Walt Disney: ¿Héroe o villano?

18 agosto 2009

Walt Disney

Walt Disney

Por: Patricia Díaz Terés

“No es oro todo lo que reluce, ni todo lo que anda errante está perdido”.

J. R. R. Tolkien

 Imagen de la tenacidad y el éxito para algunos o viva encarnación del mal para otros, la figura de Walt Disney es tan controversial que en general no admite opiniones imparciales.

Desde hace ya más de medio siglo, el nombre “Disney” ha sido compañero de la niñez de muchas generaciones, creando algunos de los momentos tan hermosos como tristes que vivimos acompañando a simpáticos personajes animados.

Así, hemos visto a Mowgli experimentar las más increíbles aventuras en las selvas de la India o al Hada Madrina de Cenicienta apareciendo con su varita mágica un hermoso vestido y una magnífica carroza para que la doncella pudiera ir al baile del palacio; incluso volamos con Wendy y Peter Pan al fantástico País de Nunca Jamás.

Pero también sufrimos cuando al escuchar un disparo aterrador, tuvimos la certeza de que la vida de un pequeño cervatillo de nombre Bambi nunca volvería a ser igual o acompañamos al pequeño Dumbo mientras era arrullado por su “mamá elefanta” encerrada tras las rejas por un tiránico cirquero.

Tan contrastantes como sus animaciones resultan las versiones sobre la vida de Walter Elias Disney, un hombre que habiendo nacido en la ciudad de Chicago en 1905, desde muy joven mostró gran afición y talento para el dibujo, la fotografía y la ilustración.

De este modo, un Walt Disney adolescente se vio obligado por la situación económica familiar a desempeñar los más diversos oficios; sin embargo, este creativo jovencito logró con gran esfuerzo combinar las actividades redituables como la venta de periódicos, con su asistencia matutina a la secundaria McKinley y por las noches a la Academy of Fine Arts.

Así, poco a poco el hijo de Elías Disney y Flora Call fue madurando y descubriendo el lado oscuro del ser humano ya que a sus escasos 16 años, después de ser rechazado en el ejército para luchar en la Primera Guerra Mundial, decidió aventurarse para conducir en Europa una ambulancia de la Cruz Roja contemplando así los horrores del conflicto.

Al regresar a su país natal, entró a trabajar en un estudio de arte en la ciudad de Kansas, en donde conoció a su compañero, amigo, socio y colaborador de muchos años, Ub Iwerks. Poco después los dos dibujantes comenzaron a vender animaciones a los teatros a través de su compañía Laugh-O-Grams, la cual por cierto terminó en la bancarrota.

Pero Walt no era un hombre que aceptara la derrota con los brazos cruzados, embarcándose en un nuevo proyecto que en 1923 lo encaminó hacia Hollywood, donde en sociedad con Iwerk y su hermano Roy, produjo la serie animada “Alice in Cartoonland”.

Dos años después decidió contraer matrimonio con su colaboradora, Lillian Marie Bounds y para 1927 creó su primer personaje animado –Oswald Rabbit- del cual perdió los derechos, para ser recuperados por su multimillonaria empresa hace apenas unos años. Pero este nuevo tropiezo tampoco logró mermar el empeño del artista, de manera que en 1928 creó al que se convertiría en un ícono de la cultura norteamericana: Mickey Mouse, el cual a su vez brincó a la fama con el cortometraje sonoro “Steamboat Willie”.

Así despegó la carrera de uno de los hombres más importantes del siglo XX en el ámbito artístico, conquistando su primer Óscar en 1932 con el cortometraje “Flowers and Trees” de la serie “Silly Simphonies”. Pero el salto definitivo al éxito lo dio cuando estrenó su primer largometraje en 1937, “Blancanieves y los Siete Enanos”, cinta que le valió otra estatuilla dorada acompañada por siete figurillas pequeñas representando a los enanos.

Observando el triunfo de su nueva producción, Disney decidió continuar con la producción de películas animadas como “Pinocho” (1939) o “Bambi” (1950); pero entre estas dos realizaciones se encuentra la que tal vez pueda ser calificada como la cinta más polémica del creativo estadounidense: “Fantasía” (1940).

Esta producción se alejó en gran medida de los simpáticos personajes como Pepe Grillo que Walt había creado anteriormente, así “Fantasía” consta de una serie de representaciones gráficas -algunas de ellas verdaderas obras de arte- acompañadas por la música creada por grandes compositores como Bach, Stravinsky, Tchaikovsky y Beethoven, siendo la parte más discutida el episodio “Una Noche en la Àrida Montaña”, singular ilustración del Ave María de Schubert, en la cual observamos a un terrorífico demonio –Chernobog– que invoca a un sinfín de espíritus malignos que le rinden pleitesía.

De hecho este segmento animado, así como la bruja Maléfica en la “Bella Durmiente” (1959) o la figura del hada Campanita de Peter Pan (1953), propiciaron que alrededor de Walt Disney se concibieran gran cantidad de rumores como una supuesta afición por las artes oscuras o una retorcida concepción de las mujeres. También se le acusa en algunos textos -como el escrito por Perrucci Ferraiuola– de ser un explotador cruel e injusto de sus trabajadores y, más allá, ha llegado incluso a ser señalado por el plagio del personaje Mickey Mouse, mismo que según esta versión fue en realidad imaginado por Iwerk.

Pero todo lo anterior son solamente hipótesis; por otro lado, los hechos nos indican que Disney -dejando de lado un juicio sobre su calidad moral o creencias místicas- fue un visionario que se preocupó por el avance no sólo de su carrera, sino de la raza humana en general, teniendo una importante participación en la difusión de la investigación espacial, echando incluso mano de renombrados científicos como Von Braun, Stuhlinger y E.C. Slipher, para realizar  los documentales “Man in Space”, “Man on the Moon” y “Beyond Mars” (1950-1957).

También de Walt Disney puede decirse que fue un patriota que ayudó a los Estados Unidos a mantener la moral tanto del pueblo como de las tropas a través de sus caricaturas durante la Segunda Guerra Mundial, de manera que entre 1942 y 1945 elaboró gran cantidad de entretenidos cortometrajes e interesantes documentales que sirvieron como instrucción o propaganda. En uno de ellos podemos incluso observar cómo el Pato Donald tiene un sueño en el cual vive bajo el yugo de los nazis en Alemania, despertando en la libertad americana.

Sin importar si son o no ciertos todos los rumores y mitos que han surgido alrededor de Walt Disney, una realidad es que se trató de un talentoso artista, un brillante hombre de negocios y un franco promotor de la difusión y el desarrollo científicos. Teniendo tan extremas posiciones sobre esta figura del siglo pasado, para llegar a una conclusión, podríamos reflexionar sobre una frase del filósofo griego Aristóteles que dice: “No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”.

Para conocer Fantasía (1940):

Noche en la Árida Montaña: http://www.youtube.com/watch?v=6gd2YKyEImY

Dance of the Hours 2: http://www.youtube.com/watch?v=3u95n2yKcow

 

FUENTES:

“El lado oscuro de Disney”. Aut. Perucci Ferraiuola. Panorama Editorial. México, 2000.

“Centenario de Disney: El indiscutible genio de la animación”. Aut. César Aguilera. Cinemanía No. 63. Diciembre, 2001..

The Disney-Von Braun Collaboration and its influence on space exploration”. Aut. Mike Wright. Selected Papers from the 1993 Southern Humanities Conference. Southern Humanities Press. Huntsville 1993.

http://www.disney.go.com   


De Sófocles a Julie Taymor: La evolución del teatro musical.

28 julio 2009

Vaudeville

Vaudeville

Por: Patricia Díaz Terés

“El espectáculo de lo que es bello, en cualquier forma que sea presentado, eleva la mente a nobles aspiraciones”.

 Gustavo Adolfo Becquer

Las luces se apagan, se hace el silencio en el teatro y la emoción aumenta cuando la orquesta ejecuta las primeras notas de la partitura, entonces las luces se dirigen a un actor quien, en solitario, se sitúa en medio del proscenio. Comienza a cantar, de pronto se ilumina el escenario dejando ver tras un telón translúcido, una impresionante estructura que representa la monumental Catedral de Notre Dame. Así da inicio la obra musical “Notre Dame de Paris” –escrita por Luc Plamondon y musicalizada por Riccardo Cocciante presentada en el Palais des Congrès de Paris en 1999.

Desde la Francia de la Edad Media hasta el Estados Unidos de la Guerra de Secesión o de los barrios bohemios de Nueva York a las sabanas africanas, el teatro musical puede transportarnos en el tiempo y espacio como ninguna otra expresión artística, incluyendo al cine. Y esto se debe a que, sentados en una butaca del teatro, podemos observar, oler y prácticamente tocar el contexto de la obra representada, emprendiendo así un fascinante viaje en el que los actores, cantantes y bailarines se convierten en nuestros guías y compañeros.

Pero las impactantes puestas en escena a las que podemos asistir actualmente, como en cualquier teatro de Brodway en la ciudad de Nueva York, tuvieron un accidentado comienzo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando los burlesques y vaudevilles se abrían camino entre el gusto de un público que se hacía cada vez más exigente y difícil de complacer.

Si deseamos ahondar un poco más, podemos remontarnos hasta la antigua Grecia en donde dramaturgos como Aeschylus y Sófocles complementaron sus obras con danzas y canciones. Posteriormente los romanos continuaron haciendo este tipo de espectáculos, mientras que ya para el Medioevo, particularmente en los siglos XII y XIII surgieron las representaciones de dramas religiosos, como la Obra de Daniel y la de Herodes, en las cuales se adaptó parte de las Sagradas Escrituras para que pudieran transmitirse a través de cantos en los templos, con lo cual se pretendía el vulgo comprendiera los textos bíblicos.

Para el Renacimiento surgió la commedia dell’arte, tradición italiana en la cual payasos como Arlequín, Pulcinella y Scaramouche, improvisaban historias con temáticas cotidianas, con la finalidad de entretener a su público.

Sin embargo aún cuando muchos autores sitúan concretamente el origen del teatro musical en las óperas del siglo XVII, si nos empeñásemos en ubicar el nacimiento de las comedias musicales en dicha centuria, tendríamos que especificar que únicamente nos remitimos a las conocidas como ballad operas de las cuales un buen ejemplo es “The Beggars Opera” de John Gray, para la que el autor tomó prestadas canciones populares, modificando la letra; o bien las comic operas, como “Bohemian Girl” de Michael Balfe, que contaba con música original y líneas argumentales románticas.

Cien años después, pero del otro lado del Atlántico, en la ciudad de Charleston, Carolina del Sur (E.U), se presentó el primer musical americano cuyo título fue “Flora” y cuyo estreno tuvo lugar en el Salón de la Corte de la mencionada población sureña.

Después de la Guerra de Independencia, se pusieron de moda los burlesques, es decir parodias de obras, actores o bailarines de renombre, las cuales incluían danza, pantomima y diálogo. Algunas como “Hamlet” (1828) y “La Mosquita” (1838) tuvieron gran éxito al burlarse de la obra de Shakespeare y de la bailarina Fanny Elssler, respectivamente.

Para la segunda mitad del siglo XIX la obra “The Black Crook” introdujo algunos de los que se convertirían en rituales tradicionales de la comedia musical como las coristas, los ornamentos de producción, elaborado vestuario, provocativas canciones y largos números de baile; pero a pesar de que este tipo de espectáculos iba cobrando cada vez mayor interés por parte del público, no eran originales, sino que se trataba de importaciones europeas.

Así, algunas de las primeras producciones originales fueron “The Brook” (1879) y “The Little Tycoon” (1886), pero fueron realmente los burlesques conocidos como “Mulligan Guard Series”, escritos por Ed Harrigan y Tony Hart, los que dominaron la escena.

 Para el inicio del siglo XX, la comedia musical ya se encontraba en franca transformación, en buena parte gracias al libretista, letrista y compositor George M. Cohan, quien tenía claro que un argumento debía poder adaptarse a canciones, bailes y momentos chuscos, con el objetivo de divertir al público.

Poco después se descubrió que la concurrencia aumentaba si se colocaban en el escenario  artistas ya conocidos, por lo que comenzó una época en la cual se contrataban estrellas cuya finalidad era mostrar sus extraordinarias habilidades en canto y baile para vender localidades, sin tomar en cuenta la calidad del conjunto que conforma una obra musical.

Además, se llegó a establecer una estructura rígida para las presentaciones, según la cual después de levantar el telón al inicio de la obra, debían aparecer una o dos líneas de coristas que cantaban un número de apertura; asimismo, colosales secuencias de producción debían concluir cada uno de los actos. En el ámbito del argumento, los protagonistas –hombre y mujer- debían terminar juntos y felices, después de que el caballero fuera retado a un duelo por el villano, quien era irremediablemente derrotado.

De este modo, no fue sino hasta la segunda mitad de la década de los 20’s cuando gracias a la obra “Show Boat” (1927) de Oscar Hammerstein II y Jerome Kern, la obra en su totalidad tomó la importancia debida, llegando por fin al Time Square de Nueva York.

A partir de entonces el musical debe tener tres características fundamentales: tiene que tratarse de un argumento inteligente – aunque en algunos casos esta cualidad ha sido reemplazada por una búsqueda de originalidad tan extrema que en ocasiones resulta absurda-; a continuación es necesario que se considere “arriesgada”, es decir, que sus cualidades argumentales, de montaje o producción sean extraordinarias; y por último que las emociones que muestre sean reales, con la finalidad de lograr personajes “tridimensionales” y creíbles.

Actualmente, en el mundo del teatro musical se tienen muchas figuras, entre los que destacan directores, libretistas, músicos y actores que han logrado transportar al público a los universos por ellos imaginados; gente como Andrew Lloyd Webber, Bob Fosse o Julie Taymor entre muchos otros –de quienes hablaremos en la próxima entrega- han conseguido mostrar a los espectadores que el escritor francés Julio Verne tenía razón cuando dijo: “Todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad”.

Para ver:

Notre Dame de Paris. Le Temps des Cathédrales: http://www.youtube.com/watch?v=L24vaxNH91w   

FUENTES:

A Historyh of the Musical”. Aut. John Kenrick. Musicals101.com, 2003.

“The history of musical theatre”. Aut. Samantha Thomas. Paisley Place Creations.

American Musical Theatre: An Introduction”. Aut. Mark Lubbock. Nueva York, 1962.


Directoras de Cine: ¿Lucha de género o competencia de talento?

23 junio 2009
Julie Delpy

Julie Delpy

 

Por: Patricia Díaz Terés

 “La gota horada la roca, no por su fuerza sino por su constancia”.

Ovidio

Gran fortaleza y sobre todo una extraordinaria determinación es lo que, a lo largo de la historia, muchas mujeres han demostrado al momento de irrumpir en ámbitos masculinos.

De este modo en la política encontramos figuras como las de Isabel I de Inglaterra o Catalina la Grande de Rusia; y en la exploración de continentes desconocidos tenemos a damas como Florence Baker o Mary Kingsley.

Con sus propias ambiciones, características y aptitudes, cada una de estas féminas se enfrentó invariablemente a esquemas que por lo regular las apartaban por cuestiones de género, más que por capacidad; sin embargo todas ellas lograron demostrar que no era necesario ser varón para lograr sus sueños y conquistar metas otrora inimaginables.

En el mundo de las artes también se han tenido que romper muchos paradigmas antes de que las mujeres alcanzaran un estatus reconocido; y en muchos casos, no ha sido posible terminar con los prejuicios de una actividad tradicionalmente dominada por los hombres.

Así es precisamente la situación a la cual se enfrentan las directoras de cine; aunque ellas, además, tienen que luchar en una estructura que, con tan sólo un poco más de cien años, ya alberga grandes leyendas cuyos nombres van desde Alfred Hitchcock y Orson Welles, hasta Steven Spielberg, George Lucas o Roman Polanski.

Pero ya sean legendarios o no y sin importar si son hombres o mujeres, el trabajo del director de cine es tan fascinante como demandante.

El cineasta debe cumplir con una serie de tareas en las cuales se involucra en todos y cada uno de los aspectos que incluye una producción, desde la realización del guión hasta la fase de edición, musicalización, sonorización y efectos especiales.

De esta manera, debido a que todo el peso del éxito o el fracaso de la película recae en los hombros del director, éste debe presentar notables cualidades como líder, pero también es necesario que posea el don de la creatividad y el pensamiento ágil, ya que sin duda en el transcurso de las filmaciones se enfrentará a situaciones muy complejas, por lo que de la toma acertada de decisiones puede depender la conclusión del rodaje; estas particularidades de la profesión fueron las que mantuvieron a las “débiles” mujeres alejadas de la dirección fílmica.

Sumado a lo anterior, una directora debe luchar primero –y encarnizadamente- para obtener recursos que financien su proyecto. Un ejemplo de esto es la actriz y directora Julie Delpy, quien además de ser más conocida por su actuación al lado de Ethan Hawke en las películas Antes del Amanecer (1995) y Antes del Atardecer (2004), que por sus creaciones Bla Blah Blah (1995) o Dos Días en París (2007), tuvo que sostener una cruenta pelea durante 20 años para llegar a dirigir un largometraje y sin haber logrado aún, que los grandes estudios cinematográficos confíen en ella lo suficiente como para permitirle elaborar un filme bélico o de ciencia ficción.

Esta batalla de las mujeres cineastas contra las tradiciones del séptimo arte no es una novedad. La carrera de Julie Delpy y de otras directoras como Penny Marshall (Despertares, 1990), Kathryn Bigelow (K-19: The Widowmaker, 2002) o Mimi Leder (Impacto Profundo, 1998), no habría sido posible de no haber existido  algunas féminas rebeldes e independientes quienes, a principios del siglo XX, comenzaron a explorar el terreno de la creación fílmica.

Aparecieron así damas como Alice Guy, quien al filmar La Fee aux Choux, se convirtió en la primera mujer en dirigir una película, siguiéndola otras como Agnès Varda, precursora de la “nueva ola” francesa; Marie Dressler (Tillie Wakes Up, 1917), Lilian Gish (The Wind, 1928) o incluso la alemana Leni Riefensthahl, de cuyos documentales Triumph des Willens (1934) y Olympic (1938) se ha expresado que fueron utilizados como propaganda nazi, y quien pudo filmar nuevamente una cinta relativamente importante, Underwater Impressions, hasta el año 2002.

Pero a pesar de que al correr de los años el número de mujeres cineastas ha crecido, la situación no es siquiera comparable a las circunstancias de los directores, ya se hable de países como Suecia, Inglaterra, España o Estados Unidos, o bien de lugares como Cuba o México.

En Hollywood, por ejemplo, las estadísticas muestran que de los 13 400 directores representados en la Asociación de Directores de América (DGA), únicamente el 13% son mujeres, de las cuales sólo la mitad se dedican a la realización cinematográfica.

Pero sin duda ha sido la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas uno de los organismos más renuentes a cambiar los cánones que favorecen al director sobre la directora. Únicamente han sido tres las mujeres nominadas al Òscar como Mejor Director: Lina Wertmüller, en 1977 por la película Pasaqualino Settebelleze (Seven Beauties), perdiendo ante John G. Alvidsen, director de Rocky; Jane Campion, en 1993 por la cinta The Piano, siendo vencida por Steven Spielberg que presentaba Shindler’s List; y Sophia Coppola – hija del director Francis Ford Coppola– que compitió con su filme Lost in Translation y fue desplazada por el abrumador triunfo de The Lord of the Rings: The Return of the King de Peter Jackson en el año 2003.

Habiendo sido en la historia sólo una la directora galardonada –Marlene Gorris– con un Óscar a la Mejor Película Extranjera –Antonia’s Line (1995)-, no podían faltar las reacciones radicales ante la postura de los directivos y ejecutivos del séptimo arte; así surgió en Estados Unidos la organización Guerrilla Girls and Alice Locas, que en el año 2002 manejó una campaña con frases como “El Óscar anatómicamente perfecto: un varón blanco, como los tipos que suelen ganar” o “el Senado es más progresista que Hollywood: Senadoras, 9%. Directoras: 4%”.

Es así como vemos que el mundo del cine sigue siendo un territorio dominado por costumbres que favorecen al varón sobre la mujer, no porque ambos exhiban talentos desiguales, sino porque la tradición y por desgracia las cifras – hasta el momento- indican que los filmes dirigidos por hombres tienen más éxito en taquilla y son más aceptados por la crítica, que aquellos dirigidos por talentosas cineastas, aún cuando ellas demuestren ser capaces de sacar adelante, por igual, a una familia y una buena película. Pero tomando en cuenta la actual situación y evaluando las perspectivas, más vale a las próximas generaciones de realizadoras seguir el consejo del gran escritor francés Víctor Hugo quien dijo: “Atreveos: el progreso sólo se logra así”, y sólo así podrán sortear los obstáculos que encuentren, sin importar su dimensión u origen.

FUENTES:

“El Cine”. Aut. Pablo Mérida San Román. Ed. Larousse. España, 2002.

“La visión femenina dentro del cine, directoras contra viento y marea”. Aut. María Gabriela Muñoz. Revista Cine Premiere No. 115. México, mayo 2004.

“Female-director dearth is ‘Hollywood Problem’ “. Aut. Mary F. Pols. Times. Salt Lake City, Utah, E.U., 29 de julio 2007.

“Female Directors remain a rarity in Hollywood”. Associated Press. MSNBC. 1 de agosto 2007.

“June Campion laments lack of female director”. Associated Press. USA Today. 21 de mayo 2009.

“The Challenge for women directors”. Aut. Stephen Dowling. BBC News Online. 1 de marzo 2004.

“Where are female directors?”. Salon.com. 27 de agosto 2002.

“Mujeres directoras de cine: ¿Así de simple?”. Aut. Martha María Ramíres. Boletín “Caminos”. Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr., La Habana, Cuba.


¡El Rey ha muerto! 3 – Historia del Ajedrez – El poder tras el trono

12 May 2009

 

 

Gary Kasparov

Gari Kasparov

  

 

 

Por: Patricia Díaz Terés

«En el tablero de Ajedrez luchan personas y no figuras».

Emanuel Lasker (ajedrecista, matemático y filósofo alemán)

Cuando en el tablero de ajedrez los ejércitos comienzan a moverse para tratar de atrapar al soberano enemigo, en realidad estamos observando a dos personas que enfrentan sus intelectos en un duelo inmisericorde, del cual sólo uno podrá alzarse como vencedor indiscutible.  

Muchos son los factores que intervienen cuando las figuras en el tablero van tomando su lugar para dar forma a las tácticas y estrategias ideadas por  los contrincantes; algunos como el jugador checoslovaco Richard Réti (1889-1929) opinaron que se trataba de elementos puramente racionales, excluyendo por completo el azar, mientras que otros como el gran maestro ruso Ksawery –Savielly- Tartakower (1887-1956) expresó por el contrario: “del ajedrez, ese juego de cálculo por excelencia, forman parte la suerte, la suerte y la suerte”.

En lo que todos los analistas, expertos y ajedrecistas coinciden es en que este juego constituye uno de los retos intelectuales más satisfactorios para los participantes, ya que como lo expresó el filósofo Gottfried W. Leibnitz  sirve para ejercitar la capacidad mental y las dotes de la inventiva, debido a que una de las características del buen ajedrecista es en cierto modo adivinar lo que hará el contrincante, pudiendo imaginar las jugadas próximas por adelantado.

Ahora bien, según nos refiere el experto chileno en ajedrez Javier Vargas Pereira, este juego puede ser calificado como complejo, desde el punto de vista de la teoría de la complejidad, la cual  explica la dificultad de predecir algunos fenómenos debido a su indeterminación, lo cual quiere decir que un elemento cualquiera de un sistema dado puede ser previsible; sin embargo “al unir varios de ellos se tendrán eventos impredecibles”, de ahí la dificultad de esta práctica y por lo tanto el mérito del ajedrecista experto.

A lo largo de la historia muchos han sido los personajes ilustres que se han acercado al juego del ajedrez, pero pocos son a quienes podemos catalogar como los genios que han logrado romper paradigmas y hacer innovaciones significativas en el desarrollo de las partidas.

Así, desde el tiempo de los vikingos cuando el rey Canuto II el Grande (995-1035) a principios del siglo XI practicaba este ancestral reto, podemos contar entre los ilustres e históricos aficionados a varios soberanos como Isabel I de Inglaterra (1533-1603), de España Felipe II (1527-1598), de Rusia Iván IV motejado el Terrible (1530-1584) y Pedro I  llamado el Grande (1672-1725), o la reina francesa Catalina de Médici (1519-1589); además de los pensadores de la Revolución Francesa Jean-Jaques Rousseau (1712-1778) y François Marie Arouet  (1694-1778)mejor conocido como Voltaire, entre otros.

Pero si bien la capacidad estratégica del jugador, pertenezca o no a la clase dominante en determinada época, es de suma importancia en los momentos decisivos de la partida, no todos los grandes estrategas han sido ajedrecistas ejemplares, como es el caso de Napoleón Bonaparte, quien durante el siglo XIX logró dominar gran parte de Europa, pero al momento de querer hacer lo propio con el tablero, no lograba desplegar sus dotes militares en forma tan precisa como él hubiese querido, optando mejor por tumbar accidentalmente una pieza fundamental como la reina y volviéndola a colocar en el lugar que consideraba más conveniente, sin que el contrincante en cuestión se atreviera a discutir sobre el ejercicio de este “derecho”.

De esta forma es posible concluir que no es la importancia histórica del jugador la que ha dictado su injerencia en el campo de la práctica ajedrecística, como lo hemos constatado con el conquistador francés; sino que los genios del juego intelectual surgen en momentos inesperados, contando así el siglo XX con varios maestros que ya han grabado su nombre en el registro de los mejores jugadores de ajedrez desde el surgimiento de la práctica

De esta manera tenemos a los maestros rusos Anatoli Yevgénevich Kárpov quien detentó el título de Campeón Mundial durante una década – 1975 a 1985- siendo destituido por el gran Gari Kimovich Kasparov, catalogado como uno de los mejores jugadores conservando el máximo escalafón en el mundo del ajedrez desde 1985 hasta el año 2000 y quien en alguna ocasión llegó a decir “en ajedrez mi palabra es cercana a la de Dios”.

También podemos nombrar al cubano José Raúl Capablanca y Graupera campeón de 1923 a 1927 y a quien por su genio se le llamó el Mozart del ajedrez ya que a la edad de 13 años venció al campeón nacional de Cuba Juan Corzo. En los Estados Unidos también han surgido algunos jugadores de gran renombre como Robert “Bobby” James Fischer  Campeón Mundial de 1973 a 1975 o Paul Morphy quien a sus 20 años desafió y derrotó a todos los campeones europeos.

Cada uno de estos grandes maestros ha tenido su propio estilo de juego, entendido éste como “el conjunto de caracteres que distinguen una determinada forma de resolver los problemas de la lucha” (Vargas Pereira 2006) y en el que intervienen numerosos factores como el modo de pensar, el grado de emotividad y las cualidades personales del ajedrecista en cuestión.

Aquí hemos llegado a un punto en el que nos es posible decir que el Ajedrez como la vida, será conceptualizado por cada simpatizante “dependiendo del cristal con que lo mire” como reza la frase popular, ya que lo que para algunos constituye un simple pasatiempo, para otros como el escritor Johan Wolfgang von Goethe es “una prueba de inteligencia” o un “esgrima del intelecto” como dijo el músico y escritor Jacques Sagot.

Aún cuando literatos como Lord Byron han expresado que “la vida es demasiado corta para jugar al ajedrez”,  sólo los genios y gigantes de esta práctica intelectual pueden contradecirlo, como el autor de numerosos textos sobre el juego de los escaques Irving Chernev quien aseguró “del ajedrez se ha dicho que la vida no es lo suficientemente larga para él. Pero eso es culpa de la vida, no del ajedrez”.

Así únicamente aquél que logra la combinación perfecta entre el raciocinio y la pasión en la práctica ajedrecística puede como Anatoli Kárpov decir  “el ajedrez es mi vida, pero mi vida no es sólo el ajedrez” o como Bobby Fischer afirmar “el ajedrez no es como la vida, es la vida misma”.

 

FUENTES:

Artículo: “La verdadera historia sobre el origen del Ajedrez”. Aut. Mariano Víctor Piñeyro. Buenos Aires, Arg.

Artículo: “El ajedrez y la dialéctica de la vida”. Aut. Javier Vargas Pereira. Diario Monitor. México,1 de enero de 2006.

Artículo: “El ajedrez y las teorías complejas”. Aut. Javier Vargas Pereira. Diario Monitor. México 29 de enero de 2007.


¡El Rey ha muerto! 2 – Historia del Ajedrez – Batalla por el Reino

12 May 2009

Estrategia en el Ajedrez

 

Por: Patricia Díaz Terés

«Ayudad a vuestras piezas para que os ayuden».

Paul Charles Morphy (Gran Maestro)

La tensión se percibe ineludible en el ambiente, los generales enemigos se miran a los ojos, analizan el campo de batalla, calculan sus posibilidades, intentan leer la mente del adversario, preparan a sus combatientes, inicia la lucha. Su objetivo primordial: proteger y defender a su rey o morir en el intento.

Cuando dos personas se sientan ante un tablero de ajedrez, están a punto de entablar un duelo de intelectos que concluirá cuando uno de los dos ejércitos se encuentre completamente aniquilado. El vencedor habrá logrado entonces acorralar al huidizo monarca, haciéndolo capitular  obteniendo así la tan ansiada victoria.

Al hablar del intelectual y complejo juego de los escaques, tenemos que reconocer que tiene elementos esenciales sin los cuales simplemente deja de existir: Los jugadores, las piezas y el tablero, siendo los primeros quienes conducen a las segundas para dominar al tercero.

A lo largo de la historia del ajedrez, como repasamos en el primer episodio de esta serie, las piezas que participan en el juego, así como su comportamiento básico han ido variando de acuerdo a la época y lugar en los que se practica, y son sustancialmente diferentes en los estilos oriental y occidental.

Haciendo un análisis un poco más detenido de ambos, observamos que en el primer caso, si bien las piezas se van debilitando y perdiendo su habilidad defensiva conforme avanza la partida, se vuelven más agresivas; mientras que en el segundo las piezas van fortaleciéndose en la medida en que se acerca el final.

Asimismo, la apariencia de las piezas empleadas es distinta; mientras que en oriente se utilizaban fichas planas con diversas formas geométricas, los ajedrecistas occidentales prefirieron las figuras en volumen; así este último “tipo” de ajedrez se vio enriquecido con la versatilidad en la apariencia de los combatientes incluyendo en ocasiones seres fantásticos como grifos o unicornios, entre otros.

Dos de las figuras que surgieron con el ajedrez –presumiblemente en oriente-, pero que hoy han desaparecido son el elefante y el cañón. El primero fue sustituido por el alfil, palabra que deriva precisamente del vocablo árabe al-fil cuyo significado literal es el nombre por el que conocemos actualmente al paquidermo. Por su parte, el cañón o carro fue posteriormente reemplazado por la torre; en ambos casos las nuevas efigies conservaron movimientos similares a los de sus antecesores.

Pruebas de lo anterior resultan las piezas que en el año de 1972 el Profr. Talin Pugachenkov de la Academia de Ciencias de Uzbekistan, encontró en el territorio de Dalverzin-Tepe –la actual provincia afgana de Balkh–  y que representaban un cebú y un elefante que perduraron escondidas desde el segundo o tercer siglo antes de Cristo.

Además de haber experimentado muchas transformaciones tanto en su forma estética como estratégica, a lo largo de sus muchas centurias de existencia, el ajedrez también tiene la particularidad de reflejar en ocasiones algunos aspectos políticos, sociales o morales de la sociedad en la cual se ha introducido.

De este modo, por ejemplo en el tratado sobre ajedrez elaborado por el monje francés Jacobo de Cessolis en el siglo XII, se especifica que a la reina no le era permitido desplazarse por todo el tablero ya que su deber como fiel y sumisa compañera del monarca, era permanecer en todo momento junto a él; así no se le permitían a la figura jugadas arriesgadas o importantes debido a “la debilidad y modestia propias de una mujer” (I. Linder en M. Piñeyro). Con esto el religioso mostró claramente el papel que generalmente desempeñaron las féminas durante la Edad Media.

Sin embargo, la forma y movimientos de las piezas del ajedrez que conocemos hoy en día no datan del Medioevo, sino de la Época Moderna específicamente del Renacimiento entre los años 1475 y 1497 D.C, momento en el que adquirió una gran popularidad en todo el continente europeo.

En este momento se modificaron los comportamientos de dos de las figuras principales del juego: la Dama y el Alfil, las cuales obtuvieron su importancia al dárseles mayor libertad en su desplazamiento dentro del tablero, convirtiéndose así en elementos de largo alcance.

Ahora bien, como en todo ejército a lo largo de la historia, las piezas del ajedrez tienen una jerarquía particular, misma que determina su valor en cuanto a puntaje se refiere; sin embargo cada jugador otorga a las figuras el mérito que considera adecuado de acuerdo a su estilo, siendo siempre la principal el Rey por ser el que determina al vencedor.

Así sobre una misma figura como el peón podemos encontrar opiniones contrarias como la del ajedrecista austriaco Wilhelm Steinitz quien, en el siglo XIX expresaba que “el peón es la causa más frecuente de la derrota” contraponiéndose así al músico-ajedrecista francés François-André Danican, también conocido como Philidor, quien en el siglo XVIII defendió a la pieza de rango más humilde con la frase “los peones son el alma del ajedrez”.

Pero un hecho dentro de la batalla ajedrecística es que todas las piezas deben cumplir con su función y combinarse en sus movimientos para lograr estructurar tácticas y estrategias capaces de vencer al enemigo; en muchas ocasiones, el desprecio hacia las reglas mostrado por los genios intelectuales que dirigen la escaramuza, ha tenido como resultado el surgimiento de nuevas e impresionantes jugadas en las partidas.

Como muchas cosas en la vida, el valor de cada pieza colocada en el tablero depende de quien la manipula –elemento que protagonizará el siguiente episodio de esta serie-, ya que de forma independiente no es más que una figurilla de cerámica o plástico con mayor o menor detalle en el acabado, pero que a final de cuentas nunca logrará avanzar una sola casilla por sí misma.

FUENTES:

Artículo: “La verdadera historia sobre el origen del Ajedrez”. Aut. Mariano Víctor Piñeyro. Buenos Aires, Arg.

Artículo: “Sub Specie Ludi”. Aut. Dr. José María Carballo Fernández. Revista Verbo, serie XII No. 111-112. Madrid, España. Enero-febrero, 1973.

Artículo: “El origen del Ajedrez”. Aut. Samuel Sloan. Berkeley, 1985.