Una musa en el convento: Sor Juana Inés de la Cruz

19 abril 2022
Sor Juana Inés de la Cruz

Parte II

Por: Patricia Díaz Terés

Arguye de inconsecuentes el gusto

y la censura de los hombres que en

las mujeres acusan lo que causan”.

Sor Juana Inés de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz, mujer de carácter agradable e inteligencia brillante, ubicó en el convento el lugar ideal para cultivar sus conocimientos. A la par de sus innumerables labores conventuales, encontró el tiempo para entregarse al estudio de sus libros y a la realización de sus experimentos científicos, pues a la par de la filosofía, la historia, la teología, la música –se sabe de una composición propia, hoy extraviada, titulada El caracol– y el arte, también dedicó sus esfuerzos a la labor concerniente a las ciencias exactas.

Tan vasto intelecto captó la atención de los sabios de la época, de manera que la celda de Juana de Asbaje se transformó en un recinto académico de élite, puesto que recibía, con permiso de su superiora, la visita de los más destacados estudiosos y artistas de su tiempo. Asimismo, se convirtió en una “escritora por encargo”, de manera que su primer soneto, Suspende Cantor Cisne el Dulce Acento, le fue encargado para el presbítero Diego de Ribera en 1668. Esta labor poco le agradaba, pero al satisfacer las necesidades literarias de las personas adineradas y poderosas, podía tener la garantía de un ambiente pacífico en el cual desarrollar sus actividades trascendentales –en este ejercicio, tanto el libre como el obligado, escribió numerosos poemas, autos sacramentales, obras teatrales, villancicos, ensayos, estudios musicales, sonetos, etc.-.

Al mismo tiempo, tuvo durante un tiempo un sostén invaluable en la amistad que la unió a los virreyes, pues sostuvo una entrañable amistad con la virreina, doña Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, quien llegó a la Nueva España con su esposo, Tomás Antonio de la Cerda y Enríquez, marqués de la Laguna en noviembre de 1680, siendo recibidos con una magnífica composición de su postrer amiga, el Fénix de América (también Fénix de México) –uno de los sobrenombres de Sor Juana-, el Arco Triunfal del Neptuno Alegórico, que fue un encargo del Cabildo de la Catedral de México y que le generó, en lo personal, problemas con su confesor, el padre Antonio Núñez de Miranda, quien consideraba la obra profana y alejada de los temas sacros que, según él, debía abordar de manera exclusiva la sapiente escritora –esto se reveló en la Carta de Monterrey o Autodefensa Espiritual (1682)-.

No obstante, este escrito le generó a Sor Juana algunos ingresos que le permitieron tanto apoyar al convento como continuar con su trabajo. Además, la simpatía creada entre la Décima Musa y los virreyes le permitió escribir obras profanas como Los empeños de una casa, representada en 1683 y Amor es más laberinto, en 1689, en la cual trabajó con Juan de Guevara, pieza con la que se celebró el cumpleaños del nuevo virrey Gaspar de la Cerda, conde de Galve.

Pero la obra de Juana Inés logró traspasar los límites de su celda gracias a la ayuda de “Lysi”, cariñoso apelativo con el cual la monja se refiere a la virreina en su correspondencia, quien a su vuelta al Viejo Mundo se empeñó en la publicación de la obra de su amiga en España, logrando una exquisita edición, por parte de Juan García Infanzón, 1689, cuyo primer volumen se tituló Inundación Castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz, obra que fue leída a lo largo y ancho del mundo conocido –también, en el mismo año, se representó en Madrid, gracias a la misma patrocinadora, la pieza teatral de sor Juana El divino Narciso-, de modo que los talentos de Sor Juana fueron reconocidos por los lectores, como ya habían sido detectados por intelectuales como Carlos de Sigüenza y Góngora, quien en su Teatro de las virtudes (1680) destacó la “capacidad en la enciclopedia y la universalidad en las letras” de la religiosa dama. En tal sentido se publicaron posteriormente otros dos volúmenes con los escritos de Inés: Segundo volumen de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700).

No obstante, tales luces proyectan sombras equivalentes en forma de envidias y temores, por lo que Sor Juana fue también víctima de personas que no veían con buenos ojos el desarrollo intelectual de las féminas por considerarlas como seres inferiores, como fue el caso del obispo de México, Francisco Aguiar y Seijas, nombrado tal en 1681. Tan aversivo personaje tuvo su oportunidad de oro para atacar a la filósofa cuando, sin el consentimiento de su autora –y con el presunto objetivo de molestar a Aguiar (aunque la rivalidad de los eclesiásticos ha sido ampliamente difundida, no se cuentan con pruebas fehacientes sobre la misma, como lo recalcan investigadores como Emmanuel Michel Flores Sosa y Wendy Morales Prado)-, el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz y Sahagún, decidió publicar la Carta Athenagórica –escrito encargado a la religiosa por el propio obispo de Puebla, cuyo título hace referencia directa a la sabiduría de Atenea-, una crítica que hizo Sor Juana sobre el sermón de Mandato que había escrito un predicador jesuita portugués llamado Antonio de Vieira, quien era sujeto de admiración para Aguiar y Seijas.

Quedando atrapada en el fuego cruzado entre los dos altos clérigos, fue el Fénix de América quien fue atravesado por las flechas en innecesario y doble sacrificio ya que, ante la colérica reacción del obispo de México, el poco leal obispo de Puebla refutó el escrito de Juana en un documento lleno de censuras y ataduras disfrazadas de consejos, que cobardemente firmó con el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, de tal suerte que la Carta fue catalogada como obra “herética en contenido y bárbara en su forma”, afirmación que era, sin duda, una barbaridad en sí misma.

            Tal injusticia hizo que la escritora que vivía en Juana se inspirase por lo más alto, por lo que la monja decidió refutar el escrito de De Santa Cruz con su magnífica Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, considerada por muchos como obra máxima de la escritora novohispana, quien hizo trizas los argumentos del sacerdote atacante, convirtiéndose así en la autora más ilustre del Siglo de Oro en la Nueva España, compartiendo crédito con su buen amigo De Sigüenza y Góngora. Asimismo, la dama tuvo también defensores como el Dr. Juan Ignacio de Castorena y Ursúa, rector de la Universidad de México y otros, que no fueron muy afortunados, pues, debido a su apoyo a la Musa, se vieron perseguidos nada más y nada menos que por el Santo Oficio, como fue el caso del predicador valenciano Félix Xavier Palavicino, quien elogiaba a Juana en su sermón La Fineza Mayor (1691), alabanza cuyo precio fue su destitución como sacerdote.

            Y aunque la Inquisición no inició proceso formal contra sor Juana, sus detractores y opresores encontraron la forma de someterla. Ya fuese con amenazas sobre la condenación eterna de su alma o alguna otra persuasión espiritual o intelectual, lo cierto es que, eventualmente, tras una etapa en la que las supersticiones estuvieron a la orden del día tras un periodo en el cual se sufrieron hambrunas, epidemias, sequías y dos eclipses solares, en 1691 se decidió que debía erradicarse todo rastro de profanidad en las actuaciones sociales, de manera que fueron prohibidas todas las representaciones teatrales.

Así, sin que se conozca con certeza la causa, Sor Juana Inés de la Cruz decidió rendir todos sus instrumentos, escritos y libros –tenía más de cuatro mil volúmenes- al infame Aguiar y Seijas, mientras rogó al estricto padre Núñez que volviese a ser su confesor, abandonando su escritura en 1692 y renovando sus votos en 1694.

Y aunque tal fue el final de la Musa, no fue el final de la monja, pues, al verse privada de sus actividades intelectuales, la recluida poetisa se volcó con devoción a sus deberes conventuales –su afán penitente pudo haber sido reflejado en las últimas palabras de su testamento: “Yo, la peor de todas”-, realizando una labor ejemplar durante una epidemia que azotó la capital novohispana, al tiempo que al convento, realizando ella labores paliativas para sus hermanas, las cuales resultaron en su propio contagio que la llevó a la muerte el 17 de abril de 1695, de modo que sus restos fueron enterrados bajo el coro del templo de San Jerónimo, donde hoy se encuentra la Universidad del Claustro de Sor Juana.

Musa conocida por toda persona que haya tenido en sus manos un antiguo billete mexicano de 1000 pesos o uno actual de 100 o 200 pesos –el impulso de la figura de Sor Juana fue recuperado gracias a su biografía publicada por Amado Nervo en 1910- . De tal forma esta magnífica mujer ha sido retratada por grandes artistas –todas imágenes póstumas- como Juan Miranda, Antonio Ponz, Antonio Tenorio y Miguel Cabrera, mientras que en fechas más recientes (1980) ha sido Jorge Sánchez Hernández quien elaboró una interesante serie de pinturas que retratan diversos momentos en la vida de la Décima Musa.

Por su parte, el séptimo arte también ha rendido homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz a través de diversos filmes, teniéndose así el largometraje que lleva el nombre de la escritora dirigido por Ramón Peón en 1935; el documental Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1988) dirigido por Nicolás Echeverría y cuyo guion fue escrito por el premio nobel Octavio Paz, basándose en su propio ensayo homónimo escrito en 1982. Siguiendo con la ficción encontramos el filme argentino Yo, la peor de todas (1990), que se centra en los últimos años del Fénix de México y fue escrita y dirigida por María Luisa Bemberg; mientras que en un intento por acercar a los jóvenes a la figura de la más grande escritora del barroco mexicano se realizaron la cinta Las pasiones de Sor Juana (España, 2004) de Antonio García Molina y la serie María Inés (México, 2016), dirigida por Patricia Arriaga Jordán y Emilio Maillé, cuya producción corrió originalmente a cargo de Canal Once para aterrizar temporalmente en la plataforma Netflix, en la cual tuvo un éxito considerable.

Religiosa criticada, poetisa alabada, filósofa reconocida y mujer velada, así se nos presenta la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, una dama que rompió con los estándares de su época para trascender en el tiempo a través de lo que más amaba: las letras y las ideas.

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Referencias:

“Obras escogidas”. Aut. Sor Juana Inés de la Cruz. Editorial Bruguera S.A. España, 1972.   

“Sor Juana Inés de la Cruz. Ensayo de Psicología y de estimación del sentido de su obra y su vida para la historia de la cultura y de la formación de México”. Aut. Ezequiel A. Chávez. Ed. Porrúa. México, 2001.   

“Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe”. Aut. Octavio Paz. Ed. Planeta. México, 2005. 

“Genio y figura de sor Juana Inés de la Cruz”. Aut. Ramón Xirau. El Colegio Nacional. Universidad Nacional Autónoma de México. México 1997.

 “Sor Juana Inés de la Cruz, exponente literario y educativo del Siglo de Oro Español”. Aut. Alberto López. www.elpais.com, 13 de noviembre 2017.

“Sor Juana Inés de la Cruz”. Aut. Rocío Oviedo Pérez de Tudela. Real Academia de la Historia. wwwdbe.rahg.es.

“Sor Juana Inés de la Cruz, la monja literata que defendió que las mujeres pudieran estudiar”. Aut. María Vila www.abc.es, 12 de agosto 2018.

 “Conoce más sobre Sor Juana Inés de la Cruz”. Aut. Lourdes Aguilar Salas www.gob.mx, abril 2020.

 “Sor Juana Inés de la Cruz cultivó la poesía, la lírica, el teatro y la prosa” www.inba.gob.mx. 11 de noviembre 2020.

 “Sor Juana Inés de la Cruz también tiene legado en la pantalla”. www.procine.cdmx.gob.mx. 12 de noviembre 2021

“Sor Juana Inés de la Cruz”. http://www.banxico.org.mx.   

“Sor Juana Inés de la Cruz” http://www.biografiasyvidas.com

“Sor Juana Inés de la Cruz” www.elem.mx

“Sor Juana Inés de la Cruz: biografía de 1648-1695” http://www.mexicodesconocido.com.mx


Del paraíso de la ilusión al abismo de la traición: Dante Alighieri I

11 abril 2015

Dante Alighieri

Dante Alighieri

Parte I

Por: Patricia Díaz Terés

El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene”.

Blaise Pascal

Conocido como uno de los más grandes poetas de todos los tiempos por haber realizado una literaria travesía, de la mano de Virgilio[i], desde lo más profundo del infierno hasta el mismísimo cielo, Dante Alighieri se nos presenta en la Italia medieval como un sabio de gran envergadura y diversos intereses.

Corría el siglo XIII, cuando la ciudad de Florencia precisamente en el año 1265, vio nacer a quien es recordado hasta hoy por haber escrito una de las más grandes obras de la literatura universal, la Divina Comedia. El padre del poeta -cuyo nombre original fue Durante Alighieri-, era el comerciante –se habla también de que era una especie de prestamista- Alighiero di Bellincione, quien quiso dar a su familia un estatus aventajado contrayendo matrimonio con una dama noble llamada Bella degli Abati. Sin embargo poco fue el tiempo que tuvo el pequeño Dante para convivir con su madre, pues ella falleció a los cinco años de haber nacido él, quedando la educación del infante en manos de diversos preceptores hasta que llegó a las manos de dos importantes poetas, Guittone d’Arezzo y Bonagiunta Orbicciani, que fueron los responsables de haber abierto al chico las puertas de la literatura griega y romana.

En la vida de Dante se muestran algunos hechos que marcaron de forma definitiva su existencia, siendo uno de ellos su encuentro con la bellísima Beatriz. De acuerdo con el propio literato florentino, él vio por primera vez a la doncellita de sus sueños a la escasa edad de nueve años, en un bello día primaveral de mayo de 1274, cuando la observó paseando a orillas del río Arno, según relata él en su autobiografía La vita nuova. La pequeña era hija de un acaudalado caballero conocido como Folco Portiniari, y su encanto o belleza, o tal vez ambas, cautivaron a Alighieri a tal grado que el recuerdo se grabó a fuego en su memoria, de modo que el varón no pudo amar nunca a ninguna otra mujer como a ella, a pesar de que no cruzaron palabra alguna.

La mente y el corazón del muchacho se encargaron de formar para ella una personalidad sublime, convirtiéndose en su donna angelicata, mas no en el objeto de un amor pasional. La celestial criaturita le sirvió entonces como guía, aunque ciertamente la personalidad imaginada de la damisela había sido producto de la adoración que por ella sentía el incipiente escritor. De este modo, el joven no volvió a ver a su amada sino hasta una década después, ya que ella había contraído matrimonio con el banquero Simone dei Bardi. Mas pronto la suerte se decidió definitivamente a zanjar por completo las ilusiones de Dante, pues ella abandonó este mundo a los veinticuatro años en 1290.

Por otro lado, el entorno de tan peculiar y unilateral idilio distó mucho de ser pacífico. En el siglo XIII Florencia se vio inmersa en conflictos políticos de gran envergadura que afectaron directamente al poeta y a su familia. El origen de los problemas puede situarse en la lucha que se sostenía por el trono del Sacro Imperio Romano Germánico, por el cual competían los duques de Baviera de la casa de Welf (de ahí que fueran luego conocidos como güelfos) y los Hohenstaufen, duques de Suabia que tenían su asentamiento en Waibling, Franconia (de tal ubicación derivó el que se les llamara gibelinos). El núcleo de la disputa se redujo después a un elemento simple pero definitivo: los güelfos defendían la supremacía de la Iglesia frente al emperador, mientras que los gibelinos defendían exactamente lo opuesto, dando preferencia al dueño de la Corona.

Ahora bien, esta situación no se limitó solo a un territorio, resultando afectadas las ciudades de Florencia, Milán, Mantua, Bolonia, Génova, Rímini y Perugia, que se decantaron por el Papa, mientras que Módena, Arezzo, Siena y Pisa se colocaron a favor del emperador. Asimismo, la confrontación fue haciéndose también local, enfrentándose güelfos y gibelinos incluso por las municipalidades, y subdividiéndose las facciones en lugares como Florencia, donde aparecieron los güelfos blancos capitaneados por la familia Cerchi, quienes aceptaban las demandas de las clases populares por participar en la vida política florentina, deseando el acercamiento del papado y el Imperio; mientras que los güelfos negros, al mando de Corso Donati, proclamaban la supremacía de los nobles y el papado, denostando al emperador.

Por su parte Dante trató en la medida de lo posible de dedicarse a sus estudios, contrayendo además matrimonio con Gemma di Manetto Donati en 1285 –también aparece el año como 1295-. Sin embargo la situación política y el reconocimiento de su privilegiada inteligencia por parte de cuantos le rodeaban le valieron el que se viera inmiscuido en las cuestiones políticas, primero participando como militar activo en la caballería durante la batalla de Campoldino, en la cual fueron derrotados los gibelinos pasando a ser elegido como parte del Consejo especial del pueblo, para lo cual tuvo previamente que inscribirse en un gremio reconocido, eligiendo Alighieri el de los Médicos y Boticarios en 1295, aproximadamente. En estas actividades se destacó por intervenir activamente en la estructuración de una nueva forma para elegir al gobierno local. Igualmente en 1296 formó parte del Consejo de Ciento y posteriormente en 1300 fue elegido como embajador en San Gimignano, a donde acudió con la finalidad de conseguir partidarios para los güelfos. Además, en los meses de junio a agosto de ese mismo año fue nombrado como uno de los seis priores que detentaban formalmente el gobierno de Florencia, conociéndose por entonces la preferencia de Dante por los güelfos blancos. No obstante, tan moderada era su predilección que el caballero no dudó al momento de expulsar de la ciudad a las cabezas de ambos bandos, entre los que iba Guido Cava Cavalcanti, un poeta acusado de provocar una serie de disturbios.

Sin embargo, a pesar de pertenecer al bando que favorecía al pontificado, Alighieri estaba consciente de que las ambiciones del papa Bonifacio VIII podían derivar en perjuicios para su ciudad, de ahí que le tomara cierta animadversión al enviado del Vaticano, Matteo d’Acquasparta, actitud que casi le valió la excomunión. En este sentido, en junio de 1301 el escritor propuso que no se ayudase militarmente al Papa, pero su propuesta fue rápidamente desechada. En tal escenario, el líder de la Iglesia católica envió al territorio florentino a Carlos de Valois, quien en realidad tenía la misión de prestar todo el apoyo a los güelfos negros para lograr la sumisión total de Florencia a la voluntad de Roma. Esta posición alteró a los políticos florentinos, quienes armaron una embajada que acudió a la Ciudad Eterna para averiguar las verdaderas intenciones de Bonifacio. Entre los enviados acudió Dante Alighieri, y de ello se arrepentiría el sabio poeta durante el resto de su vida.

Duras traiciones, exilio y un viaje hasta el séptimo círculo del infierno faltan por relatar en la vida de Dante Alighieri, pero de todo ello hablaremos con más detenimiento en la próxima entrega de esta columna.

 

FUENTES:

“Un hombre de su tiempo, Dante”. Aut. Sergio Raveggi. Revista El mundo medieval no. 17. España. Marzo 2004.

“Dante y su infierno”. Aut. María Pilar Queralt del Hierro. Revista Historia y Vida no. 505.

[i] Poeta romano.


La soledad del talento: Emily Dickinson

21 julio 2014

Emily Dickinson

Emily Dickinson

Por: Patricia Díaz Terés

Jamás hallé compañera más sociable que la soledad”.

Henry David Thoreau

Rumores y leyendas se levantan comúnmente alrededor de aquellos personajes que han dejado su huella en la historia, sin importar si durante sus vidas experimentaron las más trepidantes y sórdidas aventuras, o bien tuvieron una existencia austera y discreta. Teniendo por lo regular todos los famosos escritores alguna peculiaridad dentro de su personalidad, no fue excepción la poetisa norteamericana Emily Dickinson.

En Amherst, Massachusetts decidieron instalarse en 1813 Samuel Fowler Dickinson y Lucretia Gunn Dickinson, siendo él uno de los fundadores del prestigiado Amherst College, y construyendo la pareja para tal efecto la casa que nombraron Homestead.

En esta misma ciudad su hijo, Edward Dickinson, contrajo a su vez nupcias con Emily Norcross. Tratándose de un lugar en donde el puritanismo era pan de todos los días, Edward fue formado como un hombre severo y tradicional que eventualmente se convirtió en juez de Amherst, luego en senador del estado y posteriormente llegó a representar a Massachusetts en el Congreso de Washington. Así, estando la formación de una familia dentro del esquema prioritario del abogado, la pareja tuvo tres hijos: William Austin Dickinson, Lavinia Norcross Dickinson y la escritora Emily Dickinson.

Siendo la segunda en nacer, Emily vino al mundo un 10 de diciembre de 1830, exhibiendo desde pequeña un espíritu sensible, pero también una voluntad propia y determinada. Tras haber sido educada con esmero en casa, en 1840 fue inscrita por sus progenitores en la Academia de Amherst, una escuela que había vedado la entrada a todas las féminas hasta tan solo un par de años antes. Ahí la chiquilla pudo alimentar su alma y su mente, convirtiéndose en una alumna aventajada, particularmente en cualquier materia que tuviese relación con las letras, complementándose su educación con el aprendizaje tanto del griego como del latín.

Siete años pasó la chica en aquel lugar, para después ser trasladada al Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount Holyoke, un lugar que centraba sus enseñanzas en la religión, y donde el padre de Emily esperaba que a su hija se le despejara la mente de sus “alocadas” ideas y regresara al camino del bien, para ser una señorita dócil y obediente que concentrase su capacidad intelectual en temas sacros. Nada más lejos del carácter de la damisela.

Fascinando a la joven disciplinas tan distintas como la botánica y la música, disfrutaba enormemente el tiempo que podía disponer en su jardín o tocando el piano, aunque su verdadera pasión era escribir poemas, cosa que hacía en cuanto pedazo de papel se cruzaba por su camino. Así, nada sentó peor a su ánimo que la restrictiva escuela para señoritas, saliendo la muchacha de la misma tras un semestre debido a que su cuerpo se rebeló y cayó enferma. Nunca regresaría a tal lugar.

Ahora bien, según las descripciones que se tienen de Emily era una dama frágil y tímida, que tenía un miedo casi patológico al contacto social; sin embargo, su determinación en otros aspectos nos hace pensar que la chica, si bien pudo haber sido introvertida, tenía un espíritu libre que la impulsaba a alejarse de las convenciones sociales. De igual manera, su marcado desarrollo intelectual fue lo que probablemente la llevó a tratar de entablar relaciones románticas con hombres mucho mayores que ella.

Ante el disgusto de su padre, su primer amor fue probablemente Benjamin F. Newton, que le llevaba diez años y para colmo de males era colega del distinguido Edward Dickinson. Viendo un peligro inminente en la amistad entre su compañero y Emily, seguramente Mr. Dickinson tomó cartas en el asunto, pues Benjamin decidió irse de la ciudad y contraer matrimonio con otra mujer, sin cesar sin embargo su contacto con la incipiente escritora, a quien la pena embargó de manera terrible cuando su amor imposible falleció a causa de la tuberculosis un par de años después de su partida, en 1853.

Para 1854 –año en que Emily viajó con su familia a Washington para apoyar la carrera política de su padre- encontró “solaz” para su alma en otro amor prohibido, el reverendo Charles Wadsworth, quien no solo le llevaba 16 años, sino que además era un hombre casado. Siguiendo el patrón de Newton, Wadsworth también optó por poner tierra de por medio y en 1861 se fue con su familia a San Francisco, perdiéndose su rastro para Emily. Siendo una mujer con una paciencia y una tozudez infinitas, logró dar de nuevo con su adorado en 1870, comenzando una relación epistolar que culminó en un encuentro diez años después, en 1880. Nuevamente, al igual que en el caso de Benjamin, Charles falleció dos años después.

Otro hombre que se vincula al corazón de Dickinson es Otis Lord, un juez –y compañero de estudios (!) de su padre- con quien se dice que sostuvo un apasionado romance cuando el hombre quedó viudo. Al parecer en este caso sí hubo intenciones de contraer matrimonio, pero por alguna razón este no se concretó, de modo que la relación entre ambos continuó hasta la muerte del varón en 1884.

De esta manera se cuenta que fueron todas estas penas las que eventualmente llevaron a Emily a recluirse en su casa y posteriormente en su cuarto solamente, rehuyendo cualquier contacto social fuera de su familia, estableciéndose entonces una afectuosa amistad entre ella y su cuñada Sue Gilbert Huntington –con quien algunas fuentes la vinculan romántica y no fraternalmente-. Para entonces la señorita ocupaba todo su tiempo en atender a su madre enferma, cocinar, cuidar su jardín y escribir poemas, los cuales se negaba terminantemente a publicar, particularmente tras una desafortunada crítica que recibió por parte del erudito Thomas W. Higginson –quien tuvo a bien rechazar también a Walt Whitman, y de quien se dice que fue amante de la Bella de Amherst[i]-, quien le comentó que consideraba su poesía como imperfecta aunque atrayente. Esto bastó para minar las ilusiones de la escritora, quien decidió que no publicaría ninguno de sus escritos –únicamente lograron salir a la luz cinco poemas, dos de ellos probablemente sin conocimiento o conocimiento de su autora, y existe la hipótesis de que la negativa a imprimir se debió principalmente al respeto absoluto que sentía por su padre, a quien una publicación por parte de su hija hubiese ofendido gravemente-.

Tras la muerte de Wadsworth, Emily recibió otro duro golpe cuando su sobrino Gilbert, de tan solo 8 años, murió a causa del tifus. Esta pena, sumada a una inactividad constante provocaron un daño en los riñones de la dama quien cayó víctima del mal de Bright. Siendo larga y penosa su agonía, misma que se veía agravada por momentos debido a la preocupación que le ocasionaba el que su hermano le fuera infiel a Sue con una señora de nombre Mabel Loomis Todd, la solitaria dama comenzó a perder la vista y pronto no pudo salir de su cama. Teniendo mucho “tiempo libre”, se dio a la tarea de planear su propio funeral, instruyendo a la pequeña Vinnie[ii] para que la vistiesen de blanco –costumbre que había adquirido años atrás-, le colocaran un ramo de lilas sobre el pecho, la enterrasen en un ataúd blanco y, sobre todo, que nadie la viera –su caja fue sacada de la casa por la puerta trasera y sus restos fueron depositados en una tumba cuyo epitafio reza “Called back”-.

Y así, tras la muerte de la reservada escritora el 15 de mayo de 1886, su hermana Lavinia encontró en la habitación de Emily dos mil poemas –la cantidad varía de acuerdo a la fuente de referencia- que se hallaban preparados en una suerte de fascículos (4) elaborados por la propia autora, como si hubiese pretendido publicarlos en algún momento. Desde que realizó el descubrimiento, Vinnie hizo todo lo posible por que la magnífica obra de Dickinson viese la luz, encontrando innumerables trabas. En tal proceso se inmiscuyó también Mabel Todd, quien junto con Thomas Higginson editó el primer volumen de poesías escritas por la Poeta Reclusa, sin siquiera mencionar el nombre de Lavinia.

Otros dos volúmenes de poesía y algunos de cartas fueron publicados con posterioridad, quedando el nombre de Emily Dickinson grabado a fuego en la historia de la literatura universal, recordándola el gran Jorge Luis Borges con las siguientes palabras: “No hay que yo sepa, una vida más apasionada y solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo”.

 

FUENTES:

“Cartas de Emily Dickinson”. Aut. María Aixa Sanz. www.margencero.com

“Emily Dickinson: el hoy hace que el ayer signifique”. Cultura Colectiva. 15 de mayo 2014.

“La loca de Amherst”. Aut. Paola Kaufmann. www.lamaquinadeltiempo.com

“Emily Dickinson”. Julio 2009. http://vidasfamosas.com

“La poetisa recluida, Emily Dickinson”. 5 de mayo 2014. www.mujeresenlahistoria.com

“The Homestead”. www.coveacultural.com

 

[i]Emily Dickinson ha sido conocida también como la Bella de Amherst, la Mujer de Blanco, la Poeta Reclusa y la Monja de Amherst.

[ii]Lavinia Dickinson.


Amor de hielo y fuego: Parejas en los Siete Reinos II

11 marzo 2014

danydrogo

Khal Drogo (Jason Momoa) y Daenerys Targaryen (Emilia Clarke)

Parte II

Por: Patricia Díaz Terés

“Las cosas que hago por amor”.

George R. R. Martin

El amor platónico es uno de los más difíciles de sobrellevar para uno de los involucrados, el enamorado, y George R. R. Martin en su saga literaria Canción de hielo y fuego nos plantea dos ejemplos bastante desgarradores del mismo. Continuando con la secuencia familiar presentada en el artículo anterior, tenemos que seguir con la familia Baratheon, estando relacionado en el caso que nos ocupa el hermano menor del rey Robert, Renly.

Tras la misteriosa muerte de Robert, la cual podemos suponer con bastante certeza que ha sido obra de su magnífica esposa Cercei Lannister, los Siete Reinos se sumen en un caos de guerras en el cual surgen varios pretendientes al Trono de Hierro ocupado ahora por el desalmado Joffrey Baratheon. De esta manera, Renly, tras haberse autonombrado rey[1], se dirige hacia la capital, Desembarco del Rey, al mando de su ejército que es complementado por los hombres de la familia de su esposa, Margaery Tyrell. Así, vemos cómo este atractivo y sensible caballero es custodiado por una mujer que dista mucho de ser una damisela en peligro, ya que la Doncella de Tarth, Brienne, es una fémina guerrera que es capaz de derrotar a los mejores caballeros de la guardia de Baratheon, hecho que le gana un puesto como guardaespaldas personal del pretenso soberano.

De lo que Renly parece no estar consciente -pues sus pensamientos están puestos en el Trono y su corazón probablemente en el despampanante Loras Tyrell-, es que su fidelísima custodia está perdidamente enamorada de él, teniendo conocimiento la chica de que la consumación de tal amor es absolutamente imposible. Tal certeza, provoca que la dama sea capaz de enfrentar cualquier peligro por su amo, sin ser recompensada nada más que con una esporádica sonrisa o alguna palabra atenta del objeto de su afecto. Por muy frustrante que pudiera ser la situación para ella, Brienne decide jamás declararle su amor, pero sí defenderlo hasta la muerte, aceptando ella con honor su destino.

Caso diferente es el del desterrado caballero Sir Jorah Mormont, quien acaba siendo el consejero de la hermosa y valiente Daenerys Targaryen más allá del Mar Angosto en las lejanas tierras de Vaes Dothrak, donde la damita ha contraído matrimonio con el monumental guerrero llamado Khal Drogo[2]. Habiendo caído Mormont bajo el hechizo de la dulzura y belleza de su ama, el hombre, sabiendo también que su amor es imposible, decide cuidar a Dany de los peligros que la acechan por ser la verdadera y legítima heredera del Trono de Hierro tras la muerte de su padre Aerys II el “rey loco” y su hermano mayor Rhaegar. Sin embargo, tras la muerte de Drogo[3], Jorah se autodenomina protector absoluto de Daenerys, cosa que a ella no le agrada en absoluto. Animándose el veterano varón a declararle su apasionado amor, no recibe de su dulcinea otra cosa que un portazo en la nariz, puesto que ella le deja claro que no tiene intenciones de corresponder jamás a sus sentimientos, considerándolo su mejor amigo y consejero. Esto, una vez asimilado por el rechazado enamorado, lo lleva a aceptar cualquier reto con tal de asegurarle a su dama el tan ansiado ascenso al poder.

Nos hemos topado así con los matrimonios por conveniencia, los cuales aparecen con mucha frecuencia en los libros de Martin. Y siguiendo con la línea propuesta en el párrafo anterior comencemos con Daenerys y Khal Drogo. Cuando Viserys Targaryen, hermano mayor de Dany, optó por vender a su hermana al líder de los temibles Dothraki, su intención era que su nuevo cuñado le proporcionase un ejército tremendo para “reconquistar” el Trono de Hierro, sin haber calculado primero que estos valerosos jinetes le tenían pavor al mar, lo cual hacía punto menos que imposible la utilización del Khalasar[4] como legión conquistadora. Pero esto no le importó al momento de entregar a su pequeña hermana al fiero guerrero, entrando la niña con un temor reverencial en la obligada unión.

El destino sonríe y Dany y Drogo se enamoran cuando ella le demuestra que más que una chiquilla, es una dama guerrera con la sangre del dragón, con pasión, ternura e inteligencia, elementos que conquistan irremediablemente al que ahora considera su “Sol y estrellas”. De este modo George Martin nos muestra un amor legendario con su ineludible final trágico, que lleva a los amantes a ser separados por la muerte, para postergar la promesa del reencuentro hasta la siguiente vida.

Esponsales forzados también fueron los de Sansa Stark y Tyrion Lannister. Tras haber sido la hermosa norteña pelirroja repudiada –afortunadamente- por Joffrey al preferir este a Margaery Tyrell[5], la recatada damita debe ser prudentemente colocada en matrimonio para que el norte regrese a estar bajo el control de Desembarco del Rey, cosa que el implacable Tywin Lannister pretende lograr casándola con su brillante –aunque despreciado- hijo. Habiendo Sansa toda su vida soñado que se casaría con un gallardo y hermoso caballero, gran desilusión se lleva al conocer la decisión que para su vida se ha tomado, aceptándola sin embargo en su afán de supervivencia. Resulta así, que nada mejor ha podido pasarle a Stark, pues es precisamente su feo marido el único capaz de mantener a raya la crueldad del nuevo niño rey –por su parte Tyrion ha tenido que sacrificar su amor por la prostituta Shae-; a la vez que el caballero, que dignamente puede llamarse tal, respeta a su esposa y sus deseos, dejando de lado la consumación del matrimonio, a pesar de las posibles consecuencias[6].

Pero el premio al más terrible matrimonio arreglado en Canción de hielo y fuego bien podría entregársele a Cercei Lannister y Robert Baratheon. Habiendo sido ella educada como una dama arrogante y caprichosa, aunque razonablemente inteligente, a la leona[7] se le había prometido que se casaría con un dragón[8], de modo que se sintió levemente decepcionada al tener que desposar al ciervo[9]. No obstante, cuando los Targaryen son derrocados precisamente por Robert Baratheon, a Cercei se le abre la puerta al poder que siempre ha ansiado. Siendo aún una chiquilla soñadora, está encantada al desposarse con aquel fiero y guapo caballero que ha vencido a todos sus oponentes, sin darse cuenta de que su flamante marido ha entregado ya su corazón a otra mujer –Lyanna Stark-, quien desde la tumba[10], se interpone entre ellos –sumado a la desmedida afición del monarca por la bebida y las mujeres-. La desazón de ambos provoca que se enrolen en una relación de odio mutuo que los lleva a cometer las peores atrocidades el uno en contra del otro, con el único objetivo de lastimarse.

No obstante -y con esto terminaremos-, Cercei era una mujer apasionada que de alguna manera necesitaba compensar sus necesidades afectivas -y otras un tanto más prosaicas- absolutamente descuidadas por su cónyuge, teniendo a bien desafiar para ello a los Siete Dioses[11] al aceptar una incestuosa e ígnea relación con su hermano Jaime, a quien ama por sobre todas las cosas, engendrando estos particulares amantes a los tres herederos al trono: Joffrey, Myrcella y Tommen Baratheon –evidentemente con el desconocimiento del dueño del Trono de Hierro-. Vemos pues, cómo Jaime y Cercei no miden las consecuencias de su amor y están dispuestos a llevar a cabo cualquier crimen –incluyendo el intento de asesinato de Bran Stark– con tal de mantener oculta y vigente su prohibida relación.

Amores pragmáticos, amores platónicos, amores sosegados y verdaderos, amores apasionados y amores prohibidos, todos ellos son tratados pues con maestría en la saga literaria Canción de hielo y fuego, donde George R. R. Martin ha mostrado un análisis del comportamiento de los seres humanos en sus relaciones de pareja en las que, a diferencia de Tolkien que exhibe damas angelicales y varones incorruptibles, exhibe que las personas tienen defectos y virtudes y que también, de vez en cuando, pueden cambiar su concepción del concepto “Amor”.

 

FUENTES:

“Juego de tronos: Canción de hielo y fuego I”. Aut. George R.R. Martin. Plaza & Janes Editores. México, 2011.

  “Choque de reyes: Canción de hielo y fuego II”. Aut. George R.R. Martin. Plaza & Janes Editores. México, 2012.

  “Tormenta de espadas: Canción de hielo y fuego III”. Aut. George R.R. Martin. Plaza & Janes Editores. México, 2012.


[1] Lo mismo hace su hermano mayor, el rígido Stannis Baratheon, quien es ayudado en su pretensión por su amante, la bruja roja Melissandre, adoradora del temible dios-demonio, Señor de la Luz, R’llhor.

[2] Líder más poderoso entre los Dothraki, los jinetes señores de los caballos, tribu que se dedica a la guerra y al saqueo.

[3] Khal Drogo muere a causa de la infección de una herida, después de haber sido agravada su condición por una maegi (bruja) que odiaba a los Dothraki, quien a su vez toma la vida del hijo de Drogo y Dany, Rhaego, al momento de nacer.

[4] Gran grupo dothraki nómada liderado por un jefe llamado Khal, cuyo poder se transfiere por herencia a su primer hijo varón.

[5] Que ahora es viuda de Renly, después de haber sido él asesinado por una criatura espantosa engendrada por su hermano Stannis y Melissandre.

[6] El plan de Tywin únicamente daría resultado si Sansa y Tyrion tienen un hijo.

[7] El león es el emblema de los Lannister.

[8] Rhaegar Targaryen.

[9] Robert Baratheon.

[10] Lyanna muere debido a las acciones de Rhaegar Targaryen, aunque no se ha detallado la situación en los libros.

[11] En una de las religiones que hay en los Siete Reinos, la Fe de los Siete que profesa Cercei, se cree en siete dioses: El Padre, la Madre, la Doncella, la Vieja, el Herrero, el Guerrero y el Desconocido.


Amor de hielo y fuego: Parejas en los Siete Reinos I

4 marzo 2014

Robb Stark (Richard Madden) y Talisa Maegyr (Oona Chaplin)

Robb Stark (Richard Madden) y Talisa Maegyr (Oona Chaplin)

Parte I

Por: Patricia Díaz Terés

“Solo somos humanos, y los dioses nos hicieron para el amor”.

George R. R. Martin

En su saga fantástica Canción de hielo y fuego, el autor George Raymond Richard Martin ha planteado toda una gama de relaciones de pareja que se basan en la estructura medieval, principalmente, encontrándose entre sus personajes situaciones reales, en las cuales se destacan los sentimientos y emociones de los involucrados. Antes de continuar, he de hacer la advertencia de que en este artículo abordaré únicamente la trama de los libros Juego de tronos, Choque de reyes y la primera mitad de Tormenta de espadas, con la intención de no arruinar, para los aficionados a la serie que se transmite por HBO (Game of Thrones), las temporadas que aún están por estrenarse. Sin embargo he de destacar que este artículo contiene spoilers.

Dividir en categorías las relaciones que aparecen en Canción de hielo y fuego[1] puede ser tarea titánica, debido a la cantidad de personajes que ha creado Martin, de modo que iremos abordándolas por familias[2] –en este caso elegiremos a los Stark, Baratheon, Lannister, Tyrell y Targaryen-, siendo la primera de ellas los Stark, encabezados por el matrimonio de Eddard (Ned) Stark y Catelyn Tully.

Siendo el noble, justo y siempre honesto Ned Stark el heredero de Invernalia (el castillo y feudo familiar) al morir su hermano mayor Brandon, él debió tomar todos los compromisos del difunto, incluyéndose la promesa de matrimonio con los señores de Aguasdulces, los Tully, hecho que lo lleva a desposarse con una mujer a la que apenas conoce, Cat; ella, por su parte, acepta amablemente su destino, aun cuando su nuevo prometido no es tan vistoso como el original. En este sentido, ambos acuden al lecho matrimonial, a la vista de todo aquel que deseara ser testigo de una temible –al menos para la novia- ceremonia a la que llaman “encamamiento”, como un par de perfectos desconocidos que, a lo sumo, sienten respeto el uno por el otro al consumar el enlace.

La guerra desencadenada por el belicoso Robert Baratheon para recuperar a su amadísima Lyanna Stark (hermana de Ned) de las garras del atractivo dragón[3] Rhaegar Targaryen –que la ha secuestrado, protagonizando estos personajes el único y fundamental episodio[4] que es conducido por un amor legítimo y una pasión arrebatadora-, arranca a Eddard de las tierras del norte y lo arrastran en diversas aventuras hasta la capital de los Siete Reinos, Desembarco del Rey. En alguno de los lugares que él visita con su amigo Robert, encuentra a una mujer –de la que se entiende que se enamora- con quien engendra a su bastardo Jon Snow. Cuando al cabo del tiempo, y tras ganar el Trono de Hierro para Robert eliminando a Rhaegar y a su padre el rey Aerys II –pero muriendo Lyanna-, Ned regresa a Invernalia con el niño en brazos. Catelyn recibe amorosamente a su marido, aunque no hace otro tanto con el niño, a quien desprecia.

Poco a poco, Eddard y Cat van consolidando su relación hasta encontrar el amor verdadero, conformando una de las parejas más estables que aparecen en la saga, respaldándose siempre el uno al otro, a pesar de las acciones irreflexivas de ambos cuando Ned es llamado por el rey Robert para tomar el puesto de Mano –una suerte de primer ministro-.

Otra relación que aparece en la familia Stark es la de Rob con Jeyne Westerling -planteada con mayor empuje en la serie, pues ahí se muestra que la dama que captura el corazón del Joven Lobo[5], Talisa Maegyr, es una dama inteligente e independiente, procedente de la exótica tierra de Volantis, que ha acudido a la guerra en Poniente para fungir como enfermera-. Habiéndose el primogénito de Eddard, comprometido con una hija de los ambiciosos y traicioneros Frey, el chico acaba rompiendo su promesa para casarse con Westerling tras una noche de pasión, con el objetivo de hacer de ella una mujer honorable. Tal decisión acarrea un funesto destino tanto para él como para su madre, quienes acaban siendo asesinados por Walder Frey, el señor de Los Gemelos, durante lo que se conoció como la Boda Roja –el que se casaba era Edmure Tully, hermano de Cat, con Roslin Frey-. Mostrándose en la serie la relación de Rob con Talisa como un amor inconmensurable que no escucha razones, en el libro aparece como un tanto incomprensible que el Joven Lobo arriesgue todo su futuro –y su cabeza- por una muchachita que se describe más bien como simplona y sumisa.

Para terminar con los Stark, mencionaremos la relación que surge entre Jon Snow, miembro de la menguada Guardia de la Noche[6], y una mujer libre de nombre Ygritte. Consciente de su juramento, Jon se embarca sin querer en una relación con la voluntariosa pelirroja. Mientras él está cumpliendo las órdenes que le diera un superior, para infiltrarse entre los salvajes y así ayudar a la Guardia, la chica se enamora de él y lo “obliga” a romper sus votos de celibato, debatiéndose él constantemente entre el deber y el amor. En esta relación, el joven se muestra reticente, mientras que su compañera se empeña en enseñarle las realidades de la vida, regañándolo constantemente y diciéndole “no sabes nada, Jon Snow”. Esta pasión se forja en las aventuras y batallas que sobreviven, teniendo ambos el mutuo deseo de que el otro comprenda un mundo –los Siete Reinos de donde proviene Jon y las tierras salvajes donde nació Ygritte– ajeno y extraño.

Comenzaremos ahora con las relaciones entre las casas destacadas, tomando a Sansa Stark como el hilo que nos llevará a los Lannister con su compromiso con el odioso y terrible Joffrey Baratheon. El amor inocente, utópico y caballeresco es lo que la jovencita Sansa añora para su vida. Teniendo en su padre el ejemplo de un guerrero amoroso y preocupado por su familia, la damita espera que del cielo le caiga su príncipe encantado, un caballero que debe ser hermoso, valiente, galante, amable e inteligente, que sea capaz de enfrentarse a los mismísimos dragones por ella. Lamentablemente para ella, en lugar de tan fantástico varón, consigue caer en las garras del primogénito del rey Robert Baratheon y su esposa Cercei Lannister –aunque en realidad el rubio muchachito es fruto de la incestuosa relación entre Cercei y su hermano Jaime, de la cual hablaremos más adelante-, debido a que el monarca ha forzado a su amigo Ned a aceptar el compromiso.

Con más ilusiones que neuronas en la cabeza, Sansa trata desesperadamente de pasar por alto los abominables defectos de su flamante prometido, quien desde el inicio se exhibe como un ser –tiene solo doce años- cobarde, cruel, mentiroso, prepotente, caprichoso y voluntarioso, envolviendo a este dechado de “virtudes” el atractivo exterior que le había sido heredado por su madre, pues el muchachito tenía un brillante cabello rubio que enmarcaba unas finas y hermosas facciones. Aferrándose a su sueño –la chica Stark incluso le da la espalda a su familia-, no es sino hasta que Joffrey –habiendo sido coronado como rey de los Siete Reinos tras la muerte de Robert– manda a matar a su futuro suegro, cuando ella cae en la cuenta de que sus deseos no son nada más que eso, teniendo la chiquilla que madurar de la noche a la mañana para salvar su vida, pues debe casarse con el niño rey.

Entra aquí entonces, otro tipo de relación, aquella que se centra en el poder, el “amor pragmático”, cuando aparece la figura de Margaery Tyrell. Esta damisela que tiene solamente dieciséis primaveras, es la esposa de Renly Baratheon, hermano menor de Robert que tiene la intención de arrebatar el trono a Joffrey. Describiéndosele como una muchachita alegre y vivaz, Margaery tiene una difícil relación con su guapo marido, pues  es homosexual –se implica en el libro y se explicita en la serie que el hombre tiene una relación con su cuñado, Loras Tyrell-, permaneciendo a su lado con el afán de ser reina, sin importarle un comino el amor verdadero.

Faltan aún varias tipologías amorosas por describir, pero con el resto de las peculiares parejas escritas por George R. R. Martin, continuaremos en la próxima entrega de esta columna.

FUENTES:

“Juego de tronos: Canción de hielo y fuego I”. Aut. George R.R. Martin. Plaza & Janes Editores. México, 2011.

  “Choque de reyes: Canción de hielo y fuego II”. Aut. George R.R. Martin. Plaza & Janes Editores. México, 2012.

  “Tormenta de espadas: Canción de hielo y fuego III”. Aut. George R.R. Martin. Plaza & Janes Editores. México, 2012.


[1] Esta saga tiene lugar en Poniente, continente donde se ubican los Siete Reinos (el Norte de los Stark; el Valle de los Arryn; las Islas y los Ríos de los Greyjoy y los Baelish, respectivamente; la Roca de los Lannister; el Dominio de los Tyrell; el Reino de las Tormentas de los Baratheon; y Dorne de los Martell), gobernados por un solo rey que ocupa el Trono de Hierro. También aparecen las tierras de más allá del Mar Angosto, donde se desarrolla la historia de Daenerys Targaryen y las tierras salvajes más allá del Muro.

[2] Para dar mayor referencia a los lectores se hace aquí un compendio de los nombres que serán utilizados.

Stark: Eddard (Ned), Catelyn y sus hijos Rob (primogenitor), Sansa, Bran y Arya.

Targaryen: Rhaegar, Daenerys (Dany) y Viserys (todos hermanos).

Lannister: Tywyn y sus hijos Jaime, Cercei y Tyrion.

Baratheon: Robert, Stannis y Renly (todos hermanos).

Tyrell: Margaery y Loras (hermanos).

[3] Cada casa o familia tiene un animal u objeto que la representa: el dragón de los Targaryen, el ciervo de los Baratheon, el lobo de los Stark, la trucha de los Tully, la flor de los Tyrell y el león de los Lannister, son los más importantes.

[4] Entiéndase por episodio una parte de la historia, no un capítulo de la serie televisiva.

[5] Rob Stark, quien tras la muerte de su padre, se convierte en heredero de Invernalia y eventualmente en el Rey en el Norte (Choque de reyes).

[6] En el libro el mundo civilizado se separa de las tierras salvajes con un muro de hielo monumental que es vigilado por la Guardia de la Noche, cuyos miembros hacen un juramento de celibato y perpetuo servicio, y que se dedican a proteger al Reino de los salvajes (hombres y mujeres libres que obedecen por decisión propia al Rey de Más Allá del Muro) y de los Otros (creaturas malvadas que lideran un ejército de cadáveres errantes).