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Por: Patricia Díaz Terés
“La arquitectura es el gran libro de la humanidad”.
Víctor Hugo
A todo lo largo y ancho de la República Mexicana existen portentosos edificios que han formado parte de la historia de nuestra nación y se han convertido en reflejo de sus distintas épocas. Construcciones monumentales como el Palacio de Bellas Artes, el Teatro Degollado o el Teatro Principal (Puebla) se han destacado por su belleza, y también, por albergar a las musas en sus distintas expresiones como la danza, el teatro o la música.
Pero las musas tienen en México un hogar tan singular como hermoso: el Teatro Juárez, ubicado en el corazón de la ciudad capital de Guanajuato, cuyo esplendor atrae a visitantes de todo el mundo que desean admirar su extraordinaria arquitectura y de paso disfrutar de una buena obra de teatro.
Corría el año 1872 cuando el entonces gobernador de Guanajuato, el general Florencio Antillón decidió que era momento de erigir un recinto cultural que destacara a la ciudad como un centro urbano de importancia. De esta manera gestionó la compra del predio ubicado en el número 10 de la calle Sopeña, mismo que contaba con una lúgubre historia pues desde los tiempos del Virreinato habíase albergado ahí el convento de San Diego de Alcalá –del cual únicamente sobrevive el templo del mismo nombre-, hasta que fue víctima de las Leyes de Reforma.
Estando en venta el convento, fue adquirido por un empresario de escasa visión pues procedió a derruir al histórico edificio, para levantar un muy desangelado hotel que ostentaba el rimbombante nombre de Hotel Emporio, mismo que solía estar prácticamente vacío pues los huéspedes potenciales huían de ahí despavoridos al enterarse de la macabra historia que encerraba el albergue, pues resulta que el mismo día en que se iniciaron las obras de demolición, la cúpula del convento cayó encima de seis pobres cristianos que participaban en la obra, de tal suerte que la gente rehuía el lugar para no pasar a ser parte de la maldición que lo envolvía –misma que amenazaba tétricamente con enfermedad o muerte-.
Tiempo después, la privilegiada ubicación justo frente al Jardín de la Unión –anterior Plazuela de San Diego– fue aprovechada por el arquitecto José Noriega –a quien Antillón designó para dar forma a su sueño- en 1872 para comenzar a erigir un hermoso recinto que estaría dedicado a ofrecer espectáculos artísticos de la más alta calidad a la crema y nata de la sociedad mexicana.
Recién comenzaron los trabajos de destrucción del Hotel Emporio en 1873 cuando, al rascar en los cimientos, encontraron todo un conjunto de construcciones que daban pie a un convento subterráneo –al cual se conoció como “Pequeña Pompeya”-, cosa que al parecer importó poco a los encargados de la obra pues las tareas de construcción continuaron sin tropiezo y sin reparo.
Para el nuevo edificio Noriega había vislumbrado un estilo clasicista, pues deseaba reflejar la riqueza del país durante el gobierno de don Porfirio Díaz. Sin embargo, por diversos motivos la obra tuvo que ser suspendida en 1875, permaneciendo los muros levantados y el pórtico a merced tanto del clima como de los pobladores que vieron en este proyecto fallido un buen lugar para resguardar a sus caballos.
Fue en 1892 cuando el gobernador de Guanajuato, el general Manuel González, solicitó la ayuda del eminente arquitecto Antonio Rivas Mercado –quien es responsable del Ángel de la Independencia ubicado en la Avenida Reforma de la capital mexicana, entre otras muchas obras- y el ingeniero Alberto Malo. La creativa mente de Rivas dio un nuevo enfoque al teatro deseado, cambiando el estilo clasicista por el ecléctico, incluyéndose así las bellas columnas que se ven hasta hoy en día en la fachada y logrando, en todo el conjunto, una extraordinaria mezcla de estilos que otorgan al establecimiento un carácter de elegancia inigualable.
Tuvo así, para lograr su magnificencia, la colaboración de diversos artistas como José Contreras, quien elaboró los leones que custodian la entrada del recinto; Labasta, decorador y escenógrafo de la Ópera Cómica de París –artífice del portentoso telón que recrea un fragmento del cuento de hadas El cuerno de oro de Constantinopla-, Jesús Herrera Gutiérrez –autor de edificios como el Teatro Virginia Fábregas y responsable también de la decoración del teatro José Rosas Moreno en Jalisco- o el pintor español José Escudero –realizador del escudo de armas que se ubica en el descanso de la escalera-.
Como toque final para este teatro, cuyo interior está edificado con las más finas maderas y los más elegantes acabados –incluye una única cantina de cedro y vidrio que ha sido admirada por los ebanistas durante más de un siglo-, se encargó en la ciudad de Ohio (E.U.A.) la fundición de 9 estatuas de bronce de 3.5 m que representaran a las musas griegas, todas ellas con accesorios particulares para distinguirlas.
De tal forma, las ilustres damas exhiben los siguientes distintivos: Talía, la musa de la comedia, sostiene en la mano una máscara de la comedia; Clío, la musa de la historia, porta un escrito y una pluma; Calíope, de la poesía épica, coronada de estrellas alza una antorcha al tiempo que detiene un libro; Polimnia, la guardiana del canto, sujeta una paleta y dos pinceles, probablemente para no ser confundida con Euterpe, musa de la música, quien está destacada con dos flautas. Completan la custodia del edificio, Melpómene la musa de la tragedia, quien carga una máscara de la tragedia y un puñal; Terpsícore, vigilante de la danza, quien alza unas castañuelas y por último Urania, musa de la astrología y astronomía que lleva en su mano un globo celeste.
Pero aquí las matemáticas nos fallan, pues no son nueve las musas, tal como debería, sino ocho las que custodian el techo del Teatro Juárez, teniéndose extraviada a Erato, la encargada del arte lírico y la poesía.
Cuenta pues la historia que siendo ya inminente la conclusión de la construcción del teatro, los proveedores de las esculturas fallaron en la entrega de la pobre de Erato. Al colocarse las ocho esculturas en sus lugares, los arquitectos decidieron que la simetría era adecuada y agradable, pero también concluyeron que no podía apartarse de su deber nada menos que a la guardiana de la poesía, por lo que se incluyó una escultura de Erato en tamaño miniatura para situarla sobre el globo celeste que sostiene orgullosa la sabia Urania.
Desconocedores seguramente de tales anécdotas, los asistentes a la inauguración del teatro –el 27 de octubre de 1903 (habiéndose completado la construcción el 1 de abril de 1897)-, invitados por el mismísimo presidente, don Porfirio Díaz, subieron las bellas escalinatas frontales iluminadas por las seis farolas que daban la bienvenida a los distinguidos invitados quienes caminaban admirados a través de los elegantes pasillos y contemplaban estupefactos el majestuoso escenario, rodeado por decoraciones de estilo Neo mudéjar, en el cual se presentaría en breve la ópera Aída, a cargo de la Compañía de Ettore Drog, dirigida por Napoleón Sieni y Giorgio Polaco.
Durante breve tiempo el Teatro Juárez –cuyo costo aproximado fue de 77 mil pesos- cumplió su cometido inicial, pues se vio afectado por la gran inundación de 1905 y su público fue abatido por los avatares de la Revolución mexicana a partir de 1910. El paso del tiempo hizo ciertos estragos con esta joya arquitectónica, misma que fue rescatada y restaurada –por el gobernador Manuel M. Moreno– en 1971 para que albergase el Primer Festival Cervantino en 1972; al tiempo que fue rehabilitado en 2013 gracias al Programa de Apoyo a la Infraestructura Cultural de los Estados (PAICE) del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).
Hoy en día el Teatro Juárez se ha convertido en uno de los destinos turísticos favoritos de quienes visitan Guanajuato, pues además de sus impresionantes interiores, en los que aún se presentan nostálgicas y novedosas compañías teatrales, es en sus escaleras donde se reúnen los grupos de curiosos que llevan a cabo las famosas callejoneadas, a la vez que son punto de encuentro para los integrantes de las muy numerosas tunas que circulan en las irregulares calles guanajuatenses, mientras uno que otro mimo entretiene a la multitud de espectadores que, bajo la mirada de las musas, celebra el arte y la cultura.
Para D.
FUENTES:
Insituto Estatal de Cultura de Guanajuato.
“La pequeña Pompeya. El Teatro Juárez”. Aut. Ramiro Cardona. Revista Relatos e Historias en México. Año I, número 9, mayo 2009.
“Lo que debes saber del emblemático Teatro Juárez de Guanajuato”. Aut. Wendoline Adame. www.mileniocom. 16 de marzo 2020.
“Las musas del Teatro Juárez. Conoce uno de los edificios más emblemáticos de Guanajuato”. Aut. Claudia Gámez. 9 de diciembre 2020.
“Teatro Juárez”. Aut. Mayra Cuesta Ramírez, Mariana Domínguez Huitrón, Diago Gudiño Trejo, Miriam Navarro Zárraga y Daniel Alejandro Silos Solache. Espacioarquitectonicoenmexico.wordpress.com.
“Teatro Juárez de Guanajuato”. mexicoescultura.com.
cultura.guanajuato.gob.mx.
“Los secretos del Teatro Juárez: la novena musa existe”. funicular.mx.
elsouvenir.com.