De pasiones y estrategias: Cleopatra, Reina del Nilo

23 marzo 2010

Cleopatra, Reina del Nilo

Por: Patricia Díaz Terés

“No es la belleza lo que inspira la más profunda pasión. La belleza sin gracia es un anzuelo sin cebo. La belleza sin expresión cansa”.

Ralph Waldo Emerson

Durante miles de años ya, el Antiguo Egipto ha ejercido una atracción irresistible para los apasionados de la historia; sin embargo, existen algunas míticas figuras cuya fascinación ha trascendido al ámbito exclusivamente académico.

Así, nombres como Nefertiti o Tutankamón resultan familiares para mucha gente, siendo uno de los más populares es el de una mujer quien desde muy joven, debió competir contra los miembros de su propia familia para conquistar su lugar como soberana de las vastas regiones del río Nilo: Cleopatra.

En una época en la que la cultura egipcia y griega se encontraban estrechamente relacionadas, tomó el poder como faraón Ptolomeo I Soter, hijo de Lagos, dando así origen a la legendaria dinastía Ptolemaica, que tuvo por igual a grandes gobernantes y hedonistas[i] empedernidos.

Tenemos así en la segunda categoría al duodécimo miembro de la estirpe, Ptolomeo XII, conocido también como “Auletes” –que significa flautista-, quien tuvo a bien trasladarse a la gran ciudad de Roma para entrevistarse con el triunvirato conformado por Pompeyo, Craso y Julio César.

Tan poco favorables para Egipto fueron las negociaciones de Ptolomeo XII que el monarca fue expulsado de Alejandría, pasando así el trono a su esposa Cleopatra VI y luego a su hija Berenice IV.

Poco después y con el respaldo de Roma, “Auletes” recuperó la corona. Falleció en el año 51 a.C. dejando paso a su brillante hija de 18 años, Cleopatra VII –que significa Gloria de su PadreFilópator, quien tomó por esposo a su hermano Ptolomeo XIII, que a la sazón tenía la escasa edad de 10 u 11 años.

Presentando ante la historia una enigmática juventud –principalmente por la escasez de datos certeros-, lo que sí se sabe es que Cleopatra fue una mujer culta e inteligente. Habiéndose basado su educación en lo que los griegos llamaban enkukléios paidéia –enseñanza de la cultura general-, la princesa era versada en aritmética, geometría, música y astronomía; asimismo, se puede deducir que tuvo un acercamiento a los textos de los clásicos helénicos como Homero o de historiadores como Herodoto.

Sin embargo, a pesar de que la joven captó todos estos conocimientos, al parecer su don principal consistía en el dominio de diversos idiomas; de este modo se dice que la muchacha era capaz de entablar una conversación por igual con un egipcio, un etíope o un sirio en el idioma propio de su interlocutor.

De esta manera, mostrando gran habilidad para organizar a su pueblo, la nueva reina reformó el sistema monetario, hizo frente a una serie de hambrunas, a la vez que luchaba contra los motines organizados por los soldados dejados por el procónsul Gabinio durante el reinado de su padre.

Pero siendo tan escasa su experiencia, no pudo prever la forma en que su hermano Arsínoe IV y su cónyuge sacarían ventaja de tales situaciones, obligándola a abandonar el trono y huir con rumbo a Siria, tras lo cual, y después de armar un ejército, intentó reconquistar su lugar siendo rechazada en Pelusio, sitio en el que aparece el primer gran hombre de su vida: Julio César.

Cuenta la historia que un buen día descansaba César en sus aposentos cuando, ya entrada la noche, un sirviente anunció la llegada de cierto regalo, una alfombra. El romano, curioso ante el inesperado arribo de tal presente, ordenó inmediatamente que éste fuera llevado a su presencia. Cuál no sería su sorpresa al ver que al desenrollar el tapete se descubría una hermosa jovencita de 20 años, que no era otra sino la desterrada soberana del Nilo.

Fue ahí donde empezó el romance, que tuvo como fruto el nacimiento de Cesarión, a quien tanto la esposa de CésarCalpurnia-, como muchos miembros de la élite política de Roma veían con gran desconfianza, particularmente el estricto Octavio –futuro primer Emperador romano-.

Así, César ayudó a Cleopatra a retomar el trono en las llamadas Guerras de Alejandría, en las cuales falleciera Ptolomeo XIII al hundirse una barca sobrecargada sobre la que cruzaba el Nilo.

En 44 a.C. Julio César fue asesinado por Bruto y Cleopatra decidió retornar a sus dominios. Dos años después, apareció un guerrero de nombre Marco Antonio que tenía como propósito poner en su lugar a esa inquieta y ambiciosa monarca egipcia. Para cumplir con su cometido, mandó llamar a Cleopatra a la ciudad de Tarso, a la cual la dama llegó con un derroche de esplendor remontando el río Cidno en una embarcación que desplegaba orgullosamente velas color púrpura y era empujada con remos de plata.

El enojado Marco Antonio quedó estupefacto ante el espectáculo e indignado ante la negativa de Cleopatra para bajar de su barco; pero el romano aceptó la invitación de la reina para comer con ella y fue ahí cuando Venus y Cupido hicieron de las suyas, haciendo que quedaran –tal vez- prendados el uno del otro, dando inicio a su amimetobion –amistad de la vida inimitable-, como ellos llamaban a la relación.

Bien dijo el filósofo de la Revolución Francesa, Jean Jacques Rosseau que “todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan”, ya que las emociones de Marco Antonio y Cleopatra han trascendido a los anales de la historia tanto por su intensidad como por su terrible desenlace.

Mientras el general romano trataba de conservar sus dominios y posesiones -defendiéndolas de su enemigo Octavio-, su amante egipcia era acusada de hechicería, ya que todos los romanos veían como el juicio de un brillante estratega militar se nublaba fácilmente con la influencia de la extraordinaria mujer.

Esto enfureció tanto a su primera esposa, Fulvia, como a la segunda, Octavia –hermana de Octavio– a quien Marco Antonio rechazó como muestra de hostilidad hacia su cuñado, para volverse a Alejandría junto a Cleopatra y sus hijos Cleopatra Selene, Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo.

Sin poder soportar las afrentas de Cleopatra y Marco Antonio, Octavio declaró la guerra a la primera, enfrentándose en realidad a su compatriota. Cuatro largos años duraron las luchas, siendo finalmente ganada –aunque no terminada- la guerra por Octavio en la batalla de Accio, donde las pesadas galeras de Marco Antonio fueron derrotadas, siendo la situación empeorada cuando el general salió en pos de su amada quien, después de haberse mantenido en una embarcación a prudente distancia de la batalla, emprendió la retirada para ser ciega e insensatamente perseguida por su amante.

Trágico final aguardó a la pareja, ya que siendo víctima de un engaño mediante el cual Marco Antonio creyó que Cleopatra habíase suicidado, éste se arrojó sobre su espada en el momento en que la reina entraba a la habitación, justo a tiempo para verlo morir en sus brazos. Momentos después ella decidió quitarse la vida con veneno –algunas hipótesis señalan el uso de una horquilla, otras dicen que fue una serpiente-, poniendo fin tanto a los temores como a las ambiciones de Octavio -ya que el orgulloso romano nada anhelaba más que pasear a la encantadora egipcia, encadenada, por todas las calles de Roma-.

Y así, la fascinante reina egipcia y el bravo general romano ilustran a la perfección la frase del escritor francés Bernard Le Bouvier que dice “las pasiones son como los vientos, que son necesarios para dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de huracanes”. 

FUENTES:

“La Ambición de Cleopatra”. Aut. Núria Castellano. Historia National Geographic No. 47.

 “La imagen real tras el mito”. Aut. Rafael Blade. Historia y Vida No. 437.

“Cleopatra vuelve a la vida”. Aut. Fernando Garcés. Clio No. 70.

 


[i] Hedonista: Que procura el placer. Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española 2010.


La Biblioteca de Alejandría: Voz de la Sabiduría

22 febrero 2010

Biblioteca de Alejandría

Por: Patricia Díaz Terés

“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”.

Jorge Luis Borges

Común y sencillo resulta hoy en día consultar cualquier tipo de libro que por algún motivo se nos ocurra buscar, así podemos localizarlo en la librería más cercana, en el Internet a modo de e-book o bien en esos recintos un tanto relegados y olvidados conocidos desde hace varios milenios como bibliotecas.

Designando originalmente un lugar cualquiera en el cual se colocaba un libro, ya se tratara de un armario, nicho o estante, el significado del vocablo bibliotheke fue evolucionando conforme el uso de los libros se transformaba; de esta manera, paulatinamente se le dio la implicación que entendemos hoy en día, es decir, que una biblioteca es una colección o un almacén de libros y más allá, se le percibe como un lugar en donde se puede acudir en busca de conocimientos, los cuales posteriormente serán transformados en sabiduría a través de la experiencia del estudioso.

El intrincado desarrollo de las bibliotecas comenzó en el tercer milenio antes de la Era Cristiana, en el interior de un templo de la ciudad babilonia de Nippur; sin embargo fue con el Liceo de Aristóteles y la Academia de Platón como empezó a estructurarse y comprenderse el concepto, ya que estos sitios contaban con estancias dedicadas a salvaguardar los textos de los filósofos helenos. Pero sería la magnífica visión de un macedonio la que opacaría inexorablemente a tan ilustres santuarios.

Cuando Alejandro Magno, el gran conquistador, ideó la Perla del Mediterráneo (Alejandría la Grande), se imaginó una extraordinaria metrópoli con una estratégica ubicación que sirviera como encrucijada entre Oriente y Occidente; de esta forma en abril de 331 a.C. tuvo lugar una ceremonia de fundación, tras la cual el guerrero partió hacia la batalla para nunca retornar con vida.

Diseñada por el arquitecto Dinócrates de Rodas y supervisada su construcción por Cleómenes, Alejandría fue levantada en un pequeño puerto de pescadores llamado Rakotis. Rodeada por una gran muralla y alumbrada por el gigantesco Faro, la ciudad albergó una comunidad cosmopolita en donde se reunían los más importantes pensamientos y las más destacadas culturas de la Antigüedad.

Esta conjunción de cosmovisiones hizo que el rey Ptolomeo I, en el año 290 a.C. ordenara a Demetrio de Falero -exalumno de Aristóteles y quien fuera anteriormente tirano de Atenas durante 7 años, antes de ser expulsado de Grecia por la excesiva simpatía que mostraba hacia los macedonios-, la construcción de un recinto dedicado al cultivo del conocimiento.

Este lugar fue en primera instancia un museo, el cual se cree que tuvo la capacidad de albergar hasta cinco mil estudiantes. Localizado en el barrio de Brucheion, poseía una stoa o pórtico empleado para discusiones entre los eruditos que habitaban el recinto; de igual manera tenía una exedra –estancia semicircular con bancos pegados a las paredes-, jardines, un observatorio y un pequeño zoológico.

La intención primordial de tan especial lugar era albergar el saber en todas sus expresiones, de manera que se utilizaba también como biblioteca; pero tal fue el ansia de los reyes Ptolomeos por guardar todos los ejemplares escritos, que la capacidad del espacio fue agotada, por lo que se hizo necesaria la construcción de la Biblioteca Hija, también conocida como Serapeo.

Y aunque Alejandría tenía un rival en la Biblioteca de Pérgamo, los reyes egipcios no se dejaron amilanar y por el contrario pusieron restricciones en el suministro de papiro, por lo que sus competidores crearon su propio material de escritura dando así lugar al surgimiento de los pergaminos.

Pero, ya fuera en papiro o en pergaminos, reflexiones y ficciones eran registrados por diestras manos, que se dedicaban a plasmar con la palabra escrita las extraordinarias ideas de los eruditos de la época, a quienes –al menos en Alejandría– los gastos les eran subsidiados por las arcas reales, por lo que los sabios podían dedicarse en cuerpo y alma a la investigación, el estudio y la discusión.

Mientras que actualmente estamos acostumbrados al hecho de que al entrar a una biblioteca se nos exige guardar el más riguroso silencio para no interrumpir la lectura de otras personas, en la Biblioteca de Alejandría se escuchaba nada más y nada menos que cientos de voces que pregonaban importantes conocimientos, ya que los griegos tomaban a los libros como útiles instrumentos para registrar un discurso o conversación, pero éstos debían ser devueltos a la vida con la voz humana.

Mas la organización de tan especial almacén no era sencilla labor. Llegando a tener en su época de máximo esplendor alrededor de 700 mil volúmenes, se le debe a Calímaco –siglo III a.C.- la primera catalogación de las obras, para lo cual se basó en el sistema elaborado por Aristóteles, de modo que en sus Pinakes o Tablas registraba el orden de los documentos por temas, especificando además un listado alfabético de los autores, de quienes también se poseía una biografía y bibliografía.

Así, se distinguían la filosofía de las ciencias de observación y deducción como la matemática o la astronomía, además de las ciencias aplicadas tales como la medicina. Asimismo, el interés despertado por la palabra escrita dio lugar a la creación de nuevas disciplinas como la gramática, surgiendo los primeros signos de puntuación, la edición o el análisis de los clásicos.

Mas el afán de los Ptolomeos por acumular volúmenes escritos no conocía límites. Se tiene registro de que en cierto momento se proclamó una orden real, la cual dictaba que cualquier libro contenido en una embarcación que atracara en el puerto debía ser confiscada para ser copiada; el duplicado era regresado al dueño inicial, mientras que el original pasaba a formar parte del acervo de la biblioteca. Esta artimaña fue utilizada por el rey Evergetes, nieto de Ptolomeo I, quien pidió en préstamo a los atenienses las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides, de las cuales ordenó una reproducción, mismas que fueron enviadas a la ciudad griega, aún a sabiendas de que con esta acción se perderían los 10 talentos pagados previamente a manera de garantía.

Pero tan magnífico patrimonio no pudo ser conservado para la posteridad, a pesar de los esfuerzos de los monarcas. Existiendo tres teorías sobre su desaparición, lo cierto es que la Biblioteca de Alejandría fue destruida; haya sido durante un asedio suscitado durante una guerra de sucesión, por las acciones de una enloquecida e ignorante turba, o bien la terrible –e improbable- decisión del califa Omar, a quien se ha acusado de utilizar los libros alejandrinos para alimentar el fuego de los baños públicos, lo que nos consta es que de los rollos pertenecientes al Museo poco fue rescatado y guardado.

Después de esta tristísima pérdida para la cultura universal, durante los siglos posteriores en todos los continentes se han hecho esfuerzos por conservar las ideas y relatos de todos los autores, talentosos o no, ya que es justamente esto lo que constituye la memoria del mundo, lo que nos recuerda día a día de dónde venimos y puede arrojar cierta luz sobre el futuro; así, fue un sacerdote francés de nombre Jacques Benigne Bossuet quien captó por entero la esencia y propósito de la Biblioteca de Alejandría –y de las bibliotecas en general- cuando dijo: “En Egipto se llamaban las bibliotecas el tesoro de los remedios del alma. En efecto, curábase en ellas de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás”.  

FUENTES:

“Alejandría: El Espejo del Egipto Ptolemaico”.  Aut. Cristina Gil Palenque. Historia y Vida No. 448. Madrid, España

“El Detonante de la Fiebre del Libro”. Aut. Ana Echeverría. Historia y Vida No. 479. Madrid, España.

“La Memoria del Mundo”. Aut. Vicente Battista. Conozca Más Año 9 No. 5.


Destellos de la civilización: El Faro de Alejandría

5 octubre 2009

Faro de Alejandría

Faro de Alejandría

Por: Patricia Díaz Terés

“La arquitectura es el gran libro de la humanidad”.

Victor Hugo

La creación de un entorno cómodo y satisfactorio ha sido, desde los orígenes de los primeros pueblos sedentarios, una cuestión de gran relevancia para el ser humano.

Así los conocimientos y recursos de las distintas épocas, han sido empleados por la humanidad para cubrir sus necesidades básicas de alimentación y albergue, pero también las de protección, comunicación, desarrollo, etc.

De esta manera, la arquitectura se ha convertido a través de los siglos en un reflejo de las prioridades de las distintas civilizaciones; desde los grandes templos helenos que nos muestran su interés en la mitología, las pirámides egipcias que expresan el respeto de esta cultura hacia la muerte, hasta el Coliseo romano que denota la importancia de la competencia en Roma o el Empire State que denota la preocupación por el desarrollo económico que se vive en nuestra época.

Pero en ocasiones una sola construcción, por su versatilidad, puede cubrir una amplia gama de necesidades, tal es el caso de los faros.

La palabra “faro” proviene -de acuerdo con varios autores- del nombre del sitio en el cual se construyó la primera de estas edificaciones, la isla de Pharos en Egipto, en donde Sóstrato de Cnido se dio a la tarea de levantar el célebre Faro de Alejandría.

Erigido durante el reinado de Tolomeo II, el Faro de Alejandría era un sólido edificio de 180 metros de altura, en cuya cima albergaba una inmensa fogata alimentada con madera –misma que tenía que ser importada debido a la escasez en la ciudad de este combustible- y que a la vez tenía un espejo el cual, según cuenta una leyenda, podía reflejar la luz solar con tal potencia que era capaz de abrasar cualquier nave enemiga que amenazara al puerto.

Muchas son las referencias que se conservan sobre esta impresionante obra –actualmente conocida como una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo– en distintas fuentes que van desde inscripciones en mosaicos y monedas, hasta escritos elaborados por viajeros o arquitectos árabes, abarcando todas ellas diferentes aspectos y detalles del edificio.

De estos documentos se han obtenido descripciones que mencionan al Faro como una edificación sólida con 30.6 metros de lado en su base, levantada con grandes bloques de piedra diestramente colocados para dar fortaleza a la estructura y que a su vez estaba constituido en su interior por un hueco que abarcaba su parte central, mismo que era rodeado por una rampa helicoidal – similar a la cadena del ADN- y que además tenía diversas salas y terrazas; sosteniendo en la cima la gran hoguera que servía como guía.

Imaginemos por un momento a un marinero a bordo de una embarcación mercante con destino al puerto de Alejandría. Después de una muy larga y sin duda peligrosa travesía, el individuo en cuestión vería ya desde una distancia de 50 kilómetros de la costa, una monumental construcción que arrojaba un potente rayo de luz con el propósito tanto de guiar a los visitantes bienintencionados, como de descubrir a los enemigos.

Ahora bien, si nuestro marinero era extranjero, vería una serie de símbolos grabados en las paredes del Faro, cuyo significado quedaría oculto; sin embargo, si nuestro aventurero fuera, por azares del destino, versado en el latín, descubriría la siguiente inscripción: “Isóstrato, hijo de DecífanesDimócrates según otros-, de Cnido, dedicó este edificio a los Dioses Salvadores en nombre de quienes navegan los mares”.

Sin darse cuenta, el navegante estaría experimentando tres de las finalidades del faro, la primera servir como guía a las embarcaciones para que se alojaran en el puerto más importante de la Antigüedad –sólo Alejandría y Siracusa tenían capacidad suficiente para albergar una flota de considerable tamaño y gran calado-, la segunda, rendir culto a los dioses y de esta manera aplacar su ira e invocar su protección permitiendo así que el tercer objetivo se cumpliera, establecer un comercio exitoso con base en el intercambio por vía marítima.

Pero como toda gran construcción, además de ser ya de por sí impresionante, a la gente común le agrada rodearlas con un halo místico y misterioso a través de mitos y leyendas; así de esta edificación se dice por ejemplo que su base estaba hecha en realidad con bloques de cristal, mismos que le proporcionaban su extraordinaria solidez. Otra leyenda explica cómo el Tesoro de Ptolomeo estaba escondido en sus cimientos; y por último uno de los mitos más descabellados describe cómo, al utilizar un talismán, una persona que lograra llegar hasta la cima y observara el reflejo del gran espejo, podría sin problemas contemplar todo lo que ocurría en la lejana Constantinopla.

Habiendo durado su construcción solamente 15 años y teniendo un costo de 800 talentos –aproximadamente 6 mdd actuales-, el Faro de Alejandría funcionó durante 17 siglos; siendo restaurado en varias ocasiones, ya que era constante víctima de desastres naturales como tormentas eléctricas o terremotos; o bien de los ataques enemigos, ya que servía en un momento dado como atalaya o incluso fortaleza de defensa.

De este modo la primera reparación tuvo lugar en el año 736 d.C. cuando un fuerte terremoto dañó la parte superior; otra modificación a la estructura se dio en 1274 al instalarse una pequeña mezquita en la terraza superior. Sin embargo, se conoce por el escrito del viajero árabe Ibn Battuta, que para 1371 la construcción se encontraba ya totalmente en ruinas.

Pero independientemente de los méritos técnicos que su construcción implicó, la importancia del Faro de Alejandría también puede ser explicada por su ubicación. Se trataba de un lugar próximo a una de las costas comerciales más importantes pero que a la vez era sumamente peligrosa, ya que los bajíos y escollos, así como los temporales impredecibles y la espesa niebla del Nilo, hacían que las embarcaciones corrieran grandes riesgos al querer cumplir con la entrega de los productos que transportaban.

Asimismo, a pesar de que las condiciones geográficas –en cuanto a superficie y clima se refiere- no eran óptimas en Alejandría; económica y políticamente tenía una relevancia sin igual, debido a que poseía tres ventajas principales: la primera era su proximidad con el delta del Nilo, la segunda era la facilidad con la que los barcos podían aprovechar los vientos y la tercera la amplitud para albergar a las grandes flotas.

Sortear obstáculos y sacar ventaja de condiciones geográficas adversas fue una de las características del pueblo egipcio –rasgo compartido con todas las grandes civilizaciones-, como bien lo muestra el Faro de Alejandría, el primero de su tipo y predecesor de una serie de importantes edificaciones que ayudarían a los imperios y naciones, en su difícil camino hacia el crecimiento y consolidación. 

FUENTES:

“El Faro de Alejandría”. Aut. Filippo Coarelli. La Aventura de la Historia Año 9 No. 102.

Faros con Historia”. Aut. José Ma. Rodríguez Montoya. Historia de la Iberia Vieja No. 36.

Grandes Maravillas del Mundo” Aut. Russell Ash. Ed. Planeta Infantil. México, D.F., 2001.


El verdadero faro de Alejandría: Hipatia, el saber y la injusticia

10 agosto 2009

Hipatia de Alejandría

Hipatia de Alejandría

Por: Patricia Díaz Terés

“Los grandes espíritus siempre han encontrado una violenta oposición de parte de mentes mediocres”.

Albert Einstein

 Muchas han sido las áreas que durante siglos fueron prohibidas para la mujer, siendo la Ciencia una de las más hostiles hacia la incursión femenina, ya que durante cientos de años se creyó que la mente de una fémina simplemente no era capaz de desentrañar los complejos misterios de la Naturaleza y el Saber.

Pero desde la Antigüedad y hasta principios del siglo XX –momento en que la mujer comenzó a incurrir en casi cualquier actividad-, existieron algunas damas que probaron que los tesoros de la Ciencia y la Filosofía no estaban exclusivamente reservados para los varones.

De esta manera, en el siglo XVII encontramos a la italiana Elena Cornaro Piscopia, en el XVIII a María Agnesi, Sophie Germain y Mary Fairfax Somerville; y en el XIX a las británicas Ada Lovelace, Charlotte Angas Scott o Alicia Scott, así como a la germana Amalie Emmy Noether y a la rusa Sofía Kovalevskaya; siendo todas ellas brillantes matemáticas que convivieron y compitieron con sus colegas masculinos.

Pero allá por el siglo IV y V, cuando la ciudad de Alejandría era considerada como uno de los mayores centros para el desarrollo del Conocimiento, surgió la figura de una mujer que varias centurias después, durante la Ilustración, se convertiría en ícono de la defensa de la Razón y mártir de la Filosofía: Hipatia de Alejandría.

La vida de Hipatia resulta a la vez compleja y fascinante. Habiendo sido desde pequeña enseñada por su padre a entrenar por igual cuerpo y mente, logró dominar la natación, el remo, la equitación y alpinismo -todas estas actividades en su momento inadecuadas para una jovencita convencional-; a la vez que se instruyó en ciencias como la matemática, astronomía, astrología y filosofía, dominando también el arte de la retórica.

Para entender la personalidad e ideología de esta inusual alejandrina, hemos de remitirnos al carácter del también pensador Teón –su padre- quien de acuerdo con algunos autores como Elbert Hubbard, tenía una marcada afición por la alquimia por lo que realizaba estudios sobre la transmutación de los metales –la Piedra Filosofal-, la eterna juventud –el Elixir de la Eterna Juventud– y el perfeccionamiento de la raza humana –Eugenesia-.

Por otra parte Teón se dedicaba en el Museo de Alejandría, a elaborar y editar comentarios de obras científicas, tarea en la que incluyó a su hija a quien se conoce como autora o coautora de las disquisiciones sobre la “Aritmética” de Diofanto, “Las Crónicas” de Apolonio, los “Elementos” de Euclides o el tercer libro del “Almagesto” de Tolomeo.

De esta manera, la instrucción recibida en el seno paterno provocó en la intelectual doncella una inquietud por conocer el mundo y obtener la mayor cantidad de conocimientos posible, de manera que viajó por Grecia e Italia, siendo en Atenas discípula de la Escuela Filosófica dirigida por Temistius, Plutarco el Joven y Asclepigenia.

Al regresar a Egipto, comenzó su verdadero compromiso con la divulgación del Saber, de manera que se convirtió en una de las más renombradas maestras de la Antigüedad, ocupando la Cátedra de Filosofía de Plotino –filósofo considerado como máximo exponente del Neoplatonismo-, abarcando tanto las materias que ella había estudiado previamente como aquellas que investigaba como la mecánica –construyó un hidrómetro y un astrolabio-.

Así, esta extraordinaria dama quien parecía ser la encarnación de Atenea y Afrodita en un mismo cuerpo -ya que además de su asombrosa capacidad intelectual poseía también admirable belleza- cautivó a más de uno de sus pupilos, quienes fueron hábil y cortésmente rechazados por la virtuosa joven, quien alegaba no desear más compromiso que con la verdad.

Pero como toda persona célebre, Hipatia no se vio libre de las intrigas que se gestaban a su alrededor y de este modo, los numerosos conflictos políticos y espirituales de que estuvieron plagados los primeros siglos del Cristianismo, fueron la causa de que esta maravillosa luz se extinguiera. Se cuenta en los documentos -aunque no con claridad- que el entonces Obispo de la ciudad, Cirilo, tenía un serio conflicto con el Prefecto Orestes, quien a su vez era discípulo y amigo de la filósofa, quien era despreciada por el eclesiástico ya sea como resultado de una envidia inconmensurable, o bien de una estrecha visión e intolerante actitud hacia los residuos del paganismo –Hipatia nunca profesó una religión definida-.

Sea como fuere, la sabia maestra se vio fatalmente atrapada en medio del conflicto entre ambas autoridades, teniendo esto como resultado que, al dirigirse hacia su hogar al terminar una conferencia, fuera interceptada –según ciertos autores por un grupo de monjes fanáticos, adeptos de Cirilo, que se hacían llamar los Nitrianos; y según otros registros por una turba de cristianos enardecidos liderada por un sujeto de nombre Pedro el Lector– vejada y brutalmente asesinada; esto sucedió en el año 415 d.C. cuando la pensadora tenía 45 o 60 años, dependiendo del año de su nacimiento que se tome como cierto.

Pero aún cuando los prejuicios, la política y el fanatismo lograron aniquilar una vida dedicada al cultivo y difusión del saber, no consiguieron extinguir la llama encendida en Alejandría hace más de mil quinientos años; así, en el Romanticismo se le trató como la encarnación de Platón, mientras que para los ilustrados como Toland y Voltaire su muerte se convirtió en la expresión de la irracionalidad del fanatismo religioso.

Actualmente, se ha tratado de mantener vivo su recuerdo y transmitirlo a las generaciones del nuevo milenio, esto ha sido posible gracias a que diversas expresiones artísticas han retomado –y a veces recreado- la historia de su vida.

De esta manera, en el año 2000 el escritor Mac Wellman y el director de teatro Bob Mc Grath, llevaron a los escenarios una alternativa versión de la filósofa alejandrina en una obra titulada “Hypatia or The Divine Algebra”, producción realizada por el American Repertory Theatres Institute for Advanced Theatre Training en Nueva York.

Incluso en octubre de este año 2009 llegará a la pantalla grande una versión cinematográfica de la vida de Hipatia en la película “Ágora” del cineasta Alejandro Amenábar (Mar Adentro) y con la actriz Rachel Weisz (La Momia) como la erudita.   

Así, hemos podido ver cómo Hipatia –que significa “la grande”– más allá de ser tan sólo una mujer pionera en el mundo de la ciencia y la filosofía, constituyó un verdadero parteaguas en la historia; pero sobre todo de esta insólita dama se puede destacar el hecho de que cumplió con su vocación e hizo honor a su compromiso hasta su último aliento, haciéndonos recordar de esta forma a las palabras del filósofo Lucio A. Séneca: “Si me ofreciesen la sabiduría con la condición de guardarla para mí sin comunicarla a nadie, no la querría”.

Para ver:

Avance de la película “Ágora” de Alejandro Amenabar: http://www.agoralapelicula.com/

FUENTES:

“Little Journeys to the Homes of the Great Teachers” Aut. Elbert Hubbard. East Aurora. 1928.

“Hypatia of Alexandria”. Aut. J.J. O’Connor y E.F. Robertson. MacTutor History of Mathematics. University of St. Andrews. Escocia. Abril 1999.

Review: Hypatia or The Divine Algebra”. Aut. Les Gutman. Mayo 2000 http://www.curtainup.com.

La filósofa mártir: Hipatia de Alejandría”. Aut. David Hernández de la Fuente. Historia, National Geographic No 59. Enero 2009.

Hypatia”. Aut. Adela Salvador Alcaide y María Molero Aparicio. Divulgamat.edu.es

“Ágora”. www.radiocable.com. 26 de febrero 2009

 “Women in Mathematics History”. Aut. Jone Johnston Lewis.