanidad del rico”.

Nicolás Sebastien Roch Chamfort

A finales del siglo XIX y principios del XX muchas actividades que desde México hasta la Patagonia eran consideradas como inmorales y licenciosas, en el Viejo Continente causaban furor en un ambiente que se distinguía por el relajamiento de los prejuicios y el afán por la experimentación de novedades, las cuales incluían desde la moda hasta el arte o incluso las conductas u opiniones.

Así en un París en donde ser consumían con avidez las innovaciones procedentes de todas partes del mundo, las primeras partituras de tango que llegaron –se dice que se trataba de la pieza titulada La morocha-, a bordo –presuntamente- de una fragata de nombre Sarmiento no fueron la excepción, colocándose el sonido de tales acordes en el gusto de los parranderos parisinos. De esta manera, sin encontrar problema alguno ni en la melodía ni en las coreografía de esa exótica música, pronto las clases altas de la Ciudad de las Luces comenzaron a introducir el tango en su repertorio tanto musical como dancístico, llegando a tal punto su popularidad que debieron abrirse numerosas academias –se cuenta que había más de cien a principios del siglo XX-, que enseñasen los movimientos adecuados a las parejas que se encontraban fascinadas por ese baile capaz de encender pasiones y avivar amores. Así en lejanas tierras al otro lado del océano, el tango sufrió una transformación, pasando de tener un ritmo rápido y alegre a uno más lento, melancólico y acompasado.

Cuál no sería entonces la sorpresa de los bonaerenses adinerados que se aventuraban a vacacionar en Europa, cuando aquel baile y aquellos sonidos que ellos habían relegado sin piedad a los más vulgares arrabales, se presentaba sin reparos en los más elegantes salones de las familias y grupos más refinados, festejándose como parte de una singular y fascinante cultura. Y como todo por aquel entonces necesitaba ser avalado por la “gente correcta”, desempeñando los parisinos tal papel en materia de arte, los opulentos argentinos regresaron a casa para abrir rápidamente sus puertas a ese género musical que otrora había sido vilipendiado y despreciado, pero que ya para ese entonces había conseguido consolidarse siendo ejecutado por músicos con estudios formales, quienes con la aceptación de la “sociedad decente” pudieron obtener empleos mejor remunerados y estables, haciéndose entonces contratos entre las orquestas que interpretaban los tangos y los salones o cafés a donde acudían ya las personas de todos los estratos sociales.

Asimismo habíanse abandonado en el tango las frases procaces, dándose lugar a letras con argumento, particularmente aquellas creadas por un compositor de nombre Pascual Contursi, quien aunque continuó situando sus historias en el ambiente de los barrios bajos, esquivó el tema sexual para dar paso a las problemáticas humanas como la tristeza, la nostalgia, la ambición o la injusticia, siendo su mayor éxito Mi noche triste, el cual presentó al gran Carlos Gardel y a José Razzano, durante una presentación del dúo en Montevideo.

Ahora bien, por supuesto no faltó quien montase en cólera al ver tan inmoral despliegue de sensuales movimientos prohibiéndolo de inmediato; aparecen entonces entre los principales detractores del nuevo género –particularmente en cuestión de la danza- el papa Pío X, el káiser Guillermo II que lo consideraba como “una ofensa a la decencia”; mientras que la revista española La Ilustración Europea y Americana ni tarda ni perezosa publicó un artículo condenando al tango diciendo que era un “indecoroso (…) y grotesco conjunto de ridículas contorsiones y repugnantes actitudes”.

Pero en realidad el tango se había abierto paso a tal grado que las voces que se alzaban en su contra, aun cuando fueron escuchadas, no prevalecieron, pudiendo así las hermosas melodías tangueras continuar su avance, dejándose atrás las orquestas de la llamada Guardia Vieja por ahí de la década de los años 30s.

Por otro lado, las ejecuciones del tango no se limitaron a los salones de baile, sino que también acompañaron a las películas mudas de principios de siglo, teniendo los músicos que adaptar el ritmo a la función narrativa de las melodías con las que se acompañaban las proyecciones; algunos de estos hábiles artistas fueron Rodolfo Biaggi, José Tinelli o Enrique Delfino. Posteriormente, cuando llegó el sonido al séptimo arte vio la luz el filme ¡Tango! (1933) del director Luis J. Moglia y cuyo reparto incluyó a figuras como Tita Merello, Libertad Lamarque, Luis Sandrini y Pepe Arias, entre otros.

No obstante la mejor época del tango llegó en la década de los 40s, momento en que aparecieron músicos egresados de prestigiados conservatorios, cuyo principal interés era desarrollar ese ritmo que se había abierto paso de los alfoces a las casas de la más distinguida alcurnia; sin embargo la educación de los intérpretes no les restó esa maravillosa capacidad que siempre demostraron para deleitar a sus oyentes con magníficas improvisaciones o reinterpretaciones. Para este entonces los jóvenes estaban ya embelesados por el encanto del tango, por lo que abarrotaban las tiendas de discos en las cuales se les permitía escuchar las piezas dentro de unas estrechas casetas.

De igual manera los espectáculos y presentaciones de las orquestas de tango y jazz se presentaban con grandes anuncios en diarios como El Mundo, llegándose a publicar hasta 25 lugares distintos a los cuales la gente podía acudir a disfrutar de una noche tanguera. Tal fue la euforia juvenil y la demanda por estos sitios que incluso algunas salas de cine se vieron obligadas a remover sus butacas en ciertos momentos para convertirse temporalmente en salones de baile, ejemplo de tal práctica fueron el cine Smart y el Politeama.

Una década más tarde, el tango enfrentó la amenaza de su anterior compañero, el jazz, ya que este también conquistaba rápidamente los corazones argentinos; aquel avance forzó a las orquestas de tango a disminuir sus integrantes para convertirse en cuartetos o quintetos, cayendo así en una etapa menos deslumbrante.

Empero el destino no había dicho su última palabra con respecto a este género, pues aun se preparaba la aparición del gran Astor Piazzolla.

Este caballero fue un músico que revolucionó por completo la manera de componer el tango, creando arreglos que, aunque eran imposibles de bailar, deleitaban el oído con sus innovadoras propuestas vanguardistas, en las cuales estuvieron a la vez presentes las raíces del ritmo. La pieza que marcó este nuevo rumbo fue Buenos Aires, estrenada en 1953, la cual causó tanto entusiasmo como suscitó la ira y los vituperios de los tangueros conservadores, quienes llegaron a declarar que a este hombre no se le podía considerar como compositor de tango.

A pesar de ello Piazzolla no se dejó amilanar y continuó con su labor, abriéndose camino entre sus opositores hasta llegar a crear una verdadera escuela que lanzó al tango a su fama internacional, conociéndose así de oriente a occidente del orbe, hecho que solo encuentra precedente en la labor del magnífico Carlos Gardel.

Así, habiéndose modificado su estructura y constituido hoy en día en un género musical de gran prestigio, el tango es disfrutado por jóvenes y adultos, quienes lo escuchan, lo bailan, lo cantan o interpretan con formas que sus creadores probablemente nunca imaginaron, teniendo cabida este ritmo en los más distinguidos concursos tanto dancísticos como musicales a nivel mundial, así como en los repertorios de virtuosos músicos como el gran chelista Yo-Yo Ma o las más destacadas orquestas.

 

*Este par de artículos los dedico a mi sobrino Erick, quien disfruta del tango en las bellísimas tierras queretanas.

PARA CONOCER:

Mi noche triste” por Carlos Gardel: http://www.youtube.com/watch?v=08iAnr7I0vY

Farolito viejo” por Carlos Gardel: http://www.youtube.com/watch?v=MzrNVtY2mZw&feature=fvsr

Mundial de Tango 2011: http://www.youtube.com/watch?v=Jw7Yjk_89DM&feature=related

Libertango” de Astor Piazzolla: http://www.youtube.com/watch?v=RUAPf_ccobc

Adiós Nonino” de Astor Piazzolla: http://www.youtube.com/watch?v=VTPec8z5vdY&feature=related

Le Grand Tango” de Astor Piazzolla interpretado por Yo-Yo Ma y Kathryn Stott: http://www.youtube.com/watch?v=ZFX4vagwXeo&feature=related

FUENTES:

 “Breve historia del Tango”. Aut. Andrés Carreto. Portal del Libro.    

“Pascual Contursi”. Aut. Julio Nudler. www.todotango.com     

 “El tango, apunte histórico”. Aut. J. Alberto Mariñas. www.esto.es   

“El origen del tango”. www.oni.escuels.edu.ar   

www.nuestromundotango.com.ar