De producción de relleno a leyenda cinematográfica: Casablanca I

1 junio 2022

Parte I – La aventura del guion

Por: Patricia Díaz Terés

«Para hacer una gran película necesitas tres cosas: el guion, el guion y el guion».

Alfred Hitchcock

No puedo ni siquiera describir el fantástico sentimiento que me invadió cuando, recientemente, me fue posible ver en pantalla grande una de mis películas favoritas: Casablanca. Y es que el 80 aniversario de esta clásica cinta hizo realidad aquello que solo hubiera sido solo posible retrocediendo en el tiempo. Escuchar la canción As Time Goes By interpretada por Dooley Wilson y la imponente Marsellesa en la voz de un gallardo Paul Henreid, en los altavoces de la sala de cine, se han convertido, sin lugar a dudas, en uno de mis momentos de gloria cinéfila.

Casablanca se sitúa ahora, en las listas de las grandes obras del séptimo arte, tan solo un peldaño debajo de Ciudadano Kane, catalogada por los expertos como la mejor película jamás filmada. Pero cuando el productor Hal B. Wallis puso los ojos en el proyecto, si bien intuía su posible éxito, probablemente jamás imaginó que tenía entre manos semejante portento cinematográfico.

Transcurría el año de 1938 cuando un par de dramaturgos, de viaje por el sur de Francia, fue a parar a un club en el que convivía, tan alegremente como era posible, una variopinta concurrencia conformada por franceses, nazis y refugiados.

Tal experiencia dio a Murray Burnett y Joan Alison la idea de escribir una obra de teatro que titularon Everybody Comes to Rick’s, la cual fue descubierta en 1941 por la editora Irene Diamond, quien de inmediato se dio a la tarea de convencer al productor de la Warner Brothers, Hal. B. Wallis, para transformar ese texto en un filme. La lectura capturó la imaginación del ejecutivo, quien, sin tardanza, en 1942, invirtió la exorbitante cifra de veinte mil dólares para adquirir los derechos, cambiándole también el nombre por Casablanca.

La idea del guion era muy buena, pero la ejecución bastante pobre, por lo que se necesitaba trabajarla en pro de transformarla en algo digno de ser filmado. De esta forma, Wallis contrató, en enero de 1941, a Aeneas Mckenzie y Wally Kline, quienes durante seis semanas se dedicaron a revisar la historia pieza por pieza, enviando el documento resultante del análisis el 23 de enero. Mckenzie, cuando conoció el proyecto, dijo a Wallis con respecto a los defectos del guion: “…todo ello puede superarse porque detrás de la acción y de su entorno está la posibilidad de un tema excelente: la idea de que cuando la gente pierde sus ideales, necesita ser golpeada por dentro para que empiece a luchar. Esto es lo que ha sucedido a Francia y también a Rick Blaine”.

Así, las líneas originales no servían para la intención de Wallis, constituyendo otro problema mayúsculo el hecho de que la trama incluía diversas situaciones que transgredían flagrantemente varias de las normas establecidas en el Motion Picture Production Code –mejor conocido como código Hays-, que había sido creado por la Asociación de Productores Cinematográficos de Estados Unidos (MPAA) en 1930 y escrito por William H. Hays, prominente líder del partido republicano y distinguido miembro del MPAA, con el objetivo de “proteger” al público de “ideas peligrosas” que contravinieran los valores aceptados por el sistema.

Para empezar, en la historia original, Rick era un hombre casado y Lois Meredith –después Ilsa Lund– era una astuta joven norteamericana de moral distraída que estaba dispuesta a visitar cuanta alcoba masculina fuese necesario para conseguir su cometido –en este caso los visados de salida necesarios para viajar desde Marruecos hasta Norteamérica-, resultándole entonces sencillo regresar, para tal efecto, al aposento de su antiguo amante –Rick-, pues los personajes habían establecido anteriormente una relación en París durante un año, con el conocimiento, por parte de ella, de que él tenía una esposa y dos hijos, pero siendo él ignorante de que la dama vivía con otro hombre –Víctor, quien, por cierto, tampoco era su marido-. En este sórdido entorno se encuentra como complemento el personaje secundario de Rinaldo, amigo de Rick.

Tal fue la base de la que partieron McKenzie y Kline, dejando a los hermanos Julius y Philip G. Epstein la continuación de la tarea -a la cual pudieron dedicar escaso tiempo pues estaban ya comprometidos para trabajar con Frank Capra en la serie de documentales ¿Por qué luchamos? (Why We Fight I, 1942-1945)-. No obstante, la genialidad de los hermanos les permitió la creación del entrañable personaje del policía Louis Renault, a quien concedieron toda una gama de líneas ingeniosas –se sabe que los escritores idearon unas 50 frases moderadamente prohibidas para incluirlas en el texto, esperando poder usar unas 25, pero empleando efectivamente tan solo 2 o 3-, a la vez que lo dotaron de una simpatía y delicado cinismo que ellos sabían que su actor favorito, Claude Reins, le impregnaría al personaje. Construyeron también el rol de manera que fungiera como el alivio cómico en una tormentosa historia en donde la política, el romance y la tragedia eran las protagonistas.

Partieron entonces, temporalmente, los Epstein en abril de 1942, momento en que Wallis cedió la pluma a Howard Koch, un veterano guionista artífice de las palabras que aterrorizaron a media ciudad de Nueva York un 30 de octubre de 1938, cuando al futuro cineasta Orson Welles se le ocurrió transmitir la adaptación realizada por Koch de la novela La guerra de los mundos de H.G. Wells, siendo tan refinado el escrito que logró convencer –junto con la portentosa voz de Welles– a los crédulos neoyorkinos de que los extraterrestres habían invadido el planeta Tierra.

Koch tomó entonces, entre otras cosas, el personaje áspero de Rick y lo dotó de una humanidad necesaria para que el público se identificase con él, respetando los cambios que habían realizado los hermanos Epstein en cuanto a la situación profesional y marital del personaje, a quien habían despojado tanto de su familia como de su título de abogado, dejando en su lugar a ese misterioso hombre de pasado incierto que aparece en el filme.

Pero el productor Hal B. Wallis quería tener opciones para elegir, por lo que permitió que los Epstein –de modo remoto- y Howard Koch trabajasen cada quien en su versión del guion. Para unir las propuestas y elaborar el texto definitivo, el productor llamó a Casey Robinson -escritor de La extraña pasajera (Now, Voyager, 1942) cinta en la que la legendaria Bette Davis cautivó al público al lado de Paul Henreid-, quien le dio al clavo cuando sugirió que Lois Meredith debía ser una europea de moral incuestionable que haría que el héroe decepcionado –Rick– volviese a la lucha, por amor.

Estando tanto la trama como los roles de Rick, Ilsa, Louis Renault, Víctor Laszlo y Sam ya medianamente estructurados –pues la versión final del guion permanecía aún inconclusa-, las tensiones de Wallis no hicieron sino incrementar, pues el avezado ejecutivo aún debía encontrar a las piezas más importantes de su proyecto: un director que comandara tan tempestuosa empresa y elegir a aquellos que interpretarían a los personajes que tanto trabajo habían dado a los escritores para verse bien en el papel, pero que requerirían de los actores idóneos para lograr el memorable filme que el productor tenía en la cabeza.

Pero sobre tal empresa y otras vicisitudes del rodaje de Casablanca hablaremos más extensamente en la próxima entrega de esta columna. 

“Casablanca, curiosidades del rodaje de uno de los grandes clásicos del cine”. Behind the Scenes. http://www.rodajesdepeliculas.blogspot.com.   

“Casablanca (1942): Detalles desconocidos de la película más icónica”.  Aut. Alba Puerto. 26 de diciembre 2018. http://www.elcineenlasombra.com.

“La rocambolesca historia del rodaje de Casablanca”. Aut. Pedro Tomas. 21 de septiembre de 2020. http://www.elredondelito.es.

“Making of Casablanca” Partes I a VIII. Aut. Alfonso Méndiz. http://www.filasiete.com   


Una musa en el convento: Sor Juana Inés de la Cruz

19 abril 2022
Sor Juana Inés de la Cruz

Parte II

Por: Patricia Díaz Terés

Arguye de inconsecuentes el gusto

y la censura de los hombres que en

las mujeres acusan lo que causan”.

Sor Juana Inés de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz, mujer de carácter agradable e inteligencia brillante, ubicó en el convento el lugar ideal para cultivar sus conocimientos. A la par de sus innumerables labores conventuales, encontró el tiempo para entregarse al estudio de sus libros y a la realización de sus experimentos científicos, pues a la par de la filosofía, la historia, la teología, la música –se sabe de una composición propia, hoy extraviada, titulada El caracol– y el arte, también dedicó sus esfuerzos a la labor concerniente a las ciencias exactas.

Tan vasto intelecto captó la atención de los sabios de la época, de manera que la celda de Juana de Asbaje se transformó en un recinto académico de élite, puesto que recibía, con permiso de su superiora, la visita de los más destacados estudiosos y artistas de su tiempo. Asimismo, se convirtió en una “escritora por encargo”, de manera que su primer soneto, Suspende Cantor Cisne el Dulce Acento, le fue encargado para el presbítero Diego de Ribera en 1668. Esta labor poco le agradaba, pero al satisfacer las necesidades literarias de las personas adineradas y poderosas, podía tener la garantía de un ambiente pacífico en el cual desarrollar sus actividades trascendentales –en este ejercicio, tanto el libre como el obligado, escribió numerosos poemas, autos sacramentales, obras teatrales, villancicos, ensayos, estudios musicales, sonetos, etc.-.

Al mismo tiempo, tuvo durante un tiempo un sostén invaluable en la amistad que la unió a los virreyes, pues sostuvo una entrañable amistad con la virreina, doña Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, quien llegó a la Nueva España con su esposo, Tomás Antonio de la Cerda y Enríquez, marqués de la Laguna en noviembre de 1680, siendo recibidos con una magnífica composición de su postrer amiga, el Fénix de América (también Fénix de México) –uno de los sobrenombres de Sor Juana-, el Arco Triunfal del Neptuno Alegórico, que fue un encargo del Cabildo de la Catedral de México y que le generó, en lo personal, problemas con su confesor, el padre Antonio Núñez de Miranda, quien consideraba la obra profana y alejada de los temas sacros que, según él, debía abordar de manera exclusiva la sapiente escritora –esto se reveló en la Carta de Monterrey o Autodefensa Espiritual (1682)-.

No obstante, este escrito le generó a Sor Juana algunos ingresos que le permitieron tanto apoyar al convento como continuar con su trabajo. Además, la simpatía creada entre la Décima Musa y los virreyes le permitió escribir obras profanas como Los empeños de una casa, representada en 1683 y Amor es más laberinto, en 1689, en la cual trabajó con Juan de Guevara, pieza con la que se celebró el cumpleaños del nuevo virrey Gaspar de la Cerda, conde de Galve.

Pero la obra de Juana Inés logró traspasar los límites de su celda gracias a la ayuda de “Lysi”, cariñoso apelativo con el cual la monja se refiere a la virreina en su correspondencia, quien a su vuelta al Viejo Mundo se empeñó en la publicación de la obra de su amiga en España, logrando una exquisita edición, por parte de Juan García Infanzón, 1689, cuyo primer volumen se tituló Inundación Castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz, obra que fue leída a lo largo y ancho del mundo conocido –también, en el mismo año, se representó en Madrid, gracias a la misma patrocinadora, la pieza teatral de sor Juana El divino Narciso-, de modo que los talentos de Sor Juana fueron reconocidos por los lectores, como ya habían sido detectados por intelectuales como Carlos de Sigüenza y Góngora, quien en su Teatro de las virtudes (1680) destacó la “capacidad en la enciclopedia y la universalidad en las letras” de la religiosa dama. En tal sentido se publicaron posteriormente otros dos volúmenes con los escritos de Inés: Segundo volumen de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700).

No obstante, tales luces proyectan sombras equivalentes en forma de envidias y temores, por lo que Sor Juana fue también víctima de personas que no veían con buenos ojos el desarrollo intelectual de las féminas por considerarlas como seres inferiores, como fue el caso del obispo de México, Francisco Aguiar y Seijas, nombrado tal en 1681. Tan aversivo personaje tuvo su oportunidad de oro para atacar a la filósofa cuando, sin el consentimiento de su autora –y con el presunto objetivo de molestar a Aguiar (aunque la rivalidad de los eclesiásticos ha sido ampliamente difundida, no se cuentan con pruebas fehacientes sobre la misma, como lo recalcan investigadores como Emmanuel Michel Flores Sosa y Wendy Morales Prado)-, el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz y Sahagún, decidió publicar la Carta Athenagórica –escrito encargado a la religiosa por el propio obispo de Puebla, cuyo título hace referencia directa a la sabiduría de Atenea-, una crítica que hizo Sor Juana sobre el sermón de Mandato que había escrito un predicador jesuita portugués llamado Antonio de Vieira, quien era sujeto de admiración para Aguiar y Seijas.

Quedando atrapada en el fuego cruzado entre los dos altos clérigos, fue el Fénix de América quien fue atravesado por las flechas en innecesario y doble sacrificio ya que, ante la colérica reacción del obispo de México, el poco leal obispo de Puebla refutó el escrito de Juana en un documento lleno de censuras y ataduras disfrazadas de consejos, que cobardemente firmó con el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, de tal suerte que la Carta fue catalogada como obra “herética en contenido y bárbara en su forma”, afirmación que era, sin duda, una barbaridad en sí misma.

            Tal injusticia hizo que la escritora que vivía en Juana se inspirase por lo más alto, por lo que la monja decidió refutar el escrito de De Santa Cruz con su magnífica Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, considerada por muchos como obra máxima de la escritora novohispana, quien hizo trizas los argumentos del sacerdote atacante, convirtiéndose así en la autora más ilustre del Siglo de Oro en la Nueva España, compartiendo crédito con su buen amigo De Sigüenza y Góngora. Asimismo, la dama tuvo también defensores como el Dr. Juan Ignacio de Castorena y Ursúa, rector de la Universidad de México y otros, que no fueron muy afortunados, pues, debido a su apoyo a la Musa, se vieron perseguidos nada más y nada menos que por el Santo Oficio, como fue el caso del predicador valenciano Félix Xavier Palavicino, quien elogiaba a Juana en su sermón La Fineza Mayor (1691), alabanza cuyo precio fue su destitución como sacerdote.

            Y aunque la Inquisición no inició proceso formal contra sor Juana, sus detractores y opresores encontraron la forma de someterla. Ya fuese con amenazas sobre la condenación eterna de su alma o alguna otra persuasión espiritual o intelectual, lo cierto es que, eventualmente, tras una etapa en la que las supersticiones estuvieron a la orden del día tras un periodo en el cual se sufrieron hambrunas, epidemias, sequías y dos eclipses solares, en 1691 se decidió que debía erradicarse todo rastro de profanidad en las actuaciones sociales, de manera que fueron prohibidas todas las representaciones teatrales.

Así, sin que se conozca con certeza la causa, Sor Juana Inés de la Cruz decidió rendir todos sus instrumentos, escritos y libros –tenía más de cuatro mil volúmenes- al infame Aguiar y Seijas, mientras rogó al estricto padre Núñez que volviese a ser su confesor, abandonando su escritura en 1692 y renovando sus votos en 1694.

Y aunque tal fue el final de la Musa, no fue el final de la monja, pues, al verse privada de sus actividades intelectuales, la recluida poetisa se volcó con devoción a sus deberes conventuales –su afán penitente pudo haber sido reflejado en las últimas palabras de su testamento: “Yo, la peor de todas”-, realizando una labor ejemplar durante una epidemia que azotó la capital novohispana, al tiempo que al convento, realizando ella labores paliativas para sus hermanas, las cuales resultaron en su propio contagio que la llevó a la muerte el 17 de abril de 1695, de modo que sus restos fueron enterrados bajo el coro del templo de San Jerónimo, donde hoy se encuentra la Universidad del Claustro de Sor Juana.

Musa conocida por toda persona que haya tenido en sus manos un antiguo billete mexicano de 1000 pesos o uno actual de 100 o 200 pesos –el impulso de la figura de Sor Juana fue recuperado gracias a su biografía publicada por Amado Nervo en 1910- . De tal forma esta magnífica mujer ha sido retratada por grandes artistas –todas imágenes póstumas- como Juan Miranda, Antonio Ponz, Antonio Tenorio y Miguel Cabrera, mientras que en fechas más recientes (1980) ha sido Jorge Sánchez Hernández quien elaboró una interesante serie de pinturas que retratan diversos momentos en la vida de la Décima Musa.

Por su parte, el séptimo arte también ha rendido homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz a través de diversos filmes, teniéndose así el largometraje que lleva el nombre de la escritora dirigido por Ramón Peón en 1935; el documental Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1988) dirigido por Nicolás Echeverría y cuyo guion fue escrito por el premio nobel Octavio Paz, basándose en su propio ensayo homónimo escrito en 1982. Siguiendo con la ficción encontramos el filme argentino Yo, la peor de todas (1990), que se centra en los últimos años del Fénix de México y fue escrita y dirigida por María Luisa Bemberg; mientras que en un intento por acercar a los jóvenes a la figura de la más grande escritora del barroco mexicano se realizaron la cinta Las pasiones de Sor Juana (España, 2004) de Antonio García Molina y la serie María Inés (México, 2016), dirigida por Patricia Arriaga Jordán y Emilio Maillé, cuya producción corrió originalmente a cargo de Canal Once para aterrizar temporalmente en la plataforma Netflix, en la cual tuvo un éxito considerable.

Religiosa criticada, poetisa alabada, filósofa reconocida y mujer velada, así se nos presenta la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, una dama que rompió con los estándares de su época para trascender en el tiempo a través de lo que más amaba: las letras y las ideas.

.

Referencias:

“Obras escogidas”. Aut. Sor Juana Inés de la Cruz. Editorial Bruguera S.A. España, 1972.   

“Sor Juana Inés de la Cruz. Ensayo de Psicología y de estimación del sentido de su obra y su vida para la historia de la cultura y de la formación de México”. Aut. Ezequiel A. Chávez. Ed. Porrúa. México, 2001.   

“Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe”. Aut. Octavio Paz. Ed. Planeta. México, 2005. 

“Genio y figura de sor Juana Inés de la Cruz”. Aut. Ramón Xirau. El Colegio Nacional. Universidad Nacional Autónoma de México. México 1997.

 “Sor Juana Inés de la Cruz, exponente literario y educativo del Siglo de Oro Español”. Aut. Alberto López. www.elpais.com, 13 de noviembre 2017.

“Sor Juana Inés de la Cruz”. Aut. Rocío Oviedo Pérez de Tudela. Real Academia de la Historia. wwwdbe.rahg.es.

“Sor Juana Inés de la Cruz, la monja literata que defendió que las mujeres pudieran estudiar”. Aut. María Vila www.abc.es, 12 de agosto 2018.

 “Conoce más sobre Sor Juana Inés de la Cruz”. Aut. Lourdes Aguilar Salas www.gob.mx, abril 2020.

 “Sor Juana Inés de la Cruz cultivó la poesía, la lírica, el teatro y la prosa” www.inba.gob.mx. 11 de noviembre 2020.

 “Sor Juana Inés de la Cruz también tiene legado en la pantalla”. www.procine.cdmx.gob.mx. 12 de noviembre 2021

“Sor Juana Inés de la Cruz”. http://www.banxico.org.mx.   

“Sor Juana Inés de la Cruz” http://www.biografiasyvidas.com

“Sor Juana Inés de la Cruz” www.elem.mx

“Sor Juana Inés de la Cruz: biografía de 1648-1695” http://www.mexicodesconocido.com.mx


La voluble y caprichosa ambición del poder: Madame Mao IV

3 junio 2014

Mao Zedong y Jiang Qing

Mao Zedong y Jiang Qing

Parte IV

Por: Patricia Díaz Terés

Renunciar a mi pasión es como desgarrar con mis uñas una parte viva de mi corazón”.

Gabriele d’ Annunzio 

En 1937 una renovada Lan Ping se trasladó junto con sus compañeros revolucionarios a Yanan, una aldea rural completamente desprovista de los avances que gozaban las ciudades cosmopolitas como Shanghai. Habiéndose labrado nuestra protagonista una personalidad como la arrogante actriz come-hombres, tuvo que cambiar de manera radical su actitud para acoplarse a las modestas costumbres de la localidad, ya que deseaba en algún momento caer en la buena opinión del Partido. En este sentido, por ejemplo, llegó a pregonar las virtudes de las sencillas comidas que consumía, aun cuando su paladar no soportaba los alimentos bastos como el mijo. Sin embargo, más allá de esta aparente doma de su carácter, Lan se acopló a los requerimientos del Partido Comunista, sin que fuera considerada como una integrante destacada o una intelectual como a ella le gustaba verse a sí misma.

De este modo, junto con el resto de los iniciados comenzó a entrenarse, por ejemplo, en el manejo de las armas, al tiempo que invertía tiempo en su instrucción ideológica –habiendo sido aceptada en la escuela del Partido gracias a las influencias de Wang Guanlan, Yu Kiwei y Li Fuchun– pues deseaba obtener la autorización del organismo al que pertenecía para poder continuar con su carrera como actriz. Al mismo tiempo, incapaz de soportar la soledad por demasiado tiempo, tuvo un breve romance con Zhu Guang, de 27 años, quien era parte de la Oficina de Propaganda del Partido. Teniendo más cabeza que corazón en las relaciones de pareja, la dama pronto desechó a su galán por no haberle sido de utilidad.

Pero fue en Yanan donde el destino se reveló ante Lan Ping cuando conoció al gran Mao Zedong. Ella, impactada por la figura de aquel hombre que ya pasaba de los cuarenta años, se hizo el propósito de encontrarse con él personalmente a como diera lugar, para lo cual le escribió una carta en la cual le solicitaba una audiencia para discutir algunas inquietudes ideológicas. Cuenta así una versión de la historia, que la señorita se apersonó en los aposentos de Mao sin haber sido invitada, mostrando una extraordinaria soltura al saludar a los atónitos guardias como si se tratase de viejos amigos. Si se hace caso de esta línea de historia Lan se habría introducido casi a la fuerza en la oficina del líder, de quien obtuvo un frío recibimiento, limitándose el hombre a recomendarle unas cuantas lecturas.

Sin aclararse totalmente cómo inició la relación, se dice que en una ocasión Mao le regaló a la joven una entrada para la conferencia que dictaría en el instituto Marx-Lenin, a la que ella asistió puntualmente. Poco después ella hizo lo propio con Mao al obsequiarle una entrada para el teatro, asistiendo él a la función con el objetivo de encontrarse con aquella muchachita que seguramente lo desconcertaba y lo atraía al mismo tiempo, aplaudiendo el caballero tan fuerte la actuación de ella, que su esposa por aquel entonces, He Zhizen, ardió en cólera.

Lo cierto es que poco a poco los dos comenzaron a ser vistos en público ante la mirada reprobadora del Partido, que consideraba poco adecuada la conducta de Mao para con la heroína revolucionaria Zhizen, mientras que su nueva conquista tenía un escabroso pasado como actriz en Shanghai, y para colmo de males había sido apresada por los nacionalistas, renegando ella, según los informes, de su condición de comunista para librarse del trance.

La relación de Lan Ping y Mao Zedong no tardó en ser abiertamente rechazada tanto por los altos mandos del Partido como por la gente común. De este modo, recibió cartas por ejemplo del jefe oficial del Partido, Lo Fu, y tuvo que enfrentar una huelga de los estudiantes de la escuela pública de Shaanzi. Ante las presiones –y después de haber amenazado con regresar a su aldea para regresar al anonimato, abandonando la bandera de la revolución si no lo dejaban en paz- el líder comunista dijo: “¡Me casaré mañana mismo! ¡Que la gente se ocupe de sus propios asuntos!”, de modo que organizó un pequeño banquete en el que no hubo ninguna ceremonia, y con ello la actriz quedó por fin instalada como su esposa oficial, siendo sin embargo condicionada por el Partido –para dar su aprobación al enlace a abandonar por 30 años cualquier actividad artística o política, para dedicarse por completo al cuidado de su flamante esposo, quien había llegado a decir que sin el amor de aquella mujer no podría continuar con la revolución.

Para entonces Lan Ping era una mujer mucho más experimentada y astuta que cuando tuvo su tormentoso matrimonio con Tang Na. De esta forma, se cuidó mucho al principio de criticar o exigir cualquier cosa a su marido, con quien vivía en la colina del Fénix en una caverna de tres habitaciones en Yang Jialin. Asimismo, a Mao le pareció oportuno que su mujer tomara un nuevo nombre, más adecuado a su nuevo rol, eligiendo Jiang King –o Jiang Qing– (Rio Verde).

No obstante, no todo era miel sobre hojuelas en el nuevo matrimonio ya que, cuando ella enfermó de tuberculosis, su “amoroso” cónyuge tuvo a bien enviarla durante tres meses a un ejercicio en el campo en el que debía sobrevivir, junto con un grupo de comunistas, en condiciones climáticas terribles, siendo el clímax del desafío el conseguir la comida suficiente para sobrevivir por sus propios medios. Sin dejarse abatir por su condición, Jiang Qing superó la prueba en el desierto de Nanniwan.

El fuerte carácter de Jiang se fue consolidando en su hogar poco a poco y cuando nació su primera hija con Mao, Li Na, el temor reverencial que sentía por su esposo desapareció, y entonces el antiguo fuego de Lan Ping resurgió, volviendo con él su altanería y su espíritu posesivo. En cuanto nuestra protagonista sintió que podía hacerse aunque fuera solo con un poco del poder de su marido, comenzó a expresarle sus contundentes opiniones, a la vez que favoreció a sus amigos y despreció a sus enemigos. Pronto esta nueva faceta de la “dócil” esposa llevó a la pareja a tener violentos enfrentamientos verbales, incluso en presencia de terceros. Esto no sorprende si se toma en cuenta de que cada vez la complicada personalidad de Jiang se mostraba con mayor frecuencia y de maneras más estrambóticas.

Resulta que nuestra revolucionaria olvidaba sus “justos” ideales en cuanto ponía un pie en su casa, por lo que a sus pobres criadas las trataba como esclavas. De esta manera –y recordando un poco a la temible Erzsébet Báthory– lavarle el cabello, por ejemplo, era una tarea de alto riesgo, ya que Jiang enfurecía si su empleada no lo hacía perfectamente. Por otra parte, no dudaba un segundo en lanzar acusaciones insensatas y peligrosas en cuanto se imaginaba cualquier amenaza. Una de las víctimas de esta nueva Jiang Qing fue la niñera de su hija, a quien en 1943 acusó formalmente de intento de homicidio, habiendo comenzado la esposa de Mao a vociferar: “¡Has venido aquí armada con veneno! ¡Confiésalo!” a la aterrorizada chiquilla que la servía. El resultado de este episodio fue que, gracias a que la señora Mao tenía un mal estomacal que le provocó diarrea, sin tardanza su retorcida lógica le indicó que la pobre muchachita había tratado de asesinarlos a ella y a su brillante marido, por lo que ordenó que la joven fuera enviada a la prisión del Jardín de los Dátiles, donde la inocente sirvienta tuvo que repetir hasta el cansancio que había obtenido la leche de la propia vaca de los Mao, y que no había adicionado ninguna otra sustancia al vaso de sus patrones. Nueve meses tardaron en creerle.

Jian Qing y Mao Zedong estaban ambos ya muy próximos a alcanzar sus objetivos, pero para hacerse con el control total de China aún faltaba vencer a Chiang Kaishek, el líder del Partido Nacionalista e instalarse establemente como líderes incontestables de un Estado comunista, pero de esto hablaremos con más detenimiento en la conclusión de esta serie de artículos la próxima entrega.

 

FUENTES:

“Madame Mao”. Aut. Ross Terrill. Javier Vergara Editor. Argentina, 1984.

 “Las mujeres de los dictadores”. Aut. Diane Ducret. Ed. Aguilar. México, 2012.


La voluble y caprichosa ambición del poder: Madame Mao III

29 May 2014

Lan Ping

Lan Ping

Parte III

Por: Patricia Díaz Terés

Las pasiones son como los vientos, que son necesarios para dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de huracanes”.

Bernard Le Bouvier de Fontenelle 

Li Yunhe, era una mujer caprichosa, irreflexiva y voluntariosa. Apasionada actriz que recién había descubierto los atractivos brillos de la política, la joven se embarcó en una aventura en la que lograría mezclar las dos actividades por el resto de su vida, de modo que en innumerables ocasiones utilizó, por ejemplo, sus histriónicos dotes para salir de algún resquicio en el que sus rebeldes actividades clandestinas la habían metido, logrando escapar de los nacionalistas a fuerza de representar a una dulcísima damisela o a una fiera aulladora, según requiriese el guardia con intenciones de apresarla. Tales prácticas, sin embargo, no la salvaron el día en que, en 1934, un joven con quien paseaba románticamente en el parque Zaofen, le dio un ejemplar de una revista extremista, Saber Mundial, mismo que ella guardó.

Habiendo sido seguido el compañero de Yunhe por la policía nacionalista, los guardias apresaron a la joven con el prohibido material, trasladándola de inmediato a una celda en la comisaría. Sobre tal episodio hay muchas versiones, siendo la de la futura madame Mao la más dramática de todas, en la que se pinta a sí misma como una heroína del comunismo que no cejó un instante en sus ocho meses de condena, y que sufrió todo tipo de vejaciones, mientras era cuidada con fervorosa devoción por sus compañeros del partido, quienes le enviaban comida y ropa, cosa curiosa para alguien que a tal fecha no estaba siquiera inscrita oficialmente en el partido –una versión un tanto más creíble indica que la chica confesó sus crímenes como le era requerido, logrando obtener su libertad tras tres meses de encierro, después de hacer una promesa sobre su comportamiento en el futuro-.

Al salir de la cárcel decidió que la política bien podía pasar a segundo plano, dedicando nuevamente la mayor parte de sus energías a su quehacer teatral, para lo cual optó, a sus veinte años, por labrarse un nuevo nombre: Lan Ping (Manzana Azul). En esta nueva faceta, la actriz seducía a los hombres con agresividad, siendo su primera víctima un jugador de futbol de nombre Li, con quien concluyó una velada consistente en una ida al cine y una cena, en el hotel Hui Zhong.

Lan Ping consiguió por fin la tan ansiada fama gracias a su papel favorito, Nora, de la obra Casa de muñecas, cuya personificación durante el estreno en el Teatro de la Ciudad Dorada fue todo un éxito, manteniéndose en cartelera durante dos meses, lo cual era extraordinario en una obra de talante izquierdista. No obstante, los críticos se decantaron tanto a su favor como en su contra, siendo de los primeros Tsui Wan-chiu y de los segundos el director Zhang Geng, quien a su vez había sido rechazado por la dama algunos años atrás y seguramente estaba expresando con tinta su amargura.

Un contrato de tres meses con el Estudio Dian Tong le significó a la floreciente histriónica una entrada segura de veinticinco yuan mensuales, estando ella empleada en producciones mediocres de tinte político, en las cuales fungía no como actriz, sino como cualquier otra cosa como costurera o personal de apoyo en el armado de las escenografías. En aquella época tuvo también un embarazoso episodio con el director Yuan Muzhi quien, después de que ella llegase ebria tras una cena con sus amigos, optó por llevar a la inconsciente muchachita a su habitación donde, después de despojarla de su blusa, tuvo a bien escribir sobre su vientre “tenga cuidado la próxima vez, ansiosa bebedora”.

Curiosamente, el atrevido caballero pasó a formar parte de su corte de admiradores, compitiendo por los favores de Lan Ping contra un crítico de arte llamado Ci Zhao, el crítico de cine Tang Na y otro hombre, Zhou Boxun. Sin tener particular afición por ninguno de los candidatos, Lan se inclinó por Tang, quien le resultaba el menos intolerable de todos, trasladándose eventualmente a la residencia del novio. Al enterarse del fallo final de la dramática situación, los galanes rechazados no tomaron bien la noticia, siendo así que Yuan trató de incendiarse a sí mismo, Zi Zhao se dedicó a la bebida durante toda una noche y Zhou se internó en un burdel por tres días.

Las Mansiones de Arden se convirtieron pues en el escenario del tormentoso romance entre Tang Na y Lan Ping, quienes convivieron en perfecta armonía durante brevísimo tiempo, para luego dar lugar a violentas escenas en las que los celos y las recriminaciones formaban parte cotidiana de la orden del día. Sin embargo, fue este hombre quien enseñó a Lan las virtudes de la cultura occidental, presentándole a los primeros europeos que conoció en su vida, a la vez que la introdujo en el mundo del arte, el cine y la literatura de tal inclinación al haber sido él mismo educado en la universidad Saint John.

La pareja decidió que compartir un mismo espacio era nocivo para su relación, por lo que la dama alquiló un cuarto en una casa de la Concesión Internacional, en donde sus derroches de dinero la llevaron nuevamente a padecer hambre, situación que era en ocasiones paliada por una amable vecina de nombre Ai Jui, quien le conseguía fruta y otros alimentos, los cuales eran “generosamente” retribuidos por la inconsciente actriz con fotografías de sí misma en el escenario, pago que ella consideraba equitativo por las atenciones de su amiga.

Después de un episodio en el que Tang Na amenazó con suicidarse si Lan Ping lo abandonaba, y después de que ella recobrase la salud perdida en casa de la familia de su “amado”, la pareja no encontró mejor opción para restablecer sus diferencias que contraer matrimonio (!) en una triple ceremonia en la que las otras parejas contrayentes eran Zhao Dan –director de Casa de muñecas– y la actriz Yi Louxi; y el director Gu Eryi y la también actriz Du Lulu, llevándose a cabo el evento en la Pagoda de las Armonías.

Ahora bien, tanto Tang como Lan tenían espíritus excesivamente libres, por lo que no consideraban necesario hacer sus afectos exclusivos el uno del otro, tomando ambos diversos amantes durante su relación, cuestión que, invariablemente, era objeto de violentas discusiones. Siendo los dos personajes propensos al melodrama, de manera intermitente se pusieron en jaque mutuamente, él con constantes amenazas de suicidio –que llegaron a tentativas en una ingesta excesiva de somníferos y un lanzamiento al río Whangpu-, y ella exponiendo apasionadamente sus crueles sufrimientos a la menor provocación, protagonizando ambos con demasiada frecuencia escenas dignas de una telenovela.

Cuando finalmente Lan Ping logró terminar la relación con Tang Na, decidió, después de un breve tiempo, alejarse, tomando un tren que la llevó a la provincia de Xian a finales de 1937. Dos bultos con sus pertenencias y un bolso con sus nimios ahorros eran su única compañía cuando se apersonó en la Oficina de Enlace del Octavo Ejército de Ruta de los comunistas, donde le dieron alojamiento y encontró a la que había sido su guía política en Shanghai, la nada agraciada hermana Xu.

La nueva vida de Lan Ping la llevó a prescindir de las costosas y llamativas ropas de que gustaba, orillándola a utilizar un soso uniforme gris, que sin embargo, su vanidad le impedía llevar como si fuese cualquiera, de modo que agregó a los pantalones unisex un cinturón de lienzo, así como cintas azules en su largo cabello que peinaba en dos coletas.

Dándose muy pronto cuenta de que la actitud altanera que había utilizado en Shanghai en Xian la llevaría a la ruina, la astuta dama cambió de estrategia, atacándose a sí misma en cualquier conversación. De este modo surge una nueva y “humilde” Lan Ping, aquella que en breve cautivaría al gran caudillo Mao Zedong, historia que trataremos en la próxima entrega de esta columna.

 

FUENTES:

“Madame Mao”. Aut. Ross Terrill. Javier Vergara Editor. Argentina, 1984.

 “Las mujeres de los dictadores”. Aut. Diane Ducret. Ed. Aguilar. México, 2012.


La voluble y caprichosa ambición del poder: Madame Mao II

19 May 2014

Yunhe

Yunhe

Parte II

Por: Patricia Díaz Terés

La vanidad hace siempre traición a nuestra prudencia y aun a nuestro interés”.

Jacinto Benavente

Li Yunhe, mejor conocida como Conejito en la Academia de Artes Experimentales, demostró su gusto por el desafío a las costumbres y reglas –incluso a la autoridad y en su propio detrimento – una vez más –pues en la escuela se había desatado los pies, en contra de la tradición, ganándose el apodo de Pies Liberados-, cuando, a sabiendas que era su hermoso cabello lo que le había permitido entrar en la compañía teatral de la institución, decide cortarlo para horror del director del grupo.

Sin embargo, para entonces la chica había logrado ya su objetivo y su insubordinación no fue castigada con una expulsión, de manera que, Yunhe pudo estudiar piezas teatrales antifeudales y tener contacto con los libros extranjeros, en los cuales aprendió sobre la individualidad de la persona; sin que le interesaran lo más mínimo los estrictos campos de las ciencias naturales o sociales. A ella la llamaba el escenario. A ella la llamaban las brillantes luces que destacarían su inolvidable actuación.

Pero antes de ver sus sueños hechos realidad, a la muchachita todavía le costaría bastante trabajo demostrar su valía, de modo que en ocasiones aceptó retos tácitos con tal de exhibir su coraje y determinación. Tal fue el caso de la estatua de Confucio. Resulta que en la academia estaba ubicada en la entrada una gran estatua del filósofo, misma que causaba terror a los estudiantes, particularmente por las noches, habiendo surgido con el tiempo un reto según el cual aquel que le quitase –a la media noche- al monumento un tocado que adornaba su cabeza, sería merecedor de un premio especial. Fue, por supuesto, nuestra obstinada protagonista quien logró completar la misión, para sorpresa de todos.

Durante un año la novel actriz interpretó papeles sencillos de mujeres maduras y graves, hasta que su carrera fue truncada por el cierre de la Academia en 1930, debido al retiro del subsidio. Sin un lugar específico al cual dirigirse, se unió a su amigo Wang Tingshu, viajando ambos a Pekín en busca de su antiguo profesor Wang Bosheng, cuya labor en el ámbito de la ópera pekinesa no pudo aceptar por mucho tiempo el trabajo deficiente de Yunhe.

Por aquella época también tuvo ella su primera aventura amorosa, la cual terminó en la unión formal con un joven comerciante de nombre Fei. Habiéndose el caballero infatuado con la hermosa cantante-actriz, este no tardó en proponerle matrimonio, mismo que ella acepta -sin compartir el apasionado amor de su galán-, considerándolo un tanto ventajoso. Sin embargo, la ambición probó no ser suficiente en las cuestiones del corazón, y el carácter indómito de ella chocó de frente con los sueños del muchacho de encontrar en su cónyuge una sumisa ama de casa que se atuviera a sus decisiones, de tal suerte que las peleas comenzaron pronto y el enlace fue roto en pocos meses con un acuerdo de “divorcio incondicional”, que devolvía a Yunhe su libertad absoluta.

Buscando opciones para continuar su carrera artística, la recién liberada emprendió camino hacia Kingdao, donde pretendía encontrar a Zhao Taimou, exdirector de la Academia de Artes Experimentales, que para entonces era decano en una universidad. La joven llegó pues a la oficina del académico con la intención de obtener su apoyo, siendo fríamente recibida por él. Ella rogó, suplicó y hasta lloró en la entrevista, sin lograr, sin embargo, conmover el ánimo de su interlocutor quien se limitó a ofrecerle un humilde dormitorio para que no se quedara en la calle.

Habiendo sido durante toda su vida una mujer de ingeniosos recursos, Yunhe decidió atacar la cuestión por un frente distinto, aproximándose entonces a la esposa de Zhao, quien, impresionada con su historia, ejerció su influencia sobre su amado logrando que este diera a la chica un sencillo empleo en la biblioteca universitaria, en la cual ella debería escribir las tarjetas de los préstamos de los libros. Asimismo, esta posición le permitió acudir a diversos cursos de literatura y redacción, impartidos por profesores de izquierda que habían realizado sus estudios en los Estados Unidos.

Para entonces Li Yunhe era una encantadora mujer, pero también demasiado voluble en su carácter, lo cual provocó que se granjeara amistades y enemistades por igual, sin reflexionar ella los obstáculos que podrían significar estas últimas en su futuro, incluyendo estas dificultades a varios de sus profesores como el novelista Yang Zhensheng quien la humilló y el director de teatro Zhao Binge quien la consideraba una tonta en todo lo concerniente a la política –no era tonta, sino ignorante, pues no conocía siquiera la diferencia entre el Partido Comunista y el Partido Nacionalista-. No obstante, estas opiniones no alejaron a la muchachita de tal ámbito, al cual poco a poco se fue introduciendo gracias a Yu Shan y su hermano menor Yu Kiwei –líder del Frente Cultural Comunista clandestino de Kingdao-, con quien pronto comenzó un idilio que terminó convirtiéndose en un “matrimonio moderno” (1931) en el cual compartían vivienda, sin mediar ningún documento de por medio.

Teniendo en su haber de creación literaria algunos poemas -e incluso una que otra obra literaria-, pero sobre todo una gran disposición para el aprendizaje, su marido de facto consigue que sea admitida en la Liga de Izquierda de la Gente de Teatro y la Liga de Escritores de Izquierda, haciéndose miembro oficial del Partido Comunista de China en febrero de 1933.

El destino quiso que el amante de Yunhe fuese aprendido por los nacionalistas, hecho que trastornó “profundamente” a la dama quien, sin embargo, no tuvo a bien esperar a la liberación de su “adorado”, pues ya estaba bastante aburrida de ser la acompañante de un político de segundo orden.

El teatro y la política comenzaron a ser el centro de la vida de la joven cuando se trasladó a Shanghai, por lo que pasaba gran parte de su tiempo en la Universidad de Shanghai y en los cafés bohemios, donde se relacionaba con personas que compartían sus ideales, pero en un ambiente informal. Al mismo tiempo, una mujer que fue su «mentora» en la Liga de la Juventud Comunista, Xu Yiyong, le ayudó a conseguir un trabajo como maestra de gramática básica y educación general en una escuela para obreras (otoño de 1933), las cuales, según la nueva maestra, olían mal y ponían escaso entusiasmo en la labor de aprendizaje, lo cual era totalmente comprensible después de las largas jornadas que tenían que soportar en las fábricas.

Ya para este periodo Li Yunhe podía considerarse a sí misma una privilegiada, ya que era capaz de pagar ropas de estilo occidental, acorde con su papel de intelectual; mientras que disfrutaba de una habitación propia, teniendo el resto de sus compañeras que hacinarse en los deprimentes galerones del edificio de estilo británico perteneciente a la Asociación Cristiana de Jóvenes, a la cual a su vez estaba adscrita la institución educativa donde la chica comunista impartía sus lecciones.

Ahora bien, en este periodo destaca cómo la muchacha tenía un poco desviadas sus prioridades, ya que en lugar de apartar el dinero necesario para cubrir sus necesidades básicas de vivienda, transporte y comida, se compraba caros maquillajes y lindas prendas -además de asistir a costosos espectáculos teatrales-, las cuales presumía en ocasiones en lujosos restaurantes, para después regresar sin un centavo en el bolsillo a padecer hambre el resto de la semana. Estas acciones un tanto autodestructivas, la llevaron eventualmente a brincar de casa en casa para pasar breves temporadas, causando innumerables inconvenientes a sus acomedidos compañeros.

Pero todas las dificultades no mermaron el ánimo de Yunhe, quien se lanzaría a la aventura en la actuación profesional cinematográfica, de lo cual hablaremos más extensamente en la próxima entrega.

 

FUENTES:

“Madame Mao”. Aut. Ross Terrill. Javier Vergara Editor. Argentina, 1984.

 “Las mujeres de los dictadores”. Aut. Diane Ducret. Ed. Aguilar. México, 2012.