Por: Patricia Díaz Terés
“No es la belleza lo que inspira la más profunda pasión. La belleza sin gracia es un anzuelo sin cebo. La belleza sin expresión cansa”.
Ralph Waldo Emerson
Durante miles de años ya, el Antiguo Egipto ha ejercido una atracción irresistible para los apasionados de la historia; sin embargo, existen algunas míticas figuras cuya fascinación ha trascendido al ámbito exclusivamente académico.
Así, nombres como Nefertiti o Tutankamón resultan familiares para mucha gente, siendo uno de los más populares es el de una mujer quien desde muy joven, debió competir contra los miembros de su propia familia para conquistar su lugar como soberana de las vastas regiones del río Nilo: Cleopatra.
En una época en la que la cultura egipcia y griega se encontraban estrechamente relacionadas, tomó el poder como faraón Ptolomeo I Soter, hijo de Lagos, dando así origen a la legendaria dinastía Ptolemaica, que tuvo por igual a grandes gobernantes y hedonistas[i] empedernidos.
Tenemos así en la segunda categoría al duodécimo miembro de la estirpe, Ptolomeo XII, conocido también como “Auletes” –que significa flautista-, quien tuvo a bien trasladarse a la gran ciudad de Roma para entrevistarse con el triunvirato conformado por Pompeyo, Craso y Julio César.
Tan poco favorables para Egipto fueron las negociaciones de Ptolomeo XII que el monarca fue expulsado de Alejandría, pasando así el trono a su esposa Cleopatra VI y luego a su hija Berenice IV.
Poco después y con el respaldo de Roma, “Auletes” recuperó la corona. Falleció en el año 51 a.C. dejando paso a su brillante hija de 18 años, Cleopatra VII –que significa Gloria de su Padre– Filópator, quien tomó por esposo a su hermano Ptolomeo XIII, que a la sazón tenía la escasa edad de 10 u 11 años.
Presentando ante la historia una enigmática juventud –principalmente por la escasez de datos certeros-, lo que sí se sabe es que Cleopatra fue una mujer culta e inteligente. Habiéndose basado su educación en lo que los griegos llamaban enkukléios paidéia –enseñanza de la cultura general-, la princesa era versada en aritmética, geometría, música y astronomía; asimismo, se puede deducir que tuvo un acercamiento a los textos de los clásicos helénicos como Homero o de historiadores como Herodoto.
Sin embargo, a pesar de que la joven captó todos estos conocimientos, al parecer su don principal consistía en el dominio de diversos idiomas; de este modo se dice que la muchacha era capaz de entablar una conversación por igual con un egipcio, un etíope o un sirio en el idioma propio de su interlocutor.
De esta manera, mostrando gran habilidad para organizar a su pueblo, la nueva reina reformó el sistema monetario, hizo frente a una serie de hambrunas, a la vez que luchaba contra los motines organizados por los soldados dejados por el procónsul Gabinio durante el reinado de su padre.
Pero siendo tan escasa su experiencia, no pudo prever la forma en que su hermano Arsínoe IV y su cónyuge sacarían ventaja de tales situaciones, obligándola a abandonar el trono y huir con rumbo a Siria, tras lo cual, y después de armar un ejército, intentó reconquistar su lugar siendo rechazada en Pelusio, sitio en el que aparece el primer gran hombre de su vida: Julio César.
Cuenta la historia que un buen día descansaba César en sus aposentos cuando, ya entrada la noche, un sirviente anunció la llegada de cierto regalo, una alfombra. El romano, curioso ante el inesperado arribo de tal presente, ordenó inmediatamente que éste fuera llevado a su presencia. Cuál no sería su sorpresa al ver que al desenrollar el tapete se descubría una hermosa jovencita de 20 años, que no era otra sino la desterrada soberana del Nilo.
Fue ahí donde empezó el romance, que tuvo como fruto el nacimiento de Cesarión, a quien tanto la esposa de César –Calpurnia-, como muchos miembros de la élite política de Roma veían con gran desconfianza, particularmente el estricto Octavio –futuro primer Emperador romano-.
Así, César ayudó a Cleopatra a retomar el trono en las llamadas Guerras de Alejandría, en las cuales falleciera Ptolomeo XIII al hundirse una barca sobrecargada sobre la que cruzaba el Nilo.
En 44 a.C. Julio César fue asesinado por Bruto y Cleopatra decidió retornar a sus dominios. Dos años después, apareció un guerrero de nombre Marco Antonio que tenía como propósito poner en su lugar a esa inquieta y ambiciosa monarca egipcia. Para cumplir con su cometido, mandó llamar a Cleopatra a la ciudad de Tarso, a la cual la dama llegó con un derroche de esplendor remontando el río Cidno en una embarcación que desplegaba orgullosamente velas color púrpura y era empujada con remos de plata.
El enojado Marco Antonio quedó estupefacto ante el espectáculo e indignado ante la negativa de Cleopatra para bajar de su barco; pero el romano aceptó la invitación de la reina para comer con ella y fue ahí cuando Venus y Cupido hicieron de las suyas, haciendo que quedaran –tal vez- prendados el uno del otro, dando inicio a su amimetobion –amistad de la vida inimitable-, como ellos llamaban a la relación.
Bien dijo el filósofo de la Revolución Francesa, Jean Jacques Rosseau que “todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan”, ya que las emociones de Marco Antonio y Cleopatra han trascendido a los anales de la historia tanto por su intensidad como por su terrible desenlace.
Mientras el general romano trataba de conservar sus dominios y posesiones -defendiéndolas de su enemigo Octavio-, su amante egipcia era acusada de hechicería, ya que todos los romanos veían como el juicio de un brillante estratega militar se nublaba fácilmente con la influencia de la extraordinaria mujer.
Esto enfureció tanto a su primera esposa, Fulvia, como a la segunda, Octavia –hermana de Octavio– a quien Marco Antonio rechazó como muestra de hostilidad hacia su cuñado, para volverse a Alejandría junto a Cleopatra y sus hijos Cleopatra Selene, Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo.
Sin poder soportar las afrentas de Cleopatra y Marco Antonio, Octavio declaró la guerra a la primera, enfrentándose en realidad a su compatriota. Cuatro largos años duraron las luchas, siendo finalmente ganada –aunque no terminada- la guerra por Octavio en la batalla de Accio, donde las pesadas galeras de Marco Antonio fueron derrotadas, siendo la situación empeorada cuando el general salió en pos de su amada quien, después de haberse mantenido en una embarcación a prudente distancia de la batalla, emprendió la retirada para ser ciega e insensatamente perseguida por su amante.
Trágico final aguardó a la pareja, ya que siendo víctima de un engaño mediante el cual Marco Antonio creyó que Cleopatra habíase suicidado, éste se arrojó sobre su espada en el momento en que la reina entraba a la habitación, justo a tiempo para verlo morir en sus brazos. Momentos después ella decidió quitarse la vida con veneno –algunas hipótesis señalan el uso de una horquilla, otras dicen que fue una serpiente-, poniendo fin tanto a los temores como a las ambiciones de Octavio -ya que el orgulloso romano nada anhelaba más que pasear a la encantadora egipcia, encadenada, por todas las calles de Roma-.
Y así, la fascinante reina egipcia y el bravo general romano ilustran a la perfección la frase del escritor francés Bernard Le Bouvier que dice “las pasiones son como los vientos, que son necesarios para dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de huracanes”.
FUENTES:
“La Ambición de Cleopatra”. Aut. Núria Castellano. Historia National Geographic No. 47.
“La imagen real tras el mito”. Aut. Rafael Blade. Historia y Vida No. 437.
“Cleopatra vuelve a la vida”. Aut. Fernando Garcés. Clio No. 70.
[i] Hedonista: Que procura el placer. Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española 2010.